En la mañana siguiente, Axel abrió sus ojos y lo primero que hizo fue ver el tiempo que marcaba en su mano. Este decía que habían pasado veinte horas desde que llegó a ese supuesto mundo perfecto, en cuatro horas le quedarían ciento diecinueve días para encontrar al resto de sus hijos y tener a Meridia con él. «Si en tan solo un día encontré a mi primer hijo, espero tener la misma suerte con los que faltan» piensa Axel con algo de preocupación. En ese momento él se encontraba acostado en el suelo de ese pequeño remolque donde vivía su hijo Diego. El lugar era tan pequeño que se sentía como si estuviera en una lata de sardinas, ya que sus piernas abarcaban casi todo el lugar para caminar mientras que Diego estaba durmiendo en su cama, que era un camarote bastante desastroso, ya que al par