Capitulo 13

3143 Words
Savina ― ¿A dónde crees que vas, conejita? Su voz resonó detrás de mí, suave, pero cargada de una amenaza velada. Un escalofrío recorrió mi cuerpo como un latigazo, erizando cada centímetro de piel. Me congelé. ¿Cómo demonios sabía? ¿Cómo me encontró? Giré lentamente, mi corazón retumbando con fuerza. Massimo estaba allí, con su postura relajada, pero con esos ojos que parecían capaces de atravesar mi alma. ―Lo siento, no hay pasajes disponibles por el momento para el destino que solicitó― dijo la chica del mostrador, sin mirarme, con un tono mecánico. Asentí en silencio, pero sabía que era mentira. No podía correr, no podía escapar. Él ya había tomado el control de todo. Massimo cerró la distancia entre nosotros con pasos tranquilos, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Antes de que pudiera reaccionar, su mano fuerte se posó en mi cintura, inmovilizándome con un agarre firme pero no brusco. ―Vamos a casa― dijo con una sonrisa que cualquier otro podría haber considerado encantadora, pero que para mí era un recordatorio de lo ineludible de su poder. Tomó mis documentos de la mano y los deslizó sobre el mostrador con una calma irritante, dedicándole a la chica una mirada que consiguió lo que yo no pude, su total atención. Yo estaba muda. Las palabras chocaban unas contra otras en mi cabeza, una tormenta de pensamientos inconexos que no podía ordenar. Ni siquiera me atrevía a resistirme. No ahora. Cuando salimos del aeropuerto, el frío del aire exterior me golpeó, devolviéndome un poco de claridad. Vi el auto de Massimo estacionado cerca, brillante bajo las luces amarillas del lugar. ―Tengo mi auto― dije rápidamente, aprovechando un instante en el que aflojaba su agarre. Señalé vagamente hacia otro sector del estacionamiento―. Está por allá. Massimo se detuvo. Por un momento, pensé que lo había convencido, que me dejaría ir, pero, cuando giró hacia mí, su expresión había cambiado. Esa sonrisa encantadora había desaparecido, sustituida por algo mucho más oscuro, algo que me hizo desear no haber hablado. ―Te irás conmigo― sentenció, sin dejar espacio para réplica. ―Pero… ― intenté protestar, pero no me dejó terminar. En un movimiento que me dejó sin aliento, acortó la distancia entre nosotros. Su cuerpo estaba tan cerca que podía sentir su calor envolviéndome, su aliento rozando mi piel. Mi corazón latía frenéticamente, cada latido como un tambor dentro de mi pecho. ―Las chicas buenas obedecen, Savina― susurró contra mi oído, su voz baja, peligrosa, cargada de una intensidad que me hizo olvidar cómo respirar. Mis piernas temblaron. Quise salir corriendo, pero sus manos me mantenían pegada a él, como si supiera que incluso el menor espacio me daría una oportunidad para escapar. Sin apartar sus ojos de los míos, extendió una mano hacia mi bolsillo. Antes de que pudiera detenerlo, tomó las llaves de mi auto y las lanzó por encima de mi hombro. Escuché un ruido seco cuando alguien las atrapó detrás de mí. ―Encárgate― ordenó Massimo sin siquiera mirar al destinatario de sus palabras. Me atreví a girar ligeramente la cabeza y vi a un hombre alto, vestido de manera discreta, con un aire tan intimidante como el de Massimo. No necesitaba preguntar para saber que formaba parte de su red, de su control. ―Massimo, por favor… ― mi voz tembló, y odié cómo sonaba, pequeña, indefensa. Él inclinó la cabeza ligeramente, como si estuviera evaluando mi súplica. ―No vuelvas a intentar huir, conejita― dijo finalmente, con un tono tan suave que casi sonaba cariñoso, pero que no dejaba lugar a dudas. Este no era un consejo; era una advertencia. Sin más, me tomó del brazo con la misma firmeza tranquila de antes y me guio hacia su auto. El sonido de mis pasos resonó en el silencio del estacionamiento, una marcha inexorable hacia un destino que ya no podía evitar. Me senté en el asiento del copiloto con la respiración contenida, como si eso pudiera disminuir la tensión que llenaba el auto. Massimo se inclinó sobre mí, su proximidad sofocante, y abrochó mi cinturón de seguridad con una precisión lenta, como si cada clic del mecanismo fuera una sentencia. Por un momento, me quedé paralizada, incapaz de moverme mientras su mirada se fijaba en la mía antes de regresar a su lado. Él no dijo nada. Yo tampoco. El motor ronroneó suavemente cuando encendió el auto, pero el aire entre nosotros era