—Esa no sería una buena opción —una voz femenina dice en mi dirección; al no esperarla, me sorprendo un poco.
Una chica joven se sitúa a mi lado, mirando en la misma dirección que yo hace unos momentos. O bien, mirando en la dirección del varón que estuve observando desde la lejanía. Todavía no me he atrevido a ir más allá con nadie; aunque quisiera, no puedo actuar impulsivamente, este es mi primer baile, no conozco a nadie y, por lo mismo, no sé quién es quién.
—Es un total desastre, la inestabilidad en persona. Puedo decir que, bien, Erickson es de una muy buena familia, pero no creo que sería un buen prospecto para esposo —vuelve a hablar.
La observo de reojo, una chica que bien podría ser de mi edad. Su cabello es n***o profundo y le llega a los hombros, ni más ni menos. Su mirada es perfilada y su estatura es imponente, una chica de buen estatus y educada. Eso parece.
Ella me sonríe ampliamente.
—Vanessa Ortiz, es un placer —se presenta inclinando la cabeza en forma de saludo.
Sé quién es; su padre es un marqués, y aunque el título no es tan pesado en estatus, su familia abarca mucho respeto por todo lo que ha hecho por la nación.
—Olivia Riquelme, el placer es mío —me inclino y me presento.
Su sonrisa se mantiene, y aunque no me incomoda, me hace cuestionar el porqué se acercó.
—Tus intenciones son muy obvias, señorita Riquelme —hace saber, y entreabro mis labios, pero rápidamente me recompongo.
—No sé a qué se refiere, señorita.
Se encoge de hombros, todavía con una sonrisa en su rostro.
—Yo tampoco sé, solo diré que hablando con las personas es como podemos conocerlas, aunque bien no del todo. Puede caminar alrededor del salón, tomar un refrigerio, sonreír suavemente en aceptación a lo que degusta. Tomar algo a tragos cortos y elegantes. Su vestido es despampanante, totalmente hermoso; rápidamente vendrán a hablar con usted, pero si solo los mira, no es una buena estrategia. Los hombres en este mundo nos persiguen a nosotras, no al contrario. De no ser así, no nos veríamos deseables y presentables a sus ojos.
Me quedé muda, pero ella supo que sus palabras serían bien recordadas.
—Vanessa —escuchamos que la llaman a lo lejos. Ella mira en esa dirección y sonríe. Su sonrisa se desplaza nuevamente hacia mí.
—Debo retirarme, espero que nos encontremos en otra ocasión; quizás la invite a tomar el té, si le parece bien.
Fue mi turno para sonreír.
—Por supuesto, estaría encantada.
Sin decir más, se retiró. Yo respiré hondo. La fiesta estaba en pleno apogeo, pero yo había llegado a mi límite. Sin llamar mucho la atención, me dispuse a salir del salón.
El ruido tenue de las conversaciones y la música clásica de fondo quedó atrapado entre las puertas que se cerraron a mis espaldas.
Me alejé del salón principal, buscando un lugar donde pudiera respirar con más libertad. Los jardines exteriores estaban en su punto, iluminados suavemente por faroles que destacaban la belleza de las flores y la tranquilidad del entorno. El frescor de la noche me envolvía, calmando un poco la inquietud que se había instalado en mi pecho desde la conversación con Vanessa.
No me había alejado mucho cuando escuché pasos firmes acercándose. Mi corazón dio un vuelco al reconocer la silueta de Izaro, caminando hacia mí con la misma determinación que lo caracteriza. Su presencia siempre traía consigo una mezcla de emociones que no podía controlar: anhelo, temor, y una innegable atracción que me hacía cuestionar cada decisión.
—Olivia —dijo, su voz baja y suave, cargada con la intensidad que solo él podía transmitir.
—Izaro, ¿qué haces aquí? —pregunté, mirando nerviosamente a mi alrededor—. Alguien podría vernos.
Se detuvo justo frente a mí, demasiado cerca para que fuera apropiado. Su mirada fija en la mía, haciendo que mi respiración se entrecortara.
—Te vi —hizo saber. Supe a lo que se refería, pero era muy cobarde como para admitirlo, y aunque fuera cierto que estaba mirando posibles pretendientes, él era el menos indicado para reclamarlo—, te ves hermosa.
No respondí.
—No deberías estar aquí. Es peligroso para ambos.
Izaro extendió una mano hacia mí, rozando suavemente mi mejilla con el dorso de sus dedos, un gesto que hizo que cerrara los ojos, perdida por un momento en la sensación.
—Te estuve observando —dijo, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente firme como para atravesar cualquier duda.
—No parecía, no le quitabas los ojos de encima a ella… —expresé, sintiendo pena por mí misma. ¿Por qué tuve que decir eso?
Abrí los ojos, enfrentando los suyos. Cada vez que estábamos juntos, el mundo parecía desvanecerse, dejándonos solo a nosotros, pero sabía que ese mundo, con todas sus reglas y consecuencias, seguía allí, esperando un solo error para atraparnos.
—No quiero ser la sombra de tus deseos —murmuré, luchando contra la necesidad de rendirme a lo que sentía por él.
—Eres más que eso, eres la que le da sentido a mis deseos —contestó, inclinándose hacia mí hasta que sus labios casi rozaron los míos.
Retrocedí ligeramente, recordando las palabras de Vanessa y la realidad de nuestra situación. Él acompañó mis pasos, no queriendo alejarse, y yo tampoco quería que lo hiciera.
—Izaro, por favor… —suplico, apenas un susurro. Podía ver la lucha interna en sus ojos, ese conflicto entre el deseo y la razón.
Nuestros labios apenas se rozaron, lo suficiente para que me inclinara por más, pero Izaro se alejó. Asintiendo, dio un paso atrás, aunque sus ojos no dejaron los míos ni por un segundo.
—¿Izaro?
Una voz femenina conocida se escuchó a mis espaldas, y él inmediatamente me abrazó para esconder mi rostro. Podía sentir mi corazón latiendo desbocado, alguien nos había atrapado.