—¡¡Dispara Eros!!! –Exclamó Rodrigo presionando el cañón de la pistola en la cabeza de Dionisio. –¡¡Elige Eros, ¿la vida de tu hermano o la de ese hombre?!!
–¡Por favor, papá no quiero hacerlo! –Gritó Eros desesperado viendo como su padre levantaba la pistola al aire y disparaba asustando a los dos hermanos.
–¡Dispara de una puta vez Eros, maldita sea no me toques los cojones! –Volvió a ordenar Rodrigo mientras que las dos niñas que habían nacido aquella noche lloraban por el sonido de aquel disparo.
Rodrigo había descubierto que su esposa Teresa Daurella había decidido escaparse con su amante semanas después de haber gritado durante un evento repleto de personas que las dos criaturas que ella llevaba en su vientre no eran de su esposo, sino que del policía con el había decidido engañarlo.
Teresa sabía que aquella afronta solo tendría una consecuencia, la muerte. Entonces decidió huir con Raúl Gaona, el padre de sus bebes, pero Rodrigo descubrió sus planes y no tardó en darles caza llevándose con él a sus dos hijos, Dionisio de diecisiete años que fue adoptado por la primera esposa de Rodrigo y Eros de dieciséis, su heredero.
Cuando Rodrigo encontró a los dos amantes en el puerto de Algeciras con la intención de cruzar el estrecho para refugiarse en alguna parte de África, estropeó los planes de la pareja.
Rodrigo aclaró que su decisión hubiera sido apenas matarlos por su traición, pero sabía que Teresa, la mujer que había su mayor obsesión durante años, esperaba dos niñas y él quería quedarse con ellas.
Su intención era hacerle una cesárea y después matar a Teresa con su amante, pero el destino estaba de su parte. Tal vez por el esfuerzo de la persecución y el estrés Teresa se puso de parto, dando a luz a sus hijas en muy malas condiciones. Después de eso Rodrigo decidió acabar con su vida y con la de su amante, pero no pensaba hacerlo con sus propias manos. Rodrigo De Oliveira se había ensuciado las manos con la sangre de sus enemigos únicamente en una ocasión especial.
Rodrigo solo había matado a alguien él mismo una vez en su vida y fue cuando asesinó a su propio padre, después de eso no se veía en la necesidad de volver a hacerlo cuando tenía a tantas personas trabajando para él y cuatro hijos de su primer matrimonio a los que debía enseñar a manejar aquellas situaciones y con esa idea en la cabeza decidió obligar a su hijo y heredero, Eros, a matar al amante de su esposa.
Eros todavía siendo un adolescente ya había presenciado diversos momentos de crueldad por parte de su padre, pero jamás había quitado una vida humana y no se veía capaz de hacerlo. Entonces por ese motivo Rodrigo decidió utilizar una de sus mayores debilidades para obligarlo, la vida de su hermano Dionisio.
–¡¡Mátalo Eros o el próximo disparo irá directo a la cabeza de tu hermano!! –Demandó Rodrigo y Eros giró el rostro para ver a Dionisio arrodillado mientras que su padre le apuntaba con la pistola. –¡¡Este ni siquiera lleva mi sangre, tú madre lo ha recogido así que me es indiferente, un puto ser inservible!! Dispara o perderás a uno de tus hermanos esta noche.
–¡¡Te lo suplico papá, por favor no lo hagas!! –Rogó Eros con la voz temblorosa sujetando la pistola que en aquel momento parecía pesar toneladas. –¡¡No le hagas daño a mi hermano, déjalo ir!! –Eros lloraba mirando a Dionisio que no apartaba la mirada de él, dispuesto a aceptar cualquier decisión que tomase Eros, mientras que se escuchaban los gritos de Teresa suplicando por la vida del padre de sus hijas, mezclados con el llanto de las dos niñas que los hombres de Rodrigo habían envuelto en pequeñas mantas.
–¡¡Hazlo, chico!! –Habló Raúl llamando la atención de Eros y Teresa se desesperó. –¡No lo pienses, porque yo en tu lugar no lo haría! –Habló Raúl con la voz rota aceptando su final y dirigió su mirada a sus pequeñas que él no había podido cargar en sus brazos. –Si tuviera que matarte para salvar a mis hijas te aseguro que hace rato ya estarías muerto, ¡así que dispara de una vez!
Eros detonó el arma sin saber que aquel primer disparo sería su condena y el primero de muchos otros que vendrían después que terminarían dejando un largo rastro de sangre a su paso. En el momento que quitó por primera vez una vida, entró en un mundo oscuro donde solo estaba él y las sombras que acechaban su alma. Las llamas de su infierno iniciaron en el incendio que se cobró la vida de su madre, pero la condena a pasar la eternidad en ese infierno empezó aquella noche…la noche en la que ella nació.
Rodrigo se acercó a su hijo mirando con desprecio a su esposa que lloraba desconsolada por haber perdido a Raúl y después se giró para ver a su hijo, orgulloso de su cometido.
Eros sintió las manos de su padre en su rostro y fue cuando levantó la cabeza para mirarlo, encontrándose con aquella sonrisa típica de Rodrigo que nadie era capaz de descifrar.
–Te elegí para ser mi heredero Eros y no importa lo que tenga que hacer para convertirte en el hombre que necesito que seas, pero te aseguro que no tendré piedad. –Habló Rodrigo con dureza y le dio una bofetada al ver que sus ojos estaban cristalizados, pero Eros no fue capaz de reaccionar, todavía estaba en shock. Entonces Rodrigo susurró en su oído. –Tu eres mi sucesor, así que recuerda siempre que los otros tres no me sirven para nada y si tengo que sacrificarlos para seas fuerte y el futuro líder de la Garduña, lo haré. –Se giró para volver a mirarlo de frente y siguió. –Odio que tengas una debilidad hijo y peor es saber que son tres. Tus hermanos son lo que te hacen débil y yo pienso utilizarlos para hacer de ti un dios.
Eros mal podía respirar cuando César, el mano derecha de Rodrigo empezó a arrastrar a Teresa por órdenes de Rodrigo.
—¿Estás seguro de que no quieres verlo? – Preguntó César y Rodrigo miró a su esposa haciendo una mueca de asco, después curvó la comisura de sus labios.
—Es un desperdicio matar a una mujer tan hermosa, prefiero no tener que verlo. – Contestó Rodrigo y Teresa escupió al suelo para después mirar a su esposo con fiereza. —Te doy las gracias querida. Te mueres hoy, pero en tu lugar me dejas a dos preciosas niñas, no sabes lo feliz que me haces.
—¡¡Maldito cobarde, siempre fuiste poco hombre!!– Lo insultó Teresa y Rodrigo le pegó un puñetazo, pero ella no se calló. –¡¡Eres y siempre serás repugnante Rodrigo De Oliveira y aunque yo no pueda vengarme de ti, los que llevan mi sangre lo harán!!
—¡¡Mátala ya, no soporto seguir escuchando su voz!! –Ordenó Rodrigo con rabia y César la llevó al otro lado de un lago para matarla.
Teresa miró a sus hijas mientras la arrastraban cuando seguía debilitada a causa del parto. Ella sabía que sus hijas tendrían un futuro horrible en manos de Rodrigo, pero confiaba en que serían tan fuertes como ella.
Cuando César regresó unos minutos después cogió a las niñas en sus brazos y ordenó a los dos adolescentes que subieran a las camionetas. Eros se giró para ver a su padre que estaba fumándose un cigarro mirando el lago y pensó que Teresa tenía razón, Rodrigo era un hombre repugnante y muy cruel.
En el asiento trasero del auto, César entregó una de las niñas a Eros que la cogió un poco torpe. Llevaba años sin tener un bebé en sus brazos, pues el primero había sido su hermano pequeño Perseo.
—Tu padre no quiere nombrarlas, me dijo que puedo llamarlas como me dé la gana. –Declaró César y el chico sonrió cuando la bebé agarró su dedo. –A mí me gusta Marina para esta, ¿Cómo te gustaría llamar a su hermana?
Eros levantó el rostro para mirarlo sin saber que decir y después volvió su atención a la pequeña que tenía apenas una hora de nacida y recordó una vez que a su madre le gustaba un nombre en especial para niña, pero como solo tuvo varones no pudo utilizarlo.
— Adriana, me gusta Adriana. –Respondió Eros y César asintió pensando que le parecía un bonito nombre.
Dionisio se pegó a su hermano para mirar junto con él a la bebé y Eros apoyó la cabeza en la suya.
—Te voy a proteger Adri, te prometo que siempre que me necesites estaré ahí para cuidarte y que nadie en este mundo y te hará daño. De la misma manera que estoy dispuesto a dar mi vida por la de mis hermanos, también lo haré por ti pequeña. Jamás te dejaré sola.