“… Y sin embargo la pena recordó que nos quisimos tanto…” Fausto Miño. **** Luz Aída le pidió a la muchacha que la dejara a solas con su hijo, la joven obedeció. —¿Cómo se te ocurre dar semejante espectáculo? —inquirió observando a Carlos con los ojos llenos de ira—. El patrón llorando por una simple empleada mugrosa y zorra. —¡Cállate mamá! ¡Ya basta! ¡No la ofendas! —gruñó él—. Yo la amo —murmuró temblando. —Vos que vas a saber del amor... si vos no naciste para eso, además ustedes los Duque no se dan cuenta de que están malditos... Siempre pierden lo que aman. Carlos salió fuera de sí de la casa de su madre, mientras ella sonreía feliz de que sus planes se hayan consumado. —Por fin acabé contigo maldita sirvienta entrometida —espetó observando a la puerta por donde salió su hijo