Savina
Mi primer día de trabajo había sido largo y extenuante, pero había amado cada segundo de ello, la emoción de estar en un lugar tan dinámico y lleno de creatividad hacía que el cansancio se disipara con cada nuevo espacio que exploraba. Alessandro Grimaldi, el dueño de este vasto imperio de diseño, fue quien se encargó personalmente de mostrarme cada rincón del lugar.
No era algo que esperaba de alguien de su posición, pero parecía genuinamente interesado en que entendiera no solo cómo funcionaba la empresa, sino también la visión detrás de cada detalle.
Comenzamos con un recorrido por los talleres, donde el sonido de las máquinas de coser, el aroma de las telas recién cortadas y la concentración de los artesanos me rodeaban como si fuera el centro de una sinfonía de creatividad. Alessandro me explicó cada proceso con una dedicación que denotaba su amor por el oficio, y yo absorbía cada palabra, cada gesto, intentando retener todo lo posible.
Luego, me llevó a la planta de producción. En contraste con la quietud casi reverencial de los talleres, la energía aquí era vibrante, con equipos trabajando en sintonía, como si todos fueran parte de una coreografía cuidadosamente ensayada.
Alessandro me hablaba de su idea de cada etapa, de cómo él imaginaba el camino de una prenda desde la idea inicial hasta su llegada a las manos de un cliente. Noté cómo su mirada se encendía al hablar de su trabajo, y fue imposible no admirar la pasión que impregnaba en todo lo que hacía.
Finalmente, llegamos a la que sería mi oficina.
Era luminosa y espaciosa, decorada con un estilo moderno pero acogedor, con amplias ventanas que daban vista a la ciudad, Alessandro se apoyó en el marco de la puerta, observándome mientras yo recorría la habitación con una sonrisa que apenas podía contener. Compartíamos una visión similar sobre el diseño, sobre la importancia de cada detalle, y eso había hecho que congeniáramos desde el primer momento.
Había algo en él, en su manera de ver el mundo y de hacerme sentir bienvenida, que me hacía pensar que, en este lugar, podría crear algo realmente especial.
Mi ahora nuevo jefe, me dedicó una última sonrisa antes de dejarme en mi nuevo espacio de trabajo, y mientras cerraba la puerta tras él, me quedé mirando la habitación con una mezcla de emoción y gratitud.
Había sido un día intenso, pero sabía que había encontrado un lugar donde podría crecer y desafiarme.
Al llegar a casa, apenas tuve tiempo de tomar una ducha rápida, me sentía agotada después de un día tan largo, pero el evento de esta noche me exigía mantener la energía. Al salir de la ducha, me sequé y me coloqué el vestido que había dejado seleccionado, una creación propia que, en mi mente, representaba todo lo que yo era.
El vestido era de un tono dorado suave, largo y elegante, con un corte que abrazaba mis curvas de forma sutil. En la parte delantera, el escote era discreto, manteniendo la sofisticación, pero en la espalda el diseño se desplegaba, dejando la piel al descubierto con una caída impecable que le daba un aire seductor y sofisticado, la tela terminaba en una ligera abertura en el muslo, un detalle que aportaba un toque de sensualidad sin robarle clase al conjunto y lo amaba.
Me solté el cabello, dejándolo caer en ondas suaves que caían sobre mis hombros y acentuaban la apertura en la espalda del vestido, el toque final fueron unos tacones dorados que combinaban a la perfección, estilizando mis piernas y completando el look.
Al tomar mi bolso y salir, una pequeña sonrisa cruzó mi rostro.
Aunque era un evento en casa de mis padres, un lugar que conocía desde siempre, esta vez iba con un propósito distinto. Iba como alguien que había empezado a abrirse camino por su cuenta, y que, con cada paso en esos tacones dorados, estaba dejando atrás el peso de las expectativas familiares y mostrando quién era realmente.
Al llegar a la mansión de mis padres, iluminada y lista para recibir a todos los invitados, respiré hondo antes de bajar del auto.
El lugar estaba decorado con una majestuosidad que superaba incluso mis expectativas, cada rincón de la mansión brillaba con luces estratégicamente colocadas, reflejándose en los arreglos de flores frescas y en los candelabros que colgaban del techo, dándole al salón un aire casi de cuento. Al entrar, vi a mis padres y a Fiorella ya ocupados con los invitados, inmersos en conversaciones animadas, moviéndose de un lado a otro mientras saludaban y sonreían con una naturalidad digna de quienes están acostumbrados a ser el centro de atención.