cualquier cosa menos suave. Era denso, cargado, como si ambos supiéramos que las palabras no eran necesarias para intensificar lo que ya estaba allí. Los veinte minutos del trayecto fueron una tortura silenciosa. Miré por la ventana, intentando encontrar algo, cualquier cosa, que pudiera distraerme, pero la opulencia de las calles por las que nos adentrábamos solo hacía más evidente hacia dónde íbamos. Su mundo. Cuando finalmente giró hacia una entrada flanqueada por altos árboles y un portón ornamentado, mi corazón dio un vuelco. La mansión era imponente, incluso desde el auto. Más grande, más intimidante que cualquier cosa que hubiera conocido, incluso la casa de mis padres. Cada centímetro de la propiedad parecía gritar poder. Massimo estacionó justo en la entrada principal y salió del auto. No hubo prisas en sus movimientos mientras rodeaba el vehículo para abrir mi puerta, por un momento, lo observé. La facilidad con la que manejaba todo esto, como si el control absoluto fuera tan natural para él como respirar. Extendió su mano, y sin saber por qué, la tomé. ―Vamos― dijo, con una voz baja que era más una orden que una invitación. La entrada de la mansión me dejó sin aliento. Si el exterior era impresionante, el interior era un despliegue majestuoso de riqueza y dominio. Pisos de mármol n***o brillaban bajo la tenue luz de los candelabros, y cada mueble, cada detalle, parecía haber sido diseñado para reflejarlo a él. Era elegante, masculino, y poderoso. Massimo no se detuvo a admirar lo que yo estaba viendo. Me llevaba como si todo aquello fuera una extensión de sí mismo, algo que no necesitaba explicación. Subimos una escalera de marmol que parecía interminable, con mi bolso en una de sus manos y mi muñeca atrapada en la otra. Mi mente trataba de procesar lo que estaba ocurriendo, pero todo se desdibujaba entre la sensación de su agarre y la opulencia que me rodeaba. Cuando finalmente se detuvo, estábamos frente a una puerta grande de madera oscura. Su mano se posó en la manija, y con un movimiento deliberado, la abrió. ― ¿Qué estamos haciendo, Massimo? ― logré preguntar, mi voz un susurro cargado de incertidumbre. No respondió. Con una mano firme en mi espalda baja, me guio hacia dentro. La habitación era tan impresionante como el resto de la casa, pero había algo más aquí. Algo personal. El aroma de madera y cuero llenaba el aire, mezclado con un rastro de su colonia. El espacio era amplio, dominado por una cama grande con sábanas oscuras y detalles minimalistas, pero de lujo. Cada rincón parecía susurrar su nombre. ―Te quedarás conmigo― dijo, cerrando la puerta detrás de nosotros con un clic que resonó en mi pecho. ― ¿Qué? ― pregunté, con una mezcla de incredulidad y temor. Él se quitó la chaqueta con una calma casi ensayada, dejándola caer sobre una silla cercana. Sus movimientos eran lentos, deliberados, como si supiera exactamente cómo me afectaba esa falta de prisa. ―Dije… ― su voz era un murmullo bajo, cargado de autoridad mientras comenzaba a arremangarse la camisa, revelando sus antebrazos con la misma precisión calculada. Sus ojos nunca dejaron los míos, ni siquiera cuando pasó el dedo índice por su labio inferior. Un gesto tan casual, pero que me hizo odiar la reacción que encendió en mi cuerpo―. Te quedarás conmigo. ―Pero, ¿por qué? ― pregunté, intentando desesperadamente encontrar una lógica en todo esto, una que no me hiciera sentir atrapada. Massimo dio un paso hacia mí, y el aire pareció volverse más pesado. ―Porque yo lo digo― respondió, con una simpleza que hizo que sus palabras resonaran con una intensidad devastadora. De golpe el sonido de la tela rasgándose, me sobresalta, llenando el aire cuando los botones vuelan por todas partes, dispersándose a nuestro alrededor. Por un segundo, solo un momento en el tiempo, estoy demasiado aturdida para reaccionar. Por un segundo, lo miro con ojos salvajes, como si eso hiciera esta situación un poco más comprensible. No lo hace. Un segundo es todo lo que necesita para quitarme la chaqueta y lo que queda de mi vestido, dejándome en sujetador y bragas. Una ráfaga de aire envuelve mi piel y mi corazón retumba en mis oídos. Mi ropa cae al suelo, devolviéndome a la realidad, a esta habitación. A él y su presencia abrasadora. Cruzo ambos brazos sobre mi pecho, brazos temblorosos, y jodidamente cubiertos de piel de gallina. ― ¿Qué mierda estás