Massimo
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que la mirada de Savina después de escuchar lo que acabo de soltarle es algo que no voy a olvidar en toda mi vida.
Es desconcierto, sí, pero también hay terror. Enojo, mezclado con un destello de ira. Es un cóctel de emociones tan intenso que parece tangible, como si llenara el aire entre nosotros.
Y, maldita sea, me gusta.
Prefiero eso a la máscara de hermana buena que había estado llevando. Ese papel que interpretaba a la perfección, ocultando lo que realmente pensaba o sentía, pero ahora... ahora sus emociones estaban a flor de piel, y podía verlas todas.
Llevo el vaso de whisky a mis labios, dejando que el líquido caliente descienda por mi garganta. El ardor es un recordatorio de que sigo aquí, de que estoy completamente vivo, y de que estoy ganando.
El viejo Caravaggio, por otro lado, está al borde del colapso. Su rostro es una tormenta, y si pudiera, estoy seguro de que me dispararía aquí mismo, en el medio de su elegante despacho, sin importarle las consecuencias.
Pero no puede. No tiene ese tipo de poder.
Lo que sí tiene es un orgullo herido, y lo entiendo. Acabo de desafiarlo, de plantar a su princesita frente a él, es evidente que entre las dos, Fiorella es su preferida, su joya más preciada. Le bastó una sola conversación para darse cuenta de que yo también lo sabía, y eso lo enloquece.
Pero a mí no me importa en lo absoluto. Nunca lo ha hecho.
Savina... ella es todo lo que quiero, todo lo que he deseado durante los últimos dos años. Desde el momento en que la vi, esa noche en el club, no he podido sacarla de mi cabeza, he fantaseado con ella, con cada parte de su cuerpo, con lo que sería tenerla de nuevo, hacerla mía.
Y ahora estaba al alcance de mi mano, tan cerca que casi podía tocarla.
No iba a dejar pasar esta oportunidad.
Si para tenerla tenía que aplastar a su familia, lo haría sin pestañear.
Bebo otro sorbo, mis ojos clavados en ella. Su rostro está tensado por una batalla interna. Puedo ver cómo su mente trabaja, intentando procesar lo que acabo de decir, cómo busca las palabras correctas para replicar. Pero aún no lo hace.
― ¿Eso es todo? ― pregunto, rompiendo el silencio y provocándola un poco más.
Ella parpadea, sorprendida por mi tono casual.
― ¿Cómo puedes ser tan…? ― comienza, pero se detiene, como si la palabra exacta para describirme le quemara la lengua.
― ¿Tan qué? ― insisto, levantándome y dando un paso hacia ella. Mi voz es baja, peligrosa, pero no agresiva. No necesito levantarla para hacerme escuchar.
Sus ojos se endurecen. Por un momento, parece que va a lanzarse contra mí, pero no lo hace, está demasiado consciente de que su padre nos está observando, que cada movimiento suyo será juzgado.
― ¿Vas a destruir todo a tu paso para conseguir lo que quieres? ― me espeta al fin, con un tono tan cortante que podría herir a cualquiera.
Pero no a mí.
―Lo haré si es necesario― respondo, con calma. Mi honestidad parece desconcertarla aún más. Me inclino un poco, lo suficiente para que solo ella pueda escuchar mis próximas palabras―. Y tú sabes que soy muy bueno consiguiendo todo lo que quiero, Savina.
El color abandona su rostro por un instante, pero no retrocede. No, esta mujer tiene más fuerza de la que su padre puede imaginar.
Es un desafío en sí misma, y eso solo la hace más irresistible.
El viejo Carravaggio gruñe algo ininteligible desde su lugar. Sé que esta situación lo está carcomiendo por dentro, pero también sé que no hará nada.
Todavía no.
Necesita mantener las apariencias, y eso me da ventaja.
Me doy la vuelta con una sonrisa que sé que lo enfurece aún más. Camino hacia la barra, dejándole a Savina el espacio que necesita para recomponerse, pero no me alejo demasiado. Quiero que sienta mi presencia, que sepa que estoy aquí, vigilándola.
Esta mañana, he dejado claro que las cosas han cambiado. Yo no soy un hombre que su familia puede ignorar o manipular.
Y Savina…
Savina será mía.
―Déjanos solos― le digo a Vito, sirviéndome otro vaso de su caro whisky sin siquiera mirarlo. El peso de mi voz no deja lugar a dudas, pero el viejo no se mueve. Por el contrario, me sostiene la mirada, como si eso fuera suficiente para intimidarme. Qué gracioso―. Ahora― repito, más firme esta vez, mientras dejo que el hielo tintinee contra el cristal.
