10. Bajo el silencio del deseo

1362 Words
El palacio estaba envuelto en un silencio abrumador, solo roto por el ritmo agitado de mi respiración. La llegada de la princesa me había sumido en una profunda inseguridad. Sentía como si estuviera perdiendo el control, incapaz de cumplir con las expectativas que me había impuesto a mí misma y a los demás. Me sentía inferior, como si mi propio valor se desmoronara bajo el peso de mis inseguridades. El pensamiento de no ser suficiente, de no estar a la altura de lo que se esperaba de mí, me atormentaba. La frustración me ahogaba y el deseo de encontrar una vía de escape me empujaba a actuar impulsivamente. Sin pensarlo, empujé a Izaro hacia atrás con una mezcla de desesperación y necesidad. Lo llevé hasta la cama, donde se tumbó, sorprendido pero sin oposición. Me coloqué sobre él con una determinación desesperada, mi cuerpo se apoyaba sobre el suyo mientras buscaba en sus labios un consuelo que sabía que nunca podría ser mío completamente. Cada beso que le daba estaba cargado de lágrimas y de una angustia profunda. Sentía que mi valor se desvanecía y mi deseo de ser deseada me empujaba a buscar en él lo que no podía tener. Sabía que era un sueño imposible, que el hombre bajo mí nunca podría ser mío en el sentido que anhelaba. Pero eso no impedía que mi desesperación me llevara a entregarme a él de una manera que no podía controlar. Mis manos recorrían su cuerpo con una urgencia dolorosa, como si al aferrarme a él pudiera encontrar una forma de redención, aunque supiera que no sería suficiente. Izaro correspondía a mi entrega con un abrazo que, aunque firme, no podía borrar la tristeza que sentía. En ese instante, entre besos y lágrimas, el mundo exterior desaparecía. Solo existía la necesidad de ser aceptada y el deseo de escapar de mi propia inseguridad, encontrando en el abrazo de Izaro un breve refugio que sabía que no duraría. —Espera, Olivia, detengámonos ahora —Izaro dictaminó, y aunque escuché sus palabras, no fui yo quien nos detuvo, sino sus manos en mis hombros. Me levantó junto con él, yo todavía encima suyo. Las lágrimas salían una detrás de otra y sabía bien lo patética que me veía frente a su presencia. Me miró detenidamente por unos segundos, antes de suspirar y abrazarme. —No quiero hacerte esto, no quiero dañar tu integridad —murmuró contra mí, y nuevamente me agarró de los hombros y me hizo mirarlo—. Si hacemos esto, eso significaría, Olivia. Negué, no queriendo escucharlo. Izaro, con una sonrisa triste, asintió, a la par que sus manos se anclaron en mi rostro para que fuera incapaz de no mirarlo. —Quiero que seas feliz, quiero que encuentres a alguien, te cases, formes una familia. Yo no puedo darte eso. Sus palabras, aunque crueles, fueron realistas, tanto que me sentí avergonzada más que dolida. —Yo te quiero a ti —dije neciamente. —Y yo también te quiero a ti, pero no si es a costa de esto. Te hace daño. Más lágrimas salieron, y plasmé mis manos encima de las suyas contra mi rostro. —Sé mío, Izaro. Por esta noche, hazme sentir que soy la única. Que no hay necesidad de elegir porque soy yo a quien quieres. Únicamente a mí —imploré. Coloqué mis manos en su pecho, y este no respondió. El palacio seguía en silencio, envolviéndonos como si fuéramos los únicos habitantes de un mundo que había decidido desaparecer. Izaro me miró fijamente, sus ojos reflejaban la misma confusión que sentía. Me tomó de las manos y, con un suspiro profundo, me acercó más a su cuerpo. No había palabras entre nosotros, solo el sonido de nuestras respiraciones, acompasadas pero entrecortadas. —No sé si estamos listos para esto, es algo que, si llevamos a cabo, no sabríamos cómo darle un final —murmuró con suavidad, pero su agarre no me soltaba, como si, en el fondo, tampoco quisiera detenerme. Me acerqué a él, mis dedos temblorosos acariciaban su rostro, sus labios. Sentía su piel cálida bajo mis