La misma noche
Sur de Francia
Samantha
Alguna vez todos quisimos tronar los dedos y desaparecer, por una situación bochornosa, por estar en el lugar equivocado o todo se volvió un desastre en un segundo. Pero la realidad es que no podemos frotar la lampara mágica y pedir un deseo para cambiar nuestras malas decisiones, entonces cualquier desastre nos toca afrontarlo sobre la marcha.
No será nada fácil, tal vez estemos paralizados, sin saber cómo continuar, gritando en silencio que se acabe pronto la pesadilla, teniendo el corazón en un puño y con la mente volando a mil por hora buscando una maldita salida que no logramos vislumbrar. Y aunque no lo creas saldrás a flote, encontrarás el camino o tendrás un golpe de suerte. Sea cual sea la salida, no titubes, no te dejes vencer, porque es solo otro desafío más, un día más donde aprendemos a ser fuertes, a no desmoronarnos por simplezas.
Quisiera seguir mis propios consejos, escuchar mis frases motivadoras al pie de la letra para no derrumbarme, pero estoy con el corazón pendiendo de un hilo suplicando ayuda a un total desconocido mientras los gritos del idiota italiano resuenan en mis oídos, sabiendo que en milésimas de segundos puedo ir a la cárcel o tener un golpe de suerte con este galán de mirada intensa. Sigo buscando un indicio en el gris de su mirada, pero es como nadar en un mar envuelto en una bruma. Tal vez ni siquiera hablé inglés, pero no tiene cara de francés, tampoco tengo tiempo para adivinar su procedencia. Además, por su apariencia es un hombre elegante y culto, debe hablar varios idiomas. Lo malo es que su silencio no ayuda en nada.
De repente, mira sobre mi hombro al escuchar los gritos del cavernícola del italiano, supongo que buscando confirmar mi versión. Vuelve a mirarme escudriñándome de pies a cabeza como evaluándome y solo le falta pedirme mis documentos. Aun así, sin decir una sola palabra vuelca su atención al volante y pisa el acelerador dejando atrás los gritos del italiano.
¿Quién será esté galán? ¿A dónde me llevará? ¿a su casa? Y aunque parezca absurdo algo en su mirada me inspira confianza, no sé ni como explicarlo, pero está allí eso que me deja a su deriva. Lo sé, en mi ocupación no pudo dejar nada al azar, porque un mal paso me puede costar mi libertad. Sin embargo, este hombre me descoloca por completo por su actitud o caí en mi propia trampa, tanto que tengo curiosidad por conocer más de él.
Unos minutos más tarde
Él sigue conduciendo por la ruta concentrado en el camino o simplemente perdido en su mundo, mientras el aire roza mi rostro, mis manos inquietas sobre mi regazo, en un silencio se ha vuelto nuestro invitado indeseable. Pero necesito romper el hielo de alguna manera ante de enloquecer. Doy un vistazo rápido al interior del auto y en un reflejo enciendo la radio hasta sintonizar alguna música que me agrade y cuando estoy lista para cambiar de frecuencia su mano me detiene. Siento el roce de su piel contra la mía provocando una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo y busco sus ojos.
–Esa canción me gusta, no cambies la emisora –habla al fin, su voz ronca resuena en el interior del auto mientras la música se mezcla con sus palabras.
Sin pensarlo dos veces, empiezo a mover los labios cantando a viva voz. Me lanza una mirada de reojo, y la esquina de su boca se curva en una sonrisa cómplice.
Can’t take my eyes off of you… I love you, baby… trust in me when I say
Esboza una sonrisa cómplice y niega con la cabeza, tratando de seguirme el ritmo.
–No lo haces nada mal, no desafinas al cantar. Yo, en cambio, soy terrible –admite entre risas, y sus ojos se encuentran con los míos. Mi corazón late desbocado, y trago saliva, intentando no mostrar la cara de tonta que probablemente tengo.
–¿A dónde te llevo? –pregunta, aún con la chispa en la mirada, mientras yo muerdo mi labio inferior, buscando una respuesta.
–¿Qué tal a bailar? Quiero olvidarme del mal rato que viví con el imbécil de mi exnovio –digo, notando cómo sus cejas se levantan ligeramente, mostrando una mezcla de sorpresa y diversión. Respiro hondo y sonrío de medio lado–. Por cierto, me llamo Samantha, y quisiera saber el nombre de mi salvador.