Me acerqué a ellos y los saludé con una sonrisa cordial antes de que se perdieran en la siguiente conversación, no era el recibimiento cálido que esperaba, pero tampoco me sorprendió; al fin y al cabo, esta noche no era sobre mí. Mientras Fiorella saludaba a todos con la elegancia de una reina y se movía con una gracia impecable, no pude evitar notar lo espléndida que lucía, llevaba un vestido de alta costura que parecía haber sido hecho solo para ella, irradiaba esa presencia imponente que siempre la había caracterizado.
Miré a mi alrededor, buscando con la mirada al prometido de Fiorella, aunque no tenía idea de quien era o como lucia, se suponía que debería estar a su lado, pero nada me dio indicios de que podía estar aquí. Tomé una copa de champaña de una bandeja cercana, dejando que el burbujeante líquido acariciara mi paladar mientras observaba el ambiente.
La música suave, las risas y las conversaciones de los invitados me rodeaban, y aunque era parte de todo aquello, también me sentía un poco ajena, como si estuviera viendo una obra de teatro desde la última fila.
Con la copa en la mano y una ligera sonrisa en el rostro, me quedé allí, absorbiendo cada detalle de la noche, consciente de que, aunque no fuera mi momento, estaba disfrutando de poder observar todo desde otra perspectiva.
Esta cena había sido organizada en honor a la alianza entre dos familias importantes, un evento de esos que requerían vestidos elegantes, sonrisas bien ensayadas y la habilidad de representar el papel adecuado. Después de una buena cantidad de ellas, podría decir que estaba acostumbrada a estas reuniones; sabía cómo cumplir con las expectativas de ser la hija modelo, mientras que Fiorella, en su vestido blanco inmaculado y con su sonrisa deslumbrante, disfrutaba siendo el centro de atención.
El salón estaba lleno de figuras importantes, y todo parecía transcurrir de forma monótona, las conversaciones fluían entre risas y copas de vino, yo, sonreía en automático, deseando que la velada terminara pronto.
Pero, en medio de la música suave y las voces que se entremezclaban, una figura masculina cruzó el umbral del salón, y en ese instante, el aire cambió.
El hombre avanzaba con una elegancia natural y la seguridad de quien está acostumbrado a dominar cualquier espacio. Su presencia imponía respeto y atracción a partes iguales, y no pasó ni un segundo antes de que las miradas se posaran en él y los murmullos llenaran el salón, siguiendo cada uno de sus pasos.
Había algo en su forma de moverse, en su porte firme y seguro, que dejaba claro que no era alguien fácil de ignorar.
Entonces, lo vi.
Y en ese instante, sentí cómo el mundo se detenía. El aire se volvió espeso, y un temblor súbito se apoderó de mis manos, que apenas logré controlar.
Era él.
El hombre que me había dejado marcada con una mezcla de deseo y desconcierto desde aquella noche en el club, el que había logrado abrirse paso en mis pensamientos y había quedado impreso en mi memoria, etiquetándolo como un recuerdo sublime de la mejor noche de mi vida. Y ahora, inexplicablemente, estaba aquí, caminando al lado de mi padre, su mirada igual de intensa, su presencia igual de abrumadora.
Aunque no me miraba directamente, podía sentir el peso de su cercanía, la intensidad de su aura.
Mis pensamientos se arremolinaban y se mezclaban con los recuerdos de aquella noche en Nueva York, la fuerza de sus brazos, el calor de sus labios en mi piel, la conexión que habíamos compartido, aunque apenas nos conociéramos. Aquello había sido una especie de aventura de ensueño, algo que pensé que nunca se repetiría.
Y ahora, esa misma presencia estaba frente a mí, tan cerca y tan imposible de ignorar.
Me quedé inmóvil, con el pulso acelerado, entre la sorpresa y la confusión. ¿Qué hacía aquí, en la casa de mis padres? ¿Qué conexión podría tener con ellos? Las preguntas se acumulaban en mi mente sin respuestas, mientras mi cuerpo reaccionaba instintivamente a su presencia.
Mi padre, pronunció su nombre con orgullo, Massimo Berlusconi. El nombre resonó en mis oídos como un trueno, y la sala estalló en aplausos, pero yo, sentí que el suelo cedía bajo mis pies.
Massimo.
Finalmente, tenía un nombre, y ahora, las piezas del recuerdo tomaban forma en mi mente con una claridad perturbadora. Ese hombre, el que me había dado una noche de libertad y pasión en Nueva York, no era un desconocido más. Era Massimo, el hombre que mi familia veía como un aliado poderoso y en quien mi padre evidentemente confiaba lo suficiente como para entregarle su tesoro más preciado.
Mientras los aplausos y los saludos continuaban, él no me miró más allá de ese primer instante, pero la tensión era innegable, como una llama que había estado latente y ahora se avivaba con cada segundo. Dios, apenas podía mantener la compostura, atrapada entre el recuerdo y la amenaza que Massimo representaba ahora.
A su lado, Fiorella sonreía, completamente ajena a la tormenta que se desataba dentro de mí o de todo el maldito lugar.
Mi pulso martilleaba en mis oídos y mis pensamientos eran un torbellino de dudas. Massimo no era una sombra del pasado; ahora, parecía estar de nuevo en mi vida, y no como el amante fugaz que había conocido, sino como alguien mucho más sombrío.
Joder, la revelación cayó sobre mí como un jarro de agua fría.
Él era el prometido de mi hermana, el hombre del que tanto me había hablado con entusiasmo, aquel con quien planeaba compartir su vida. No podía creer que no hubiera atado los cabos antes, que no le hubiera preguntado siquiera su nombre aquella noche o pedido una maldita foto.
Me sentía una completa idiota por haber pasado por alto tantos detalles.
Observé a Fiorella, que conversaba ajena a todo, con su característica sonrisa despreocupada y segura. Parecía ser la reina del lugar, rodeada de halagos y risas, mientras tanto, Massimo se mantenía en el centro del salón, firme y sereno, como si todo estuviera bajo su control. Su mirada recorrió el espacio sin prisa, y, aunque no se cruzó directamente con la mía, podía sentir la tensión en el aire, como un hilo invisible que conectaba cada uno de sus gestos a mis reacciones.
El eco de su nombre aún resonaba en mi mente, hundiéndose más con cada mirada furtiva que me sorprendía lanzándole, con cada latido frenético que sentía en el pecho. Él, Massimo, el hombre que había dejado una marca imborrable en mi memoria, era ahora el futuro marido de mi hermana.
La magnitud de esta revelación me oprimía, y cada segundo que pasaba hacía la situación más irreal.
Intenté recuperar la compostura, pero fue inútil. Mi mente estaba atrapada en los recuerdos de aquella noche y en el conflicto que surgía ahora que sabía quién era.
La cena continuaba, pero mi mente estaba en otro lugar, perdida en un torbellino de pensamientos. Las risas, las conversaciones y hasta la voz de mi padre parecían lejanas, amortiguadas por el caos que se arremolinaba en mi cabeza, cada segundo que pasaba frente a él hacía que las memorias de aquella noche me atraparan más y más, desdibujando todo lo demás.
Finalmente, incapaz de seguir soportándolo, me levanté y me dirigí a una de las terrazas, buscando un respiro, un momento para recomponerme. La brisa fresca acarició mi piel cuando me apoyé en la baranda, y cerré los ojos, tratando de calmar el temblor en mis manos.
Tomé una bocanada de aire, esperando que la noche me diera algo de claridad.
Pero, en lugar de eso, el aire cambió de nuevo.
Su voz se deslizó en mi oído, suave y llena de una familiaridad peligrosa, encendiendo cada fibra de mi ser.
―Hola, conejita― susurró, con ese tono bajo que recordaba tan bien, ese mismo tono que me había hechizado aquella noche.
Mi cuerpo reaccionó antes de que pudiera procesarlo, cada centímetro de mi piel se erizó y un estremecimiento me recorrió como una corriente imparable. No necesitaba voltear, el peso de su mirada era tan palpable como si me estuviera tocando.
Tan cerca.
Sentí sus pasos, cada uno resonando como un eco que iba llenando el silencio a mi alrededor. Estaba tan cerca que podía percibir el calor que irradiaba, un calor abrasador que parecía envolverme, arrasándolo todo a su paso. Era como si su mera presencia alterara el aire, volviéndolo más denso, más cargado, hasta el punto en que me costaba respirar.
―Nunca imaginé que nos encontraríamos de esta forma― añadió, y en su voz había una mezcla de sorpresa y algo más, algo que me desarmaba.
Me aferré a la baranda, tratando de mantener la compostura, de no dejar que él viera el efecto que sus palabras tenían en mí. Las emociones se agolpaban en mi pecho, entre el desconcierto y la atracción abrumadora que seguía ejerciendo sobre mí, y me quedé en silencio, incapaz de decidir si quería enfrentarlo o si prefería huir lejos.