Savina
Dos años después…
Dejo la última maleta en el suelo y me quedo un momento en silencio, observando el lugar que ahora debo llamar, mi hogar.
Estoy de vuelta en casa.
Esas palabras se sienten extrañas, vacías casi, Filadelfia es mi hogar, o al menos eso es lo que todos esperan que diga, pero en el fondo no estoy segura de cómo debería sentirme al respecto. Durante los últimos cuatro años, Nueva York fue mi refugio, mi escape, el lugar donde finalmente pude descubrir quién era sin el peso de las expectativas familiares, allí, entre calles bulliciosas y luces de neón, construí algo que, aunque efímero, se sintió como una vida propia.
Nadie me conocía como “la hija de…” o “la hermana de…”; simplemente era yo, y eso me bastaba.
Allí tenía amigos de verdad, personas que no me juzgaban por mi apellido ni por mis decisiones, incluso Nicoleta decidió quedarse en la ciudad unos meses más, como si ambas necesitáramos un respiro de esta vida de apariencias y presiones familiares. Pero, ese había sido el trato cuando me fui, al terminar mis estudios, debía regresar, debía volver a aquí con la familia.
Así que aquí estoy, de regreso, rodeada de estas paredes que deberían ser familiares, pero que ahora siento extrañas y frías. Recorro con la mirada cada rincón de este espacio, notando cada detalle que parece ajeno, como si esta fuera la casa de alguien más, todo se siente artificial, casi teatral, como si cada mueble, cada decoración estuviera dispuesto para mostrar algo que en realidad no soy yo.
Estoy en casa, sí, pero la verdad es que me siento una extraña en mi propio espacio.
Suspiro, intentando que el peso de la nostalgia no me invada. Quizás, con el tiempo, este lugar comenzará a parecer mío, pero no puedo evitar sentir que he dejado una parte de mí allá, en esas calles ruidosas de Nueva York, en esos cafés donde pasaba las tardes trabajando o en el pequeño departamento que me conocía tal como soy, sin filtros ni expectativas.
Aprieto los labios y me digo a mí misma que debo ser fuerte, que ya estaba preparada para esto. Pero, ¿cómo te preparas para volver a una vida que ya no te representa?
Cierro la puerta detrás de mí, como queriendo atrapar en este piso algo de la paz que había aprendido a tener. Camino hasta los ventanales y abro las cortinas, dejando que la luz inunde la habitación y cierro los ojos unos breves segundos permitiendo que los rayos de sol, acaricien mis mejillas.
La luz de Filadelfia es más suave, menos intensa, pero llena cada rincón de este espacio un poco más amplio que mi departamento anterior. Aun así, esa sensación de "hogar" sigue sin aparecer.
Mientras estoy sumida en mis pensamientos, el timbre de mi teléfono suena en el fondo de mi bolso. Lo saco y veo un mensaje de mi padre.
Papá [11:30]: ¿Te has instalado bien? No olvides la cena de mañana. Será una fiesta para celebrar oficialmente el compromiso de tu hermana.
Fiorella.
Desde que me fui, nuestras conversaciones han sido esporádicas, y nos veíamos si algún evento o desfile suyo coincidían en Nueva York. No es que antes de irme, hayamos tenido una relación particularmente estrecha, y eso nunca me molestó, Fiorella siempre fue la estrella, la favorita de todos. Siempre inalcanzable, brillando en desfiles, entrevistas, sesiones de fotos.
No es que me sintiera eclipsada, simplemente, había aprendido a aceptar que ella tenía un lugar especial en la familia que yo nunca ocuparía. Y estaba bien.
Pero ahora que estaba de regreso, todo parecía seguir girando en torno a ella.
Desde que se comprometió, cada conversación, cada llamada de mi padre, cada mensaje, ha sido sobre su compromiso. Sé que es alguien importante, un hombre de negocios con quien mi padre al parecer forjo a alianzas y proyectos, incluso ahora, mientras leo su mensaje, me doy cuenta de que apenas recuerdo el nombre de su prometido.
