—¿El príncipe?
Aparté mi mano del obsequio y miré a mi madre con miedo cuando me cuestionó. Sus ojos estaban fijos en mí, y podía jurar que por su mente pasaban todo tipo de pensamientos, los cuales en su mayoría, seguramente, eran reales. Mi paladar se sintió pesado, mi pecho latió con fuerza, y sentí una opresión en él. ¿Cómo podría explicarle todo lo acontecido hasta el momento? ¿O debería mentirle? Ninguna de las dos opciones parecía la adecuada.
—Madre… —dije su nombre como una clase de disculpa, ella pareció entenderlo todo.
Sin embargo, en lugar de la reprimenda que temía, mi madre me sorprendió con una leve sonrisa.
—Veamos qué te trajeron —dijo con suavidad.
Nos acercamos juntas a la caja, y con manos temblorosas levanté la tapa. Dentro, cuidadosamente doblado y envuelto en una tela fina, estaba un vestido. No era cualquier vestido; era un vestido n***o con detalles en rojo, hecho con una tela elegante que parecía cobrar vida con el más mínimo movimiento.
Mi madre lo tomó con cuidado y lo desplegó, dejando que la tela fluyera suavemente hasta casi rozar el suelo. Sus ojos se llenaron de una mezcla de asombro y admiración.
—Es impresionante... —susurró, y luego me miró—. Olivia, este es un vestido digno de alguien especial, alguien que está destinado a grandes cosas.
Mis emociones eran un torbellino. El vestido simbolizaba tanto: el poder, el estatus, y el lugar que podría ocupar al lado de Izaro, pero también la complejidad de la situación en la que me encontraba. Sin embargo, mi madre no lo veía así. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y esperanza.
—Madre, ¿no te preocupa lo que esto significa? —pregunté, sintiendo que mi voz apenas salía.
Ella me miró con ternura y acarició mi mejilla.
—La vida es así, Olivia. A veces nos presenta oportunidades disfrazadas de desafíos. Este vestido... es una señal de que eres más importante de lo que crees. Izaro no te enviaría algo así si no viera algo especial en ti. Debes tomarlo como una bendición, no como una carga.
Mis pensamientos estaban en caos. Mientras que yo veía el peso de lo que venía, mi madre solo veía los beneficios. Ella no entendía la lucha interna que me estaba destrozando, la dualidad de mis sentimientos por Izaro y la princesa.
—Te felicito, hija mía —continuó—. Estás destinada a algo grande. Este vestido es solo el comienzo. No temas lo que pueda venir. A veces, el destino nos lleva por caminos que no imaginábamos, pero es nuestra actitud la que determina si los disfrutamos o los sufrimos.
Observé el vestido una vez más. Para mi madre, era un símbolo de prosperidad y oportunidad. Para mí, era un recordatorio de la vida que estaba más allá de mi control. Pero en ese momento, entendí algo: la vida es lo que hacemos de ella. Quizás, como mi madre decía, era hora de ver el lado positivo, de aceptar lo que venía con gracia y dignidad, y encontrar la manera de vivir con ello, en lugar de resistirlo.
—Gracias, madre —dije, aunque aún sentía el peso de la situación, sus palabras me dieron una nueva perspectiva—. Trataré de hacerte sentir orgullosa.
—Ya lo haces, Olivia.
Sonreí levemente y permití que mi madre me ayudara a probarme el vestido. La tela negra, con sus detalles en rojo, se sentía como un abrazo, uno que, aunque pesado, era innegablemente hermoso.
Nos encontramos frente al tocador; sus manos estaban en mis cabellos, peinándome. Me miré fijamente, el maquillaje era sutil y hacía relucir mi piel.
—Quiero tenerlo suelto en esta ocasión —hice saber cuando vi que ella iba a amarrarlo. Mi madre asintió y prosiguió a perfeccionar ya las ondas naturales de mi cabello—. Madre… ¿qué debo hacer?
—¿A qué te refieres? —indagó sin mirarme, todavía con su atención en mi peinado.
Yo la observé a través del espejo.
—¿Crees que sea lo mejor ser su amante? —bajé mi mirada para aclarar mis pensamientos—. ¿No debería mejor casarme?
Mi madre finalmente terminó, y su palma se clavó en mi mandíbula y me hizo levantar la mirada.