Por un momento, él solo me observa, y es como si el mundo alrededor se disolviera. Luego, con un gesto despreocupado y una sonrisa que parece hecha a medida, responde: –Soy Collin…entonces será a bailar.
Unas horas más tarde
Cualquiera diría que me gusta jugar con el peligro, porque estar envuelta en los brazos de Collin percibiendo su aroma masculino, su aliento en mi rostro y el contacto de sus dedos rozando los míos fue demasiada tentación. Este hombre me tenía embobada con sus miradas intensas, pero me empujo a mis límites cuando en un movimiento deslizó su mano en mi cintura siguiendo el ritmo de la música, hasta que mis caderas chocaron contra su cuerpo. No fue producto del alcohol, sino que no me iba a dejar intimidar, más bien debía entender que yo llevaba las riendas.
Lo cierto es que entre los tragos y el baile perdí la noción del tiempo. No sé cómo es que he terminado en el umbral de esta propiedad, un chalet con una fachada que casi no reconozco. Sonrío como una tonta mientras Collin abre la puerta, dejándome pasar. Al adentrarme, echo un vistazo despreocupado a lo que me rodea, pero doy un paso en falso, tambaleándome. Ante esto, él se mueve rápido, rodeando mi cintura con su brazo, y la calidez de su toque me provoca un cosquilleo en el estómago.
–Creo que deberías descansar. Mañana te llevo a tu casa. Estás un poco mareada– espeta, su voz es suave, pero su tono autoritario no se puede ignorar.
–¡Qué aburrido eres! ¿Dónde se fue el Collin divertido? –replico con un tono de desafío, deslizando mis manos alrededor de su cuello. Su sonrisa responde antes que sus palabras.
–Samantha, ya fue suficiente por una noche. Mejor descansa. Te mostraré dónde puedes quedarte a dormir –insiste, sus manos tocando mis brazos con una dulzura que me hace querer rebelarme aún más ante su sensatez.
–No quiero descansar, tampoco debes ser un… caballero. –Murmuro, con voz rota y entrecortada, mientras en su mirada se encuentro una mezcla de deseo y una indecisión palpable–. ¿Eres casado? – pregunto, frunciendo el ceño y llenando el aire de dudas. Él niega con la cabeza.
–¡No…! No soy casado, pero yo no hago esto, tampoco quiero que pienses que me aprovecho de ti –responde, tragando saliva, mientras sus ojos se clavan en los míos con una reveladora mezcla de anhelo y conflicto.
–Tal vez yo… me aproveche de ti –suelto con una sinceridad que nos sumerge en un momento eléctrico. Él se desenreda de mí con delicadeza, como si concederme ese momento pudiera desatar un caos imprevisto que no está listo a afrontar.
–Al final del pasillo, en la primera puerta encuentras la habitación. Descansa, por mí no te preocupes, dormiré en el sillón. –Sentencia, mientras retira los almohadones de un sofá, y su actitud me deja desconcertada.
Me alejo, aún perpleja por la inesperada amabilidad de este hombre cuya mirada me destila misterio y deseo. Un impulso me lleva a mirar hacia atrás, esperando que me detenga, y sus ojos me perforan con una intensidad que me estremece, solo tuerzo la boca. Sigo alejándome sumida en mis pensamientos, cuando siento su mano sujetar mi brazo con una suavidad que estremece.
–¡Al demonio! Espera Samantha –pronuncia mi nombre como si fuera un conjuro, y de repente, sus manos sujetan mi rostro, guiándome hacia un beso que arrebata mi aliento.
El beso despierta cada célula de mi cuerpo por su intensidad, quema como un volcán en erupción y todo se empeora cuando su lengua inquieta se cruza con la mía en un baile prohibido que no tengo intenciones de detener, más bien me sigo embriagando de sus besos, cuando se atreve a llevar sus manos a mis nalgas y me eleva un poco haciendo me enredar mis piernas en su cintura. Camina conmigo a cuestas por el pasillo sin dejar de besarme con desenfreno.