Todo lo que sé es que, en los últimos meses, Fiorella ha logrado que esta boda sea su tema de conversación favorito.
Lo que sí me sorprendió fue su petición de que yo diseñara su vestido de bodas, eso me dejó sin palabras. Por años he visto a Fiorella desfilar con vestidos de alta costura, luciendo piezas exclusivas de los mejores diseñadores en París y Milán, y jamás pensé que ella preferiría un vestido mío antes que uno de sus marcas habituales.
Quizás fue un intento de acercarnos, de encontrar algo que pudiéramos compartir, o tal vez simplemente le gustaba la idea de lucir algo hecho por su propia hermana en el día más importante de su vida. Aun así, no puedo evitar preguntarme si esta es realmente la conexión que siempre deseé, o si solo soy una pieza más de su espectáculo.
Dejo el teléfono en la mesita, sintiendo una mezcla de orgullo y desconcierto. Me pregunto si este encargo es una señal de algo más, una forma de Fiorella de mostrarme que, a pesar de nuestras diferencias, quiere que estemos unidas en este momento de su vida. Respiro hondo, dejando que la familiaridad de este viejo conflicto interno se asiente, puede que aún no sienta que este piso es mi hogar, pero quizá diseñar este vestido me ayude a encontrar un lugar, no solo en Filadelfia, sino en mi propia familia.
Con esos pensamientos, decido empezar a desempacar.
Cada prenda, cada objeto personal que saco de la maleta me recuerda quién soy y de dónde vengo, quizás este es solo un nuevo comienzo, y aunque no sé qué esperar, haré todo lo posible por encontrar un espacio para mí, incluso si eso significa volver a aprender a vivir en esta ciudad y, tal vez, a comprender mejor a mi propia familia.
Había pasado buena parte del día limpiando, ordenando, y dándole vida a cada rincón de mi nuevo hogar, ahora, al ver el resultado, sentía una satisfacción genuina, todo estaba en su sitio, y los espacios se sentían frescos, míos. Filadelfia quizás no era Nueva York, pero esta era una oportunidad para crear un espacio que realmente reflejara quién era ahora.
Me permití unos minutos más para admirar el trabajo antes de darme una ducha caliente que parecía lavar no solo el cansancio del día, sino también cualquier rastro de la mudanza y la nostalgia que traía consigo. Me vestí con ropa cómoda, unos jeans y una camiseta, alistándome para una pequeña expedición por la ciudad, tomé el bolso, las llaves del auto y salí con una lista de compras en mente.
Primero pasé por algunas tiendas de decoración.
Filadelfia tenía algo especial, pequeñas tiendas de barrio con piezas únicas que invitaban a hacer de cada rincón algo especial. Compré unos cuadros que me llamaron la atención, un par de floreros de cristal y unas cortinas en tonos suaves para que la luz entrara de manera cálida y natural. Las flores frescas eran esenciales, siempre me han encantado las lilas y las rosas, y en mi piso de Nueva York solía tener siempre un ramo en la mesa. Ahora, sería una tradición que traería aquí también.
Luego pasé por una tienda de telas. Mis dedos recorrieron las diferentes texturas y colores, y terminé eligiendo algunas muestras para los bocetos del vestido de Fiorella. Me tomé el tiempo de imaginar cómo lucirían en el diseño que tenía en mente, dándole vueltas a la idea de que, por primera vez, haría algo significativo para mi hermana mayor.
Finalmente, llegué al mercado. Caminé por los pasillos llenando el carrito con todo lo que necesitaba: frutas frescas, vegetales, algo de café fuerte, imprescindible para las largas noches de diseño y, claro, más flores para la casa. En un impulso, compré también una botella de vino blanco; una pequeña celebración privada por este nuevo comienzo.
Al salir, me detuve al ver una heladería que me llamó la atención. Fue como un pequeño regalo inesperado al final de la tarde, y no me resistí. Entré y pedí un helado grande, de chocolate, desde niña, el helado ha sido uno de mis placeres secretos; y el chocolate, mi debilidad.
