11. Tormentos de un amor prohibido.

1199 Words
El palacio estaba en un estado de vibrante actividad. Servidores corrían de un lado a otro, preparando cada detalle para el anuncio oficial del compromiso de Izaro y la princesa Seraphine. Yo me encontraba al lado de la princesa, ayudándola con los preparativos de su vestido y joyas. Su sonrisa serena contrastaba con la tormenta interna que sentía. Sabía que debía mantenerme firme y cumplir con mi papel de dama de honor, pero cada vez que veía a Izaro y Seraphine juntos, algo dentro de mí se desgarraba. Lo miraba desde la lejanía, y mi cuerpo se estremecía al recordar las noches en que sus labios se habían encontrado con los míos, sus manos acariciándome y conociéndome en una intimidad que parecía tan real y tan efímera al mismo tiempo. Han pasado varias noches en las que nos hemos tocado mutuamente, donde sus besos se hacían uno con mi piel y yo contra su piel. Me parecía irreal cómo aquel hombre de tan alto estatus compartiera esos momentos solo conmigo, haciéndome sentir tan especial entre sus brazos. Pero se sentía impropio, como si esos momentos no fueran reales, como si fueran como el viento: sentirlo parecía suficiente, pero solo por momentos. Necesitaba que fuera tangible, visible, pero algo en mí no lograba mantenerse en sintonía con mi posición. No habíamos llegado tan lejos; únicamente nos habíamos tocado mutuamente. Izaro no me dio más que eso, por su integridad, por la mía. Sin embargo, cada vez que nos besábamos, sus dedos rozaban mi piel, y mi cuerpo se impulsaba en deseo de más. Lo quería, lo necesitaba desesperadamente. Patéticamente, lo anhelaba como una forma de sentirme más segura ante la presencia radiante de Seraphine, que aguardaba su compañía todas las tardes en los jardines para conocerse mejor. La boda sería dentro de dos meses, y sus majestades buscaban que no fuera una unión tan radical. Dentro de una semana será la presentación oficial de su compromiso, así como el debut de Izaro y la princesa Seraphine. Yo también estaría allí, como debutante, pero aplastada por sus presencias y todo lo que eso significa. Él se preparaba para un futuro que no me incluía, y yo solo podía quedarme al margen, observando cómo mi corazón se desmoronaba lentamente. Mientras el sol se ocultaba lentamente, bañando el palacio con una luz dorada, me encontraba en la terraza, apartada de la animada actividad que dominaba el interior. El jardín, adornado con luces tenues, ofrecía un breve refugio de la realidad que me abrumaba. El frío nocturno me envolvía, pero no conseguía disipar la sensación de vacío en mi pecho. A lo lejos, veía a Seraphine con otras damas y servidores, preparándose para los eventos que precederían su compromiso con Izaro. Su alegría y confianza contrastaban marcadamente con el torbellino emocional que yo atravesaba. Me esforzaba por mantener una sonrisa genuina, cumpliendo con mi deber de dama de honor, pero cada mirada furtiva hacia Izaro y Seraphine me recordaba lo que estaba en juego. El dolor de saber que, a pesar de las noches compartidas y las promesas silenciosas, Izaro y yo estábamos condenados a ser meros ecos en la vida del otro se hacía cada vez más agudo. En los momentos en que nuestros labios se encontraban, sus caricias eran un refugio temporal, un consuelo efímero que se desvanecía con el amanecer. Mis padres, conscientes de mi situación y la importancia de asegurar mi futuro, comenzaron a presionar para que considerara prospectos adecuados para el matrimonio. Ellos veían en el compromiso de Izaro una oportunidad para que yo también buscara una unión que me ofreciera estabilidad y posición, querían para mí algo más grande de lo que ellos habían conseguido. La presión se hacía cada vez más evidente, y aunque intentaba cumplir con mis deberes y mantener la compostura, sentía que las expectativas se sumaban al peso que ya cargaba. Finalmente, la hora de despedir a Seraphine llegó. Me acerqué a la princesa con la máxima elegancia y profesionalismo. —Princesa Seraphine, ha sido un honor asistirla hoy —dije mientras la ayudaba a prepararse para su descanso—. Espero que descanse gratamente, Su Alteza Real. Ella me agradeció con una sonrisa radiante, sin notar el tumulto interior que me agobiaba. Me incliné y me aseguré de que todo estuviera en orden antes de despedirme de ella, deseándole una noche tranquila. Cuando finalmente quedé sola, me dirigí sigilosamente hacia el ala privada del palacio. La ansiedad me acompañaba mientras me movía por los pasillos, evitando ser vista por los guardias y servidores. Sabía que Izaro no se encontraba en su habitación aún, pero el simple hecho de esperarle allí me ofrecía una mezcla de esperanza y desesperación. Llegué a su puerta y la abrí con cuidado, entrando en la habitación oscura. La luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas proporcionaba una tenue iluminación. Me acomodé en un rincón discreto, esperando a que él llegara. Mi corazón latía con fuerza, y cada ruido en el pasillo hacía que me tensara, ansiosa por el momento en que pudiera hablar con él. A medida que el tiempo avanzaba, el silencio en la habitación se hacía más pesado. Me sumergí en mis pensamientos, revisando los momentos compartidos y las palabras que había planeado decirle. La noche se alargaba, y mientras el palacio se sumía en la calma, me preguntaba si podría encontrar una forma de reconciliar mis sentimientos con la realidad de la situación que enfrentaba. Esperar a Izaro en la penumbra de su habitación era un acto de desafío y vulnerabilidad, pero también una forma de mantener viva la esperanza en medio de la desesperación. Finalmente, la puerta se abrió e Izaro no entró solo. Casi al instante se percató de mi presencia, bajé la mirada avergonzada cuando me encontré con uno de sus escoltas. —Puedes retirarte —dijo en dirección a su acompañante, quien acató la orden sin mirar atrás y se retiró. Izaro me miró unos segundos, como si estuviera escaneando el porqué en mi mirada, ya que él siempre, hasta ahora, ha ido a mis aposentos. —Izaro… —dije su nombre dubitativa en el momento en que me levanté y di dos pasos en su dirección, sin embargo, no me acerqué del todo. Él, al ver la duda en mí, rápidamente una sonrisa abordó su rostro. Una sonrisa que reflejaba cansancio por todo lo acontecido en su día, pero también mostraba una bienvenida clara. Abrió sus brazos y yo corrí a acunarme en ellos. Respiré profundo ante su olor y cercanía. Lo necesitaba, no sabía cuánto hasta este momento. —Disculpable, iba a ir hacia ti, una vez que me diera un baño —hizo saber, una vez nos separamos, tomó mi mano y nos guió hacia su cama para que nos sentáramos. —Discúlpame a mí por haber tenido el atrevimiento de venir. Él me acunó nuevamente entre sus brazos y negó. —Siempre serás bienvenida a mí. Sus labios encontraron los míos, un beso suave, lento, probando la disposición de ambos. En respuesta, yo coloqué mis manos en su cabello y lo atraje a mí. —Te quiero… —mascullé contra sus labios.
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