14. Reflejos y Deseos

1258 Words
El día llegó. La princesa, quien debería estar más nerviosa que nadie, parecía serena. Tuvimos la prueba de vestido hace unos días: un majestuoso vestido dorado con n***o. Según sé, irá en semejanza a Izaro, que también portará estos colores en representación de su compromiso. El reflejo de ambas en el espejo me hacía bajar la cabeza constantemente mientras la ayudaba a vestirse. Me sentía insegura frente a ella. Todo lo que ella es me atrapaba en lo que soy y mis limitaciones, y aun sabiendo que tanto ella como Izaro estaban atrapados en contra de sus deseos, y yo tenía la opción de elegir, la envidiaba. —Está hermosa, su alteza —elogí con sinceridad, una vez terminado. Ella me regaló una pequeña sonrisa en agradecimiento y enfocó su atención en su reflejo. Su cabello lacio caía elegantemente contra su espalda, y en la parte delantera adornaba una diadema pequeña y dorada que parecía una corona. Muy sutil, muy armonioso. Su piel blanca contrastaba perfectamente con aquel vestido y los colores que portaba, acentuando lo necesario, y el sutil escote la hacía ver pura, solemne, como una verdadera soberana, a alguien que no le quedaría usar otras ropas. —Han trabajado duro, se los agradezco —dijo con un tono neutral, pero que a la vez contenía una calidez inesperada. Una mujer tan amable, respetuosa, recatada y discreta. No pregunta a no ser que verdaderamente lo amerite y tampoco ha cuestionado nuestras costumbres ni ha mostrado desagrado. Hace poco, algunos de sus familiares, su madre y su hermano, vinieron, y tanto sus vestimentas como las de los vasallos y doncellas que les acompañaban eran muy diferentes. Las damas usaban pantalones holgados, elegantes, con una tela fina y refrescante. Ni siquiera la reina portaba un vestido como siempre he acostumbrado a ver. La princesa llegó aquí vistiendo un vestido y siguió usándolo como si fuera algo propio. Jamás imaginé que sería diferente en su reino. Imagino lo difícil que debe ser para ella usar esos vestidos calurosos. A veces me pregunto si la princesa siente realmente el peso de lo que está por venir. Su serenidad podría ser una fachada, un escudo para enfrentar lo inevitable. Quizás, como yo, ella también esté atrapada en un ciclo de pensamientos, evaluando su vida, su libertad, su destino. Aunque nunca lo diría en voz alta, su mirada a veces parece perdida, como si su mente viajara a un lugar lejano donde las obligaciones no la atenazan. Mientras la observo, no puedo evitar compararme. Yo, con la opción de elegir, de salir de esta habitación, de escapar de todo este juego de poder y política... pero aquí sigo. No por obligación, sino por deseo. A veces me odio por eso. ¿Por qué envidiar a alguien que no tiene opción? ¿Por qué querer estar en su lugar, cuando ella está atrapada, al igual que Izaro, en una jaula dorada? Mis manos tiemblan ligeramente cuando ajusto un último detalle en su vestido. Es casi como si al tocarla, absorbiera un poco de esa serenidad que exuda, pero también un fragmento de su tristeza oculta. Y aun así, no puedo evitar desear estar en sus zapatos, portando la corona invisible que la acompaña. Porque, aunque está atrapada, tiene algo que yo nunca tendré: el corazón de Izaro frente a todos. Mi reflejo en el espejo me resulta incómodo. Mi sencillo atuendo contrasta con su opulencia, pero es más que la ropa lo que me hace sentir tan pequeña. Es la forma en que ella se sostiene, la gracia en cada movimiento, la inevitable realidad de que es ella quien estará a su lado, al menos en los ojos del mundo. Suspiro mientras me alejo del espejo y continúo ayudándola con los últimos retoques. Aunque sé que no debería estar aquí, sé que esta situación me está consumiendo. No puedo apartarme. Estoy atrapada en este triángulo, no por imposición, sino por mi propio deseo. La libertad es un peso extraño cuando no puedes hacer nada con ella. —Usted luce perfecta, alteza —repito en voz baja, intentando mantener la compostura. Ella me lanza una mirada de agradecimiento, pero sigue enfocada en su reflejo. No puedo evitar preguntarme si ella también se siente así, si alguna vez ha soñado con una vida diferente, fuera de las responsabilidades y los compromisos forzados. Pero nunca lo sabré, porque ella es la princesa y yo... solo soy la sombra en la esquina de esta historia. … Me encontré en mi habitación con mi madre buscando entre los vestidos particularmente decentes que tenía. —El lila es el mejor de todos, pero ya lo usaste una vez —dijo mi madre, más para sí misma que en mi dirección. Coloco los vestidos en todas partes para poder observarlos desde un mejor ángulo. —No importa, puedo usarlo nuevamente —expuse sin sentir interés; sea lo que me pusiera, seguiría siendo lo mismo. No iba a destacar de igual forma. —Debimos haberte comprado uno nuevo, pero están tan caros esos vestidos —se lamentó mi madre y se sentó a mi lado—. Casi llegan al precio de una vivienda. Sonreí. Ciertamente, esos vestidos son únicamente para los de alto estatus. Cuestan lo mismo que una vivienda, no una vivienda como se espera, una humilde, pero de todas formas, es mucho dinero que no se debe gastar en cualquier tontería, y menos para esto. —Lo usaré, para eso están, para usarlos cuantas veces sea necesario. Me levanté ahora con más ánimo para transmitírselo a mi madre y me dirigí hacia dicho vestido lila que he usado muchas veces anteriores, pero agradecida de que aún perdure pese a ello. Mi madre no dijo nada, ni siquiera me miraba, se encontraba perdida en sus pensamientos. Su mirada era lejana y en su expresión se podía notar la decepción. Yo no podía hacer nada para desaparecer eso. A menos que me casara con un buen prospecto, eso seguro la pondría muy feliz. Tocaron la puerta, mi madre me miró y pronunció sin ganas: —Debe ser tu padre. Asentí y, dejando el vestido con cuidado a un lado, me encaminé hacia la puerta. A veces nos cuestionamos el porqué de las cosas. Como hijos, el pensamiento o el deseo de haber nacido en otras mejores circunstancias llega, pero para nuestros padres es mucho peor. Pegan fuerte el no haber podido darle unas mejores circunstancias a tu hijo, pese a que el deseo persistía y haber intentado todo cuanto se podía. Suspiré. —Señorita Riquelme —dijo un hombre alto y corpulento que reconocí como el escolta de Izaro. —¿Sí…? —respondí dubitativa. Mi mirada estuvo en su rostro, creo que por demasiado tiempo, ya que cuando habló y enfoqué la caja entre sus manos, fue una sorpresa para mí. —Le mandaron esto. ¿Dónde debo ponerlo? Es pesado —informó, y yo me encontré en una especie de ensoñación—, ¿señorita? —Ah, sí, por aquí —dije finalmente y me hice a un lado para indicarle el lugar. Así lo hizo, se inclinó en mi dirección una vez hecho y se marchó. —¿Qué es eso? —inquirió mi madre, y yo no pude responderle más que: —No tengo idea. —¿Quién lo envió? —cuestionó, y rápidamente vino hacia mí cuando me vi acercando a la caja. Pasé mis manos por la superficie y mi corazón se calentó de emoción y anhelo. —El príncipe Izaro, él lo envió.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD