Mientras Odette llora desconsolada, alguien abre la puerta de aquella horrible prisión, cuando vuelvo la vista me doy cuenta de que se trata de Keith, el general, quien hace el esfuerzo por llamar la atención aclarándose la garganta. —Es hora majestad—me indica con voz firme haciéndome un ademán con la cabeza y aunque mi voluntad desea quedarse más tiempo con Odette, mi cuerpo tiembla de miedo porque mi situación no es menos favorable que Odette. —D-debo irme—digo en voz baja para que no nos escuchen— te prometo que te sacaré de aquí ¿Entendiste? —¡No!—clama aferrándose a mi ropa, intentando abrazarme a pesar de la existencia de los barrotes. Los endebles brazos de mi amiga me sostienen como una niña asustada a su madre y yo siento pena—¡Por favor no me dejes sola! Su cuerpo tiembla, c