—Haz lo que quieras hacer, puedes ser su amante, puedes casarte y olvidarlo. Puedes incluso hacer ambas cosas, yo te apoyaré en todo. Lo único que te diré es que seas inteligente —nos miramos una última vez—. Ya estás lista, es hora.
Mi madre me miró con esa mezcla de orgullo y preocupación que solo una madre puede tener. Asentí, respirando hondo, tratando de calmar el nudo en mi estómago. Las palabras de mi madre resonaban en mi mente: ser inteligente. Sin importar el camino que eligiera, debía hacerlo con la cabeza fría y el corazón fuerte.
Me levanté con cuidado, permitiendo que el vestido cayera en su lugar, ajustándose perfectamente a mi figura. El color n***o y los detalles en rojo resaltaban con elegancia en la tenue luz de la habitación. Era un vestido que demandaba respeto y admiración, uno que me preparaba para lo que estaba por venir.
—Madre, pase lo que pase, quiero que sepas que te agradezco por estar a mi lado —dije, girándome hacia ella.
—Siempre estaré contigo, Olivia. No lo olvides —respondió con una sonrisa cálida.
Me dirigí hacia la puerta, cada paso resonaba en el suelo de mármol, como un eco de mi determinación. Al abrir la puerta, la realidad del evento me golpeó. Este no era solo un baile o una simple presentación; era el anuncio del compromiso del príncipe Izaro y la princesa, y yo, Olivia, iba a estar allí, no como una invitada cualquiera, sino como alguien que estaba atrapada entre la lealtad a su corazón y la responsabilidad hacia su familia.
Bajé las escaleras con calma, pero mi interior estaba en tormenta. Al llegar al gran salón, vi que los invitados comenzaban a llegar, la nobleza y la realeza mezclándose en una sinfonía de colores y conversaciones. Todo el mundo parecía absorto en su propio mundo, pero yo sabía que todos esperaban una cosa: la llegada del príncipe y su prometida, la princesa.
Tomé mi lugar en una esquina discreta del salón, como si estuviera ocultándome en la oscuridad del vestido que llevaba. Pero no podía ocultarme de la realidad. Miré a mi alrededor, buscando una señal, una salida, pero no había ninguna. Este era mi destino.
Finalmente, el heraldo anunció la llegada del príncipe y la princesa. El salón quedó en silencio mientras ambos entraban juntos, sus figuras imponentes avanzando en perfecta sincronía. La unión de Izaro y la princesa era evidente en cada paso que daban, sus manos entrelazadas, simbolizando la fuerza de su compromiso. Todos los ojos se posaron en ellos, incluyendo los míos. Eran la imagen perfecta de la realeza, una pareja destinada a gobernar.
Mientras caminaban hacia el centro del salón, un murmullo de admiración recorrió a los invitados. Era el preludio de lo inevitable, y mi corazón latía desbocado en mi pecho. La realidad de la situación se hacía más clara con cada segundo que pasaba.
Izaro y la princesa se colocaron en el centro del salón, y en ese momento, todos comprendimos lo que iba a suceder. La ceremonia de compromiso estaba a punto de comenzar, y mi papel en la vida de Izaro se desvanecía ante mis propios ojos. Sentí que el aire se volvía más denso, como si todo el salón estuviera presenciando el cierre de un capítulo que nunca podría reabrirse.
El maestro de ceremonias levantó su voz, pronunciando las palabras que sellarían su destino. Las sonrisas y los aplausos llenaron el aire, pero yo solo sentía un vacío profundo en mi pecho. Había perdido, y aunque mi mente lo entendía, mi corazón seguía aferrándose a una esperanza que ya no existía.
La ceremonia continuó, y los dos fueron presentados oficialmente a la sociedad como la pareja destinada a gobernar. La realidad se había impuesto, y mi lugar en este mundo estaba claro, aunque me doliera aceptarlo. Mi madre tenía razón, debía ser inteligente. Y en ese momento, supe que debía alejarme de Izaro, aunque eso me destrozara.
Mientras los invitados seguían celebrando, me moví con cautela, observando a los jóvenes presentes en el salón. A pesar de la tristeza que sentía, mi mente se centró en encontrar posibles prospectos para futuros esposos. No podía permitirme quedar estancada en el dolor de una pérdida; debía mirar hacia adelante, explorar nuevas oportunidades y asegurar un futuro que me ofreciera estabilidad y compromiso.