Al día siguiente, el reloj apenas había marcado las nueve de la mañana cuando yo ya estaba aparcando frente a la mansión de los Moreau, mansión que a duras penas habían logrado mantener luego de todo el escándalo con Hacienda. Me sacudí el traje y salí del auto para ir a tocar a su puerta, cosa que no hizo falta, tan pronto como pisé el pórtico la puerta se abrió y un hombre anciano y larguirucho se inclinó a modo de saludo. —Joven Lefevbre... Bienvenido a la propiedad Moreau. —Gracias... —apreté los labios y esperé a que él me dijera su jodido nombre, pero sus oídos parecían no estar funcionando ya, porque el sujeto simplemente cerró la puerta y me dio la espalda, indicándome con la mano que lo siguiera. —La señorita Nadine está en la piscina, ha pedido que le hagamos pasar hasta all