Al día siguiente
¡Diablos! Lo que debería ser solo una noche de sexo se convirtió en algo significativo. Fue perderme entre caricias prohibidas, besos húmedos y desenfrenados, en sus miradas intensas. Por primera vez sentí la conexión con alguien y sus jadeos mezclados con mis gemidos eran melodía pura. Son de esas cosas inexplicables que a veces te asustan y al mismo tiempo quieres vivirlas, pues con él me paso de todo, hasta me quedé refugiada en su pecho, como si fuéramos una pareja. Al final, como una cobarde hui mientras dormía, también se llama sensatez, porque un hombre como él debe tener algunas arpías de su entorno queriendo atraparlo, y yo no soy mujer para él. Vivo al margen de la ley, soy una estafadora o con otras palabras más elegantes: una maestra del engaño que no tiene intenciones de complicarse aún más la vida.
El caso es que tomé el primer taxi libre con rumbo al pent-house que comparto con Amada esperando encontrarla para reclamarle por haberme abandonado a mi suerte con el sicario de pacotilla. Termino de abrir la puerta con el duplicado de mis llaves cuando escucho su voz llenar el ambiente.
–Sami estaba preocupada por ti. ¿No sabes lo que sucedió? –exclama Amanda, su voz tiembla con una inquietud palpable, mientras se acerca con una determinación que, en lugar de calmarme, enciende mi furia. Las palabras se arremolinan en mi interior, y lanzo una mirada que podría congelar el infierno.
–Amanda, no tienes disculpa por haberme dejado con el cavernícola italiano. –Mis ojos crispan, llenos de rencor y decepción, mientras cada sílaba de mi voz se siente como el acero que corta el aire. Un suspiro se escapa, pesado con la carga de una noche de pesadillas pasada. Dejo caer el bolso en el sillón, como si liberara todo el peso de mi frustración–. Solo tenías que irrumpir a la suite, arrestarme como si fueras una detective de la policía y no hubiera pasado por lo que pasé.
–No fue mi culpa. –Su voz se vuelve desesperada, casi suplicante, como si pudiera deshacer lo que ha hecho– Apareció un imbécil con una grúa queriendo llevarse el auto alegando que estaba mal estacionado. No tienes idea cuanto me costó sobornarlo –explica con su voz que provoca una risa amarga en mis labios. De repente me lanza una mirada extraña de pies a cabeza.
–Pero no te fue tan mal si llegas a estas horas y oliendo a hombre. –La ironía resuena en mi voz, punzante y aguda. Mi mirada la atraviesa– Invictus Victory Eau de Paco Rabanne… exquisito, perfume. Espero que sea igual al tipo con el que te acostaste. ¡Cuéntame los detalles y preparamos el golpe! –menciona sin pelos en la lengua y abro los ojos como dos faroles.
–¡No! No definitivamente no, ni lo pienses, no podría estafarlo. Por último después de lo que sucedió con el italiano, creo que es hora de retirarnos. Tenemos una buena fortuna entre joyas y dinero en efectivo. ¿Qué opinas? –respondo con firmeza y su rostro desencajado lo dice todo.
–¡Enloqueciste Samantha! –su grito perfora el espacio entre nosotras–. Lo que sugieres no tiene sentido, tampoco creas que nos alcanzará lo que tenemos para vivir con tus lujos que te gastas. ¿Te los recuerdo? Cenas en los restaurantes más exclusivos de la ciudad, viajes en primera clase, tus dietas exóticas, tu ropa de diseñador, ¿Sigo? –sus palabras deslizan con una mezcla de sarcasmo y malestar.
–Veremos como reducimos gastos y nos adaptamos, pero no quiero correr otro susto como el de anoche. Tú no eres quien arriesga el pellejo, sino yo, entonces entiéndeme –arguyo con mi voz teñida en reproche y determinación.
–Solo te pido un último golpe...–indica moviéndose por la sala con ese aire de intriga que tanto le encanta derramar. –Pero no cualquiera, más bien uno que requiere de todas tus destrezas. Hablo de suplantar a mujer con una de las familias más poderosas de Londres. Sabes cada detalle de sus vidas, lo aprendiste sin darte cuenta. Estás lista para brillar como Samantha McKesson y exigir lo que te pertenece por derecho. ¿Aceptas? –concluye con su voz fría y calculada dejándome sumergida en mis pensamientos más profundos.