Desde mi ventana, miro el alboroto que inunda el lado del castillo que rara vez llama mi atención. Hoy, los sirvientes, que normalmente se desplazan en silencio, parecen estar inmersos en una actividad febril. La diferencia es inconfundible: el castillo entero parece estar en vilo, como si se preparara para recibir a una dignataria de gran importancia.
Nunca antes había visto una preparación tan elaborada. Los pasillos, usualmente tranquilos, ahora están decorados con flores frescas y la resonancia de los pasos apresurados llena el aire. Todo el castillo parece estar en sintonía con la llegada de la princesa.
Ahí está Izaro, quien, aunque no muestra el mismo entusiasmo que los demás, está claramente involucrado en la preparación. Me pregunto si alguien más se siente tan fuera de lugar como yo. A medida que observo el espectáculo desde mi rincón, me doy cuenta de que, en medio de toda esta expectación, yo soy la única que parece no encajar. El castillo y sus preparativos parecen ser ajenos a mi presencia, dejándome con una sensación de exclusión que no puedo sacudirme.
—¿Qué te parece este color? —mi madre pregunta, sacándome de mi ensimismamiento y dirigiendo mi vista hacia ella y el vestido lila que sostiene en sus manos, mientras yo sigo distraída con lo que realmente me preocupa.
—Me parece bien —respondo sin mucho entusiasmo.
Mi madre entrecierra los ojos y asiente con exasperación.
—Vamos a probártelo, si eso es lo que piensas.
Miro una vez más hacia el exterior antes de bajar del ventanal de mi habitación. Estamos eligiendo el vestido adecuado para recibir a la futura princesa de este reino, yo como su dama de honor.
—No quiero hacer esto, madre… —musito, cerrando la boca en un mohín. Las lágrimas empiezan a asomarse en mis ojos y, aunque intento apartarlas, no lo logro, y me veo derramando lágrimas frente a mi madre.
—¿Qué es lo que quieres entonces? —pregunta, mientras prosigue a ayudarme a ponerme el vestido.
Me mantengo en silencio. ¿Qué quiero realmente? ¿Qué espero de él? ¿Qué busco en un lugar que ya tengo, pero no el que deseo? Me pregunto si lo que siente Izaro por mí es solo una atracción pasajera, como también si mis emociones son tan efímeras como la situación actual.
—No quiero ser impulsiva, inmadura. Quiero ser realista, alguien que pueda estar a su altura aunque sea en las sombras. Pero no puedo, simplemente no me siento conforme con solo eso y sé que no podré tener más, sin embargo todavía ahnelo…
Mi madre detiene sus manos expertas y me mira con una expresión seria, madura y reprimenda.
—No puedes permitirte nada más con él, Olivia. No se trata solo de amor y responsabilidades triviales; se basa en una nación. Su cuerpo, su ser y lo que es él pertenecen a su pueblo. No a ti, no a mí, ni siquiera a él, sino a todos. Es el futuro monarca. ¿Lo entiendes?
Las lágrimas caen calientes mientras mi madre continúa acomodando mi vestido.
—Tú tienes tus propias responsabilidades. Trabaja en eso antes que en todo lo demás, ¿entendido?
Una vez puesto el vestido, me encuentro frente al tocador mientras mi madre recoge mi cabello en un peinado recatado que deja escapar algunos mechones ondulados. Cuando estoy completamente lista, mi madre está detrás de mí en el espejo y coloca sus manos en mis hombros.
—Aprovecha todas las oportunidades que se te están presentando. Ahora eres joven y actúas con libertad, lo cual no está mal, pero hay cosas que requieren mente fría.
Me dedica una media sonrisa antes de que, juntas, salgamos de la habitación. Ella me apoya desde la distancia, mientras yo me dirijo a ocupar mi puesto para recibir a la visita tan importante.
…
El gran salón del castillo brilla con esplendor. Las paredes están adornadas con tapices ricos en color, y una alfombra roja se despliega desde la entrada hasta el centro de la sala, donde elegantes candelabros proyectan una luz cálida y acogedora. El aroma de flores frescas y el suave murmullo de los invitados llenan el aire, mientras los sirvientes se deslizan con precisión para asegurarse de que todo esté en su lugar.
Me encuentro en una esquina del salón, en mi puesto asignado para recibir a la princesa. El vestido lila que llevo parece casi desentonar frente a la magnificencia del lugar, y mi cabello recogido en un peinado recatado no parece tan radiante en comparación con la elegancia que se despliega a mi alrededor.
La expectación crece mientras las puertas del salón se abren lentamente. La princesa hace su entrada, y el murmullo se transforma en un silencio reverente. Ella es un deslumbrante ejemplo de gracia y belleza. Su piel es de un tono porcelana, su cabello liso y n***o como la noche cae en cascada hasta su cintura. Su presencia es imponente, y la perfección de su aspecto parece eclipsar el entorno.
La princesa avanza con una elegancia que parece sobrenatural, su mirada observando cada rincón del salón con una mezcla de curiosidad y serenidad. La luz de las velas realza la suavidad de su piel y el brillo de su cabello, creando una imagen casi etérea.
Me observo a mí misma y al entorno con una sensación creciente de inseguridad. Mi vestido lila, aunque apropiado, se siente insignificante en comparación con la magnificencia de la princesa. Mi cabello, cuidadosamente arreglado, parece simple al lado del esplendor de la princesa. Me pregunto si mis esfuerzos están a la altura, si mi presencia es suficiente en un evento donde ella es el centro de atención.
Cuando la princesa llega al centro del salón, mi madre se acerca para presentarnos formalmente. Con una mezcla de nerviosismo y determinación, me adelanto, siguiendo el protocolo. Inclino la cabeza con respeto y me presento con la mayor dignidad que puedo reunir.
—Princesa, soy Olivia, su dama de honor desde hoy. Quedo a su disposición —digo con voz clara y controlada, esforzándome por mantener una postura erguida y una expresión serena.
La princesa me mira con una mezcla de interés y cordialidad. Aunque su mirada es fugaz, siento un temblor de nervios al estar tan cerca de alguien que parece representar todo lo que yo no soy.
Izaro se encuentra a su lado, junto al rey y la reina. No es una presentación oficial a la sociedad y aún así me aterroriza como si lo fuera. Él está espléndido en su traje blanco, con su porte serio como de costumbre y su perfil tan agradable a la vista. Me gusta, me gusta mucho.
—Su Alteza Real, Princesa Seraphine, espero que su viaje hacia nuestro reino haya sido lo menos agotador posible. Ahora que ha llegado, deseo que encuentre en nuestro hogar el descanso y la comodidad que se merece. Olivia le asistirá de ahora en adelante como su dama de honor; ella la guiará hacia sus aposentos.
La princesa se inclinó con gracia y una mano reposó en su pecho.
—Gracias por tan grata bienvenida y por sus nobles palabras. Descansaré bien gracias a su amabilidad, Su Majestad.
El rey sonrió espléndido, se veía muy satisfecho, me observó y me hizo una señal para que me acercara. Me incliné y esperé órdenes.
—Por favor, Olivia, muéstrele la habitación que preparamos para la princesa.
Nuevamente me incliné.
—Sígame, por favor.
Traté de que mi voz fuera lo más ligera posible, pero mi cuerpo se encontraba lo suficientemente tenso como para que Izaro me mirara brevemente. Nuestras miradas se cruzaron antes de que la princesa pasara entre nosotros, esperando que la guiara.