manos, tan real y a la vez tan lejana. En su mirada había miedo, pero también una llama de deseo que correspondía a la mía. Nos estábamos descubriendo el uno al otro, pero no de la forma en que lo habíamos imaginado. —Izaro, yo... —Mis palabras se apagaron cuando sus labios rozaron los míos, un toque suave, casi temeroso. Nos besamos como si estuviéramos explorando un terreno desconocido, sin prisa, sin urgencia. Cada caricia se sentía nueva, como si estuviéramos aprendiendo a conocernos por primera vez. Su tacto era torpe, pero tierno, y el mío, lleno de inseguridad, pero también de anhelo. Nos movíamos lentamente, guiados más por la necesidad de sentirnos cerca que por cualquier impulso carnal. Me recosté sobre él, sintiendo cómo su corazón latía al mismo ritmo que el mío. No había palabras necesarias, solo un entendimiento tácito entre nosotros de que esto era nuevo, inexplorado, y estábamos aprendiendo juntos. Mis manos buscaron su rostro y lo obligaron a mirarme, y fue entonces cuando noté la tensión en sus gestos, el ligero temblor en sus manos que acariciaban mi espalda. No era miedo ni duda lo que veía en sus ojos, sino algo más profundo, algo que no quería admitir en voz alta. —Olivia... —dijo suavemente, su voz cargada de una emoción que no pude descifrar del todo. —¿Qué sucede? —pregunté, apartándome lo suficiente como para estudiar su rostro. No respondió de inmediato, solo me miró como si estuviera debatiendo internamente si debía confesar lo que realmente sentía. Sus dedos trazaron una línea suave sobre mi mejilla, bajando hasta mis labios. Su boca se movió para formar palabras, pero en lugar de hablar, simplemente bajó la mirada, pensativo. —No tienes que decir nada —susurré, no queriendo presionarlo. Se tomó un momento antes de volver a mirarme, sus ojos más serenos ahora, pero con una sombra de vulnerabilidad que nunca antes había mostrado. —Esto también es nuevo para mí —murmuró, casi en un susurro, sin mirarme directamente, como si quisiera que esas palabras desaparecieran tan pronto como las pronunció. Me quedé en silencio, absorbiendo lo que acababa de confesar sin decirlo abiertamente. En su mirada había un eco de mis propias inseguridades, y en ese momento supe que no estaba sola en esto. Ambos estábamos en el mismo lugar, buscando en el otro una respuesta a las preguntas que ni siquiera sabíamos formular. Nos volvimos a besar, esta vez con más delicadeza, con más entendimiento. El silencio del palacio nos envolvía, pero en esa quietud, nuestras acciones hablaban por nosotros. Cada caricia, cada susurro sin palabras era una promesa tácita de que, aunque el futuro fuera incierto, en ese momento estábamos juntos, descubriendo algo que ninguno de los dos había experimentado antes. Sus manos temblaban en el momento en que mi vestido cayó hasta mi cintura y dejó al descubierto mi pecho. Sus dedos exploraron la curva de mi cuello y yo me estremecí ante su toque. Sus ojos me observaron como si estuviera buscando dudas en los míos cuando su toque quiso indagar un poco más abajo, donde los dos bultos no tan prominentes señalaban en su dirección. —Izaro —gemí casi contra su oreja. Mi cabeza reposó en su hombro y sus manos tantearon mis senos; el cosquilleo y el deseo de querer que toque todo lo tangible en mí eran tantos que me vi presionando hacia abajo en el prominente bulto debajo de mí. —Me gusta cómo se siente... —susurré casi sin aire—. Tócame más, más abajo... Como si fuera incitado por mis palabras, sus manos se aferraron a mis caderas, y sus labios se pegaron a mi oreja. —Mírame, Olivia. Levanté mi cabeza y posé mis ojos en él; me encontré ida, atraída, todo por Izaro. Humedeció sus labios antes de pronunciar: —Mantén tus ojos en mí —dijo. Iba a responder con una afirmación, pero un quejido fue más rápido justo cuando sus manos se colaron por debajo de mis faldas.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD