El silencio en la habitación era abrumador tras el beso. Izaro me rodeó con sus brazos con ímpetu, su toque una mezcla de consuelo, deseo y desesperación. Nuestros labios se encontraron nuevamente en un beso ansioso y profundo, una urgencia que reflejaba nuestro deseo reprimido y la necesidad de escapar de la tormenta emocional que nos envolvía.
Mis manos encontraron sus hombros, y un quejido salió de mis labios cuando su abrazo se aferró más a mí. Al percibir esto, Izaro se apartó lentamente, como si necesitara espacio para respirar. Respirábamos entrecortadamente, nuestros corazones latían con una intensidad casi palpable, y el ambiente estaba cargado de una mezcla de culpa y confusión.
—Lo siento, Olivia —dijo Izaro, su voz cargada de emoción contenida—. No quería que esto fuera así.
—Tampoco yo —respondí, mi voz apenas un susurro—. Pero no puedo ignorar lo que siento.
Izaro me miró con una intensidad que me hizo sentir vulnerable. Sus ojos reflejaban una mezcla de determinación y preocupación, como si estuviera buscando una manera de manejar la situación sin sacrificar su integridad.
—No sé qué hacer con todo esto —admitió—. Mi vida está llena de responsabilidades y decisiones que parecen imposibles de evitar.
Me sentía atrapada entre la necesidad de consuelo y el dolor de saber que nuestro amor estaba condenado por las circunstancias. La noticia de mi nuevo rol como dama de honor me pesaba, me dolía, y ahora, con Izaro cerca, el conflicto interno era aún más agudo.
—¿Cómo vamos a enfrentar esto? —le pregunté, sintiendo una mezcla de desesperación y confusión—. ¿Cómo reconciliamos nuestros sentimientos con la realidad que nos rodea?
Izaro tomó mi mano con suavidad, su gesto era un intento de ofrecerme estabilidad en medio del caos. Su mirada se mantuvo firme, pero había una vulnerabilidad en su expresión que reflejaba el peso de nuestras decisiones.
—No tengo todas las respuestas, Olivia. Mi vida está dictada por deberes y compromisos que a menudo parecen inquebrantables. Pero lo que es claro para mí es que no quiero que enfrentes esto sola. No puedo cambiar lo que está por venir, pero puedo estar aquí contigo, enfrentándolo juntos.
Sentí una ola de alivio y dolor al mismo tiempo. La certeza de que Izaro estaba dispuesto a compartir el peso de la carga era reconfortante, pero también recordaba las limitaciones de nuestra situación.
—Yo te quiero, Izaro —confesé en un murmullo, mientras sus ojos oscuros se posaban en los míos y la calidez de su palma acariciaba mi mejilla. Cerré los ojos, permitiendo que su toque me envolviera y me ofreciera un respiro en medio de la tormenta emocional.
Izaro se quedó en silencio un momento, como si estuviera evaluando cada palabra antes de responder. Finalmente, susurró:
—Lo que siento por ti también es real, Olivia. Pero debemos ser conscientes de las circunstancias que nos rodean. No puedo cambiar lo que está por venir, pero quiero que sepas que mi compromiso contigo es sincero.
El silencio entre nosotros estaba cargado de emociones no dichas. La realidad de nuestras circunstancias no podía ignorarse, pero el reconocimiento mutuo de nuestros sentimientos ofrecía una chispa de esperanza.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —pregunté, sintiendo una mezcla de esperanza y desesperación.
Izaro bajó la mirada por un momento, su expresión seria y pensativa. Finalmente, levantó la vista con una mezcla de resolución y tristeza.
—Debemos enfrentarnos a lo que viene, uno a uno. Cumplir con nuestras responsabilidades es crucial, pero también debemos encontrar momentos en los que podamos estar juntos y reflexionar sobre nuestro futuro.
Asentí, reconociendo la necesidad de enfrentar la realidad con valentía y realismo. El destino nos había colocado en una situación complicada, pero al menos podíamos compartir el peso de nuestras decisiones.
Izaro se acercó lentamente, y por un momento, nos abrazamos en silencio, encontrando consuelo en la cercanía del otro. La lucha no había hecho más que comenzar, pero al menos teníamos la certeza de que, a pesar de las adversidades, nos enfrentaríamos juntos, bajo cuatro paredes, ocultos del mundo hasta de nosotros mismos, pero juntos.
...
Me removí incómoda cuando la calidez que me arropaba comenzó a desvanecerse. Las sábanas se levantaron con mis movimientos, y una voz inesperada me hizo despertar por completo.
—Lamento despertarte.
Izaro estaba en un extremo de la habitación, en la penumbra de la madrugada, arremangándose la camisa. La luz tenue que entraba por la ventana me permitía ver su figura con claridad.
—¿Qué hora es? —pregunté, girando hacia el resplandor débil que entraba desde el exterior.
Izaro y yo habíamos dormido juntos, pero solo en el sentido de compartir la misma cama sin cruzar límites explícitos. La cercanía y el calor mutuo eran un consuelo en medio de la confusión.
Su rostro se volvió hacia mí, y una sonrisa cansada se asomó en sus labios.
—Son las cinco de la mañana. Puedes seguir durmiendo, si lo deseas, no habrá problemas —prometió, acercándose a pasos relajados y depositando un suave beso en mi cabello. Sabía que nadie más había visto nada e incluso si lo hubiera hecho no se podían permitir nada más, pero aún así, el peso de nuestra situación me recordaba que no podía permitir este tipo de intimidad sin consecuencias.
—¿Sueles siempre despertarte a esta hora? —pregunté, mientras me acurrucaba en la cama, buscando un sostén en la posición fetal.
—Así es —respondió él, su voz tranquila pero cargada de responsabilidad.
—Pensé que como príncipe tendrías más privilegios, pero me equivoqué —dije, intentando desviar mi atención de la realidad que se avecinaba.
Izaro sonrió ligeramente, una expresión que denotaba tanto cansancio como una mirada llena de comprensión.
—Mis responsabilidades son muchas, pero hoy, en particular, llegan invitados importantes.
Mi sonrisa se desvaneció momentáneamente, pero rápidamente la recuperé, obligándome a mantener una apariencia de normalidad.
—Claro, sí, yo… debo irme. No quiero causar problemas —me levanté torpemente, y casi caigo si no fuera por el soporte de Izaro.
—Cuidado, Olivia —dijo con suavidad, mientras me ayudaba a mantener el equilibrio.
Mi labio inferior tembló al sentir su toque. Lo miré con una mezcla de gratitud y dolor.
—Izaro —dije su nombre en un murmullo, no como un llamado a él, sino como un recordatorio de nuestra realidad: quién es él y quién soy yo.
El príncipe de Panelia debe estar preparado para la llegada de su prometida, la princesa de Pemnurca, quien llega hoy. Y no solo él debe estar preparado, sino yo también, en mi papel como su dama.
Izaro me miró con una expresión de comprensión, reconociendo el peso de nuestras circunstancias. Sin más palabras, me ofreció una última mirada antes de prepararse para su día.
En silencio, me dirigí hacia la puerta, sabiendo que el futuro nos aguardaba con un desafío aún mayor. La lucha por mantener nuestras emociones bajo control en medio de la realidad que nos enfrentaba había apenas comenzado.