haciendo? ― mi voz es simplemente un susurro, sin intentar sonar enojada. Debería estarlo; en el fondo de mi corazón, sé que debería estarlo, pero ni siquiera puedo reunir el coraje para hacerlo. Hay algo en la forma en que rasgó mi ropa que me debilita en las piernas; me sorprende que pueda permanecer de pie. Y lo odio. ―Demostrándote que cuando hablo, lo hago enserio― agarra mis brazos y los empuja a ambos―. He sido claro contigo, Savina. Pero si no lo entiendes, estaré más que dispuesto en recordarte lo obvio. ― ¿Y eso que sería? ― su fuerza está causando estragos. Es del tipo del que no puedes escapar incluso si lo intentas. Es el tipo que sacude mis muslos y me convierte en una marioneta. Pero del tipo placentero. ―Que me perteneces. Massimo envuelve una mano alrededor de mis muñecas y las aprisiona detrás de mi espalda. Mis pechos quedan a la vista, expuesto a la intensidad de su mirada. ―Tienes unas tetas preciosas, ¿lo sabías? ― se relame los labios como si estuviera a punto de sumergirse en una comida mientras desabrocha la correa de mi sujetador. Mis pechos se derraman con un suave rebote, y la mirada en sus ojos, se oscurece como si estuviera a punto de devorarme. Poseerme. Consumirme. No, no. ―Para…― me ahogo con las palabras, mi voz es tan débil que es patética. Enrolla un dedo alrededor de un pezón y lo tuerce con tanta fuerza que jadeo y gimo al mismo tiempo ―Déjame decirte algo, conejita…― se calla y me mira, torciendo mi pezón de nuevo y haciéndome inquietar con la necesidad de contener los sonidos arañando por escapar―. Desafiarme tiene sus consecuencias― hace una pausa, pellizcando de nuevo hasta que el dolor se apodera de todo mi cuerpo y mis terminaciones nerviosas―, y eso implica romperte, como la buena chica que eres. ―Massimo... ― mi voz es entrecortada, fragmentada, y no tengo idea de lo que quiero decir. Su nombre se siente extraño en mis labios, muy nuevo, enloquecedor. No pensé que volvería a decirlo, no después de dos años. No cuando era un fantasma de una noche. ― ¿Quieres venirte, conejita? Mi garganta se siente seca y soy incapaz de dejar de sentir las sensaciones que está provocando en mi cuerpo, en mi entrepierna adolorida. No me detengo a pensar en el hecho de que me está atrapando y bloqueando cualquier salida que pueda tener. Esto es tan jodido. Nosotros no deberíamos estar sucediendo, él no debería haber hecho lo que hizo. Joder, yo no debería haberme quedado tan tranquila cuando decidieron por mí, pero, aquí estoy hecha un desastre y asintiendo lentamente. ―Voy a necesitar palabras― murmura. Lo miro de forma suplicante, o eso es lo que espero de todos modos, estoy bastante segura de que lo estoy mirando. ―No lo diré― sostengo. ―Oh, pero quiero escucharlo― pellizca de nuevo y tengo que sostenerme de su pecho―. Podríamos decir que es una deliciosa fantasía que tengo― me muerdo el labio y cierro los ojos, negándome a hacerlo―. Di las palabras Savina, o puedo seguir haciendo esto toda la noche. Lo miro, probando para ver si es real o está jugando conmigo y me siento una idiota, claro que puede hacerlo. ―Solo hazlo― me pellizca tan fuerte el pezón que casi lloro. Pero, eso también trae una gran excitación entre mis muslos temblorosos. ―Ese no es el tono, conejita― susurra―. Dilo bien. ―H-hazme... ― ¿Qué? ―Venir― suspiro la palabra―. Hazme venir. La palabra apenas sale de mi boca cuando me empuja hacia atrás. Grito mientras caigo contra la cama. La sorpresa me deja sin palabras, incapaz de pronunciar una palabra. ― ¿Te das cuenta de lo hermosa que te ves, conejita? Toda abierta y lista para ser tomada por mí. Mis mejillas se calientan. Se arrodilla frente a la cama y separa mis piernas. Jadeo cuando mis bragas se rompen, el sonido de la tela rasgada como un eco sordo. ―Oh, mira eso― pasa el dedo medio por mi humedad. Intento apretar mis muslos, pero los abre con una palmada, haciéndome gritar―. Estás mojada, empapada y lista para ser tomada por tu futuro marido. ―Deja de decir cosas así― murmuro. ― ¿Cosas como cuáles? ― acaricia mi entrada y arqueo la espalda―. ¿Cómo lo duro que voy a follarte hasta que lo único que puedas hacer es rogar por más? ¿Qué tan fuerte voy a hacerte gritar cuando te vengas? ¿O que es momento de que entiendas que serás mi jodida esposa? Si mis mejillas estaban rojas antes, deben haberse vuelto carmesí ahora. Nunca en mi vida pensé que sería