La voz femenina se hizo más cercana, y mi corazón latía con fuerza, temeroso de que nos descubrieran. Izaro, con un agarre firme pero suave, me mantuvo oculto tras su cuerpo, tratando de mantenernos en la penumbra de los jardines. La voz que escuché era familiar, pero no podía identificarla con claridad.
—Izaro, ¿dónde estás? —la voz insistía, acercándose cada vez más. Podía sentir la respiración cálida de Izaro en mi cuello, y la intensidad de su abrazo me hacía sentir una mezcla de terror y deseo.
—No salgas —susurró Izaro cerca de mi oído, su voz grave temblando ligeramente.
Mi mente estaba en una vorágine de pensamientos frenéticos. Con cada segundo que pasaba, la posibilidad de ser descubiertos se hacía más real, y no podía permitir que eso sucediera. Recordaba las consecuencias que enfrentaría si se descubriera nuestra relación, especialmente con la posición social y las expectativas que tenía.
—Escucha, Izaro —susurré, forzando mi voz a ser firme—, no podemos permitirnos que nos descubran. No es solo el riesgo para ti, soy yo quien más tiene que perder.
Izaro me miró con una intensidad que parecía entender la gravedad de la situación, pero también había una lucha interna en su expresión. Me ajusté más cerca de él, buscando una forma de actuar sin provocar más sospechas. La voz femenina estaba ahora muy cerca, y mi corazón latía desbocado.
—Vamos a permanecer aquí, no hagas ruido —le dije, con un tono que dejaba claro que no había espacio para objeciones. Mi voz temblaba ligeramente, pero mi determinación era firme.
Izaro asintió lentamente, sin hacer movimiento alguno, mientras yo trataba de mantenerme lo más oculta posible. La voz que se aproximaba pasó cerca de nosotros, y la figura de la mujer se desvaneció a medida que se alejaba en la dirección opuesta. La tensión en el aire era palpable, y solo cuando los pasos se desvanecieron por completo, me atreví a relajarme un poco.
Izaro se apartó ligeramente, permitiéndome ver su rostro preocupado, y yo respiré profundamente, tratando de recuperar el control de mis emociones. No podía permitir que mi situación se complicara más de lo necesario.
—Debes regresar antes de que alguien más nos vea, ya notaron tu ausencia, no tardarán en buscarte —dije finalmente, tratando de sonar más serena. Mi mente estaba abrumada por el peligro que había enfrentado y por las decisiones que debía tomar.
Izaro asintió, con una expresión de resignación y comprensión en su rostro. Tomó mi mano con una delicadeza que contrastaba con la urgencia de nuestra situación.
—No tenemos ese tipo de relación —dije, mientras me soltaba de su agarre suavemente.
Izaro me miró impasible, su postura, por autorreflejo, se irguió más y escondiéndose en su porte serio inquirió:
—¿Ese tipo de relación?
Traté de mantenerle la mirada, pero el suelo fue mi mayor aliado al momento de hablar. Al momento de dejar salir todo sin que su mirada me perturbara las palabras.
—Te casarás, yo pienso hacer lo mismo. Vamos a respetar nuestras circunstancias desde ahora —puntualicé, no con la determinación que necesitaba para este momento, pero sí con las palabras correctas.
Levanté mi mirada despacio cuando no obtuve respuesta. Sin esperarlo, sus manos rodearon mi cuerpo y me atrajeron hacia él. Su boca encontró la mía en un beso feroz, lleno de ansiedad.
Sin poder resistirme a sus caricias, mis dedos se abrieron paso por sus cabellos y gemí contra sus labios. Izaro nos arrastró hacia más oscuridad, donde nuestras siluetas casi no se proyectaban. Y también hacia esa que nos mantenía en este círculo que cada vez se ensanchaba más y no había cabida para encontrar el final.
Sus manos ágiles y firmes me levantaron. Rodeé mis piernas contra su cintura y pude sentirlo en todo su esplendor, su pasión, su deseo. Sabía lo que estábamos haciendo, sabía lo que podría significar el que alguien nos descubriera, pero sentía que hoy, su ser y el mío y la pasión que nos unía imploraban que así fuera. Sus manos se movieron al interior de mi falda para elevarla.
—I-Izaro —dije su nombre entre sus labios como un quejido cuando sentí cómo se hacía camino en mi interior. Izaro gimió en conjunto. Abriéndose, sentí como si hubieran varias capas y él las estuviera descubriendo todas.
Los dos jadeamos en busca de aire cuando estuvimos totalmente unidos. Nuestros pensamientos estaban nublados.
Nos miramos fijamente entendiendo lo que acabábamos de hacer, él no se movió, incapaz de seguir o no siendo capaz de darlo por finalizado.
Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas, me sentía tan llena, tan adolorida, como si él fuera un intruso, pero había otra parte que quería que se moviera, que afianzara el dolor. Sentirlo en toda su plenitud.
Su labio inferior tembló.
—Lo siento —masculló en un hilo de voz, arrepentimiento, vergüenza.
Yo me aferré a sus hombros y con la voz temblorosa pronuncié:
—Hazlo, debemos ser responsables hasta el final.
Y sentí el primer empujón, choqué mis labios con los de él para acallar mis sollozos. Él jadeaba con un tenue de placer, pero como si también le estuviera doliendo. Con la segunda estocada, mis labios se abrieron en busca de aire y mis manos se aferraron alrededor de su cuello.
Era tan profundo, tan doloroso, me llenaba por completo. Empujaba contra mí una y otra vez, y el dolor después de un rato pasó a segundo plano. Poco a poco se fue sintiendo bien, atrayente, dolor y placer.
Una estocada, un gemido contra mi oído, otra más y atrapó mis labios para que yo fuera quien no delatara nuestra intimidad. Nos vimos moviéndonos, la