Me senté cerca de la ventana, disfrutando cada cucharada mientras observaba cómo el cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados y rosados, el sol descendía con calma, llenando la calle de esos colores tímidos que pronto se tornarían vibrantes, anunciando que el día se estaba despidiendo.
Sentada allí, sentí una paz que no esperaba. Los atardeceres de Filadelfia tenían un encanto suave, distinto al bullicio de Nueva York, en ese momento, sentí que quizá el regreso no sería tan malo. Era una oportunidad para reconectar con esta ciudad que una vez llamé hogar, pero desde una perspectiva nueva, con los ojos de alguien que ha crecido, que ha cambiado.
Cuando terminé el helado, miré mi lista, estaba completa.
Regresé al coche y emprendí el camino de vuelta, con una sensación de energía renovada y una calma que se extendía por cada parte de mí cuerpo. Quizá, después de todo, Filadelfia tenía un lugar especial guardado para mí.
Con un suspiro profundo, manejo por las calles de la ciudad mientras el cielo se oscurece y las primeras estrellas empiezan a asomar. Al llegar, siento una mezcla de cansancio y satisfacción, coloco cada bolsa sobre la encimera y comienzo a organizar las compras. Guardar cada cosa en su lugar es un pequeño ritual que me hace sentir en control de este espacio nuevo.
Lavo la fruta y las verduras, observando el color vibrante de cada pieza mientras las coloco en un frutero de vidrio en el centro de la mesa. Desinfecto los floreros de cristal y acomodo las flores que compré, lilas y rosas frescas, sus colores añaden un toque suave a la estancia, dándole vida y calidez, coloco un ramo en la mesa del comedor y otro en la sala, donde llenan el aire con un aroma delicado y familiar.
Luego, cambio las cortinas, viendo cómo los pliegues caen suavemente desde la ventana, y me preparo algo ligero para cenar. Organizo las muestras de tela sobre la mesa, junto con mi block de trabajo y mis colores, anticipando la sesión creativa que tengo en mente para el vestido de Fiorella.
Me siento en la isla de la cocina y ceno rápidamente. Después de lavar los platos, apago las luces de la cocina y me dirijo a la sala, allí, bajo una lámpara de pie, me acomodo en el sofá y examino las telas una vez más, dejando que la textura y el color de cada una despierten ideas en mi mente.
Tomo un lápiz y empiezo a trazar las primeras líneas del vestido. Cada línea, cada detalle, va dando forma a la idea que tengo en la cabeza, un diseño elegante pero moderno, algo que combine su carácter sofisticado y su personalidad fuerte.
Pasan las horas sin que me dé cuenta. Es casi medianoche cuando reviso el reloj y me sorprende ver cuánto tiempo ha pasado, he estado dibujando y pintando durante horas, pero estoy orgullosa del resultado. Imagino la reacción de Fiorella cuando lo vea, y espero que le guste tanto como a mí, por un momento, la imagen de mi hermana usando este vestido se queda en mi mente, como una especie de unión, de hermandad silenciosa entre nosotras.
Reúno mis materiales y guardo todo cuidadosamente, apagando las luces en el proceso. Me dirijo al baño para lavarme los dientes, sintiendo el cansancio acumulado del día, pero también una emoción renovada, mañana es mi primer día en una de las empresas de diseño más importantes de la ciudad.
Estoy nerviosa, pero también decidida; quiero dar lo mejor de mí y aprovechar esta oportunidad para demostrar lo que soy capaz de hacer, para poner en juego todos mis años de estudio y preparación.
Me meto en la cama, el cuerpo pesado, pero la mente llena de pensamientos de lo que será este nuevo comienzo. A medida que cierro los ojos, las imágenes de bocetos y telas se desvanecen poco a poco, reemplazadas por el sueño que llega con una mezcla de emoción y nerviosismo.
Mañana sería un día importante, y estaba lista para enfrentarlo, llena de ilusiones y ambiciones.