llevada al límite tan brutalmente o que estaría tan excitada por las conversaciones sucias. Desde aquella noche, nunca más me había pasado algo como esto. ―Mantén tus manos en la sábana― habla con tanta fuerza que hace que un temblor me baje por la columna―. Si no lo haces, me detendré. Antes de que pueda preguntar o decir cualquier cosa, su rostro desaparece entre mis piernas y desliza su lengua desde mi clítoris hacia abajo. Mi espalda se arquea de la cama ante el contacto. ―Jesús…― jadeo. ―No él, conejita…― emerge, lamiéndose los labios como un león a punto de comenzar su comida―. Yo. Y luego vuelve a lamer rápido y duro. Como si eso no fuera suficiente para volverme loca, su lengua entra y sale de mi abertura sugestivamente, follándome, devorándome. ―Eres tan deliciosa. Podría comerte todo el día. Mil escalofríos explotan en mi columna. Alcanzo su cabello, necesito el contacto, necesito atormentarlo tanto como se está adueñando de mí. Estoy cerca, tan cerca de esa ola. La ola que solo él puede traer. En el momento en que agarro un puñado de su cabello, su lengua se aleja y gimo por la pérdida de contacto. ― ¿Q-qué? ¿Por qué...? ― dios, ni siquiera puedo hablar como un ser humano normal. ―Te dije que pararía si no mantienes tus manos en las sábanas. Suelto su cabello jadeando. ―Seré una buena chica, Massimo― sus ojos se oscurecen con emociones indescifrables. Es como si el azul se volviera n***o, como un agujero oscuro, potente y salvaje dispuesto a tragarte. ―Dilo de nuevo― habla en voz baja contra mi núcleo, y siento las vibraciones en mi piel sensible. ―Seré una buena chica, Massimo― le susurro y eso fue todo lo que necesito. Su lengua arraso contra mi clítoris hipersensible, sin detenerse. Empujándome más y más contra un abismo. Y lo hace con total naturalidad. Mi espalda se endereza mientras me arranca un fuerte orgasmo, escalofríos me atraviesan y explotan por mi piel, mi cuerpo y mis terminaciones nerviosas. No es mi primer orgasmo, pero parece demasiado devastador, posesivo y dominante. Justo con él. Llevo mis manos a mi boca, intentando contener el grito que amenaza con salir, sin embargo, grito cuando golpea con una fuerte bofetada mi coño sensible. Mis ojos se abrieron con sorpresa e incredulidad mientras la cara de Massimo emerge de entre mis piernas. ― ¿Por qué... por qué hiciste eso? ― jadeo a través de mi dolor mezclado con agonizante placer. ―La próxima vez que escondas tus gemidos o gritos de mí, lo que te hare será peor que una bofetada en el coño― murmura, con los ojos oscurecidos―. Esta vez conejita, grita para mí. Separa mis piernas, estirándome antes de que sus labios vuelvan a mi clítoris hinchado. Ni siquiera se molesta en tomarlo con calma. Esta vez, la ola me golpea más fuerte y mucho más rápido. Grito, mi cabeza gira hacia atrás y mis ojos se cierran. ―Dios…. Massimo…oh dios mío― muerde mi clítoris y vuelve a lamer, y lo hace en secuencia repetida. Me retuerzo en la cama, mis uñas clavándose en la sábana, incapaz de permanecer callada o quieta. Me está convirtiendo en alguien que ni yo reconozco. En alguien que fui solo con él, mucho tiempo atrás. ―Massimo... ― ¿Qué quieres, mi Savina? ― habla en mi contra, la vibración de su voz me vuelve delirante―. Quizás puedas ser más clara, después de otro orgasmo― me lame de arriba abajo y tiemblo―. Todavía no puedo saciarme de ti y no creo que pueda hacerlo…. nunca. ―Dios…― sale de entre mis piernas y lame sugerentemente sus labios. El hecho de que me esté lamiendo de sus labios, es lo más erótico que he visto en mucho tiempo. ―Te gusta ser mía― aprieta mi muslo más fuerte—. ¿Verdad? No importa lo mucho que lo niegues o te engañes a ti misma. Tu cuerpo, habla por ti. Se sube encima mío, y golpea sus labios con los míos. Massimo nunca se lo toma con calma, ni siquiera estoy segura que sepa lo que es eso. Él, me invade, me conquista y, sobre todo, sabe a mí: ligeramente dulce, y peligrosamente sucio. Soy consciente de que, aunque no lo diga con palabras, yo, tampoco puedo tener suficiente de él. No hay suficientes besos, ni suficientes caricias. Simplemente no hay suficiente. Me muero por más. Mucho más. Pero que me jodan, nunca se lo voy a admitir. ―Sabes a maldito pecado― respira contra mí―. ¿Pero sabes a qué sabrá mejor? Niego, perdida en la intensidad de su mirada. ―A mí.
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