Finalmente cede, aunque no sin gruñir algo inaudible. Se marcha, cerrando la puerta detrás de él con un golpe seco, lo observo salir con calma, disfrutando el momento.
El rey de su pequeño imperio acaba de doblarse ante mí.
Y eso nos deja solos.
A mi conejita y a mí.
Savina está furiosa, con los puños cerrados y la mirada fija en mí como si quisiera quemarme con ella. Su respiración agitada la delata, pero se niega a dar un paso atrás. Me gusta eso de ella.
Siempre pensé que tenía más carácter del que aparentaba.
―Tienes que retractarte― dice al fin, su voz firme a pesar del temblor que percibo en sus manos―. Subiremos, diremos que fue un malentendido y que en realidad Fiorella es la mujer que quieres.
Levanto una ceja mientras termino mi whisky de un sorbo. Sus palabras son un delirio, una fantasía en la que yo no pienso participar.
Yo no me retracto nunca.
Dejo el vaso sobre la mesa con un movimiento controlado, el sonido resonando en la habitación como un disparo, camino hacia ella, despacio, midiendo cada paso. Su discurso se quiebra en el instante en que invado su espacio personal, y sus ojos se agrandan ligeramente cuando la acorralo contra la puerta.
Cuando estoy frente a ella, inclino la cabeza y levanto su barbilla con dos dedos. El perfume a rosas que lleva envuelve mis sentidos, y su respiración entrecortada me golpea como un trueno.
Sus ojos, azules y cargados de emoción, me están aniquilando.
Tengo que recordarme que este no es el lugar ni el momento para perder el control, por mucho que quiera arrastrarla hasta el escritorio más cercano y hacerla olvidar cualquier duda que tenga sobre mí o lo mucho que la deseo.
―Yo nunca, Savina― digo, mi voz baja y peligrosa mientras recorro su labio inferior con mi dedo índice―, me retracto.
Ella traga saliva, sus labios entreabiertos titilan con las palabras que no se atreve a decir.
―No hay ningún jodido malentendido. Te quiero a ti.
―Massimo… por favor― susurra, su voz temblorosa mientras cierro la distancia entre nosotros. El roce apenas perceptible de mis labios sobre los suyos me eriza la piel. Ella tiembla ligeramente, y ese pequeño detalle me vuelve loco―. Esto no está bien― continúa, su voz quebrada―. Mi hermana… ella...
― ¿Ella qué? ― mi tono se vuelve más frío, más cortante, porque el solo hecho de que Fiorella sea parte de esta conversación ya me molesta.
Savina aparta la mirada por un segundo antes de murmurar:
―Ahora me odia. Quiere verme muerta.
Eso es interesante. La dulce y perfecta Fiorella, la favorita de su padre, no parece ser tan intocable como ellos quieren hacerme creer.
―Yo fui una mala hermana. No debí dejar que la otra noche tú…
― ¿Te tocara hasta que te deshicieras en mis dedos? ― interrumpo, disfrutando del color rojo que sube por su rostro mientras cierra los ojos con fuerza, como si eso pudiera borrar mis palabras.
―Dios, no lo digas― murmura, su voz apenas un hilo.
Me río bajo. Adorable.
Incluso cuando está sonrojada y mortificada, hay algo en ella que me hace querer más.
―Tu hermana no te hará nada, conejita― le aseguro, mi tono más firme esta vez―. Porque nadie toca lo que es mío. Y tú, Savina, eres mía.
Saco la pequeña caja del bolsillo de mi chaqueta y abro la tapa lentamente, revelando el anillo que elegí personalmente para ella. Un diamante azul, como sus ojos, enmarcado en oro blanco.
Perfecto.
―Serás mi esposa― declaro, sin lugar a negociación―. En un mes. Espero que ese sea tiempo suficiente para que te acostumbres a la idea.
Coloco el anillo en su dedo mientras ella me mira como si no pudiera creer lo que está pasando. Su resistencia parece tambalearse cuando dejo un beso suave sobre sus labios, mordiendo ligeramente el inferior antes de apartarme.
―Por favor… Massimo… ― jadea, su voz quebrada, pero con un deje de súplica que me enciende más de lo que debería.
―Ten un buen día, conejita― digo con una sonrisa traviesa, dándome la vuelta para salir. Le guiño un ojo antes de agregar: ―Y sí, también conseguí tu número.
Dejo esa habitación y esa mansión sin mirar atrás.
No me interesa lo que opine Vito, ni Fiorella, ni el resto de esta familia. La única persona que importaba ya sabe los nuevos planes, y eso es todo lo que necesito.
Llego a la empresa media hora después. Mi secretaria, eficiente como siempre, ya me espera en la puerta con una carpeta en las manos.
―Buenos días, señor Berlusconi. Aquí tiene los informes que pidió y su agenda para hoy― me informa, caminando a mi lado mientras me guía a mi oficina.
Asiento sin detenerme, tomando los documentos de sus manos.
―Prepárame un café y asegúrate de que no haya interrupciones. Necesito revisar esto antes de la reunión.
―Por supuesto, señor― responde con una leve inclinación antes de salir.
Pero antes de que pueda sumergirme en las carpetas frente a mí, la puerta de mi oficina se abre de golpe. Francesco entra como un torbellino, con esa confianza descarada que solo él puede darse el lujo de mostrar frente a mí.
Sin esperar una invitación, se deja caer en uno de los sillones como si fuera el dueño del lugar.
―Hermosura, tráeme un café― le dice a Megan, que aún no ha terminado de salir―. n***o y sin azúcar.
Me mira, esperando mi aprobación. Asiento.
―Ve, y que sean dos― añado, sin siquiera levantar la vista de los papeles―. Gracias, Megan.
Ella asiente y desaparece rápidamente, dejándonos solos.
Francesco, con esa mirada que siempre quiere saberlo todo, me observa en silencio durante unos segundos antes de apoyarse en el respaldo del sillón con una ceja alzada.
―Ya dime algo, Massimo― niega con la cabeza mientras se ríe―. ¿Cancelaste la boda?
Levanto la vista, dejando los papeles sobre la mesa.
―No, la boda no fue cancelada― Francesco parpadea, claramente confundido.
― ¿Entonces?
―Solo cambié de novia.
La sorpresa en su rostro es evidente, pero tarda menos de un segundo en recuperarse.
― ¿Qué demonios hiciste ahora? ― pregunta, inclinándose hacia adelante, intrigado.
― ¿Recuerdas a la mujer de la que no he dejado de hablar estos últimos dos años?
Su expresión cambia, conectando las piezas rápidamente. Asiente.
―Bueno, resulta que esa mujer es nada menos que la hermana de Fiorella.
― ¿Es una broma? ― su tono es escéptico, pero cuando ve mi expresión, suspira―. No, claro que no lo es.
―Savina Caravaggio― digo, saboreando cada sílaba de su nombre como si fuera un vino exquisito. La imagen de ella acorralada contra esa puerta esta mañana vuelve a mi mente, y por un segundo me cuesta respirar.
Perfecta.
Mía.
― ¿Y aceptó? ¿Así, sin más? ― pregunta, completamente desconcertado.
Sonrío de lado y niego con la cabeza.
―No exactamente, pero aceptará. Ella sabe que no tiene opción.
Francesco se pasa una mano por el cabello, procesando lo que acabo de decir.
― ¿Y qué hay de la hermana? No me imagino a Fiorella reaccionando bien a esto. Cuando todo salga a la luz, será una humillación pública. Ya sabes cómo es el mundo en el que vive, su carrera y esas cosas...
Me recuesto en mi silla, jugando con el bolígrafo en mi mano.
―Fiorella me tiene sin cuidado― mi tono es frío, definitivo―. Claro que hizo una escena esta mañana. Pero tanto ella como su padre saben que conmigo no pueden. Si se acostumbra a la idea o no, me da igual. Y si intenta algo, no vivirá para contarlo.
Francesco me observa en silencio por un momento, como evaluando si estoy hablando en serio. Cuando finalmente habla, su tono está cargado de ironía y diversión.
―Bueno, parece que te has salido con la tuya. Como siempre.
Se levanta del sillón, ajustándose el cuello de la camisa mientras se dirige a la puerta.
― ¿Y el café? ― pregunto, levantando una ceja.
Se detiene, girándose para mirarme con una sonrisa diabólica.
―Lo tomaré luego.
Sale de la oficina sin más, dejándome solo.
Tiene razón.
Me he salido con la mía, como siempre. Y Savina no iba a ser la excepción.
Ella va a ser completa y legalmente mía, sin importar lo que tenga que hacer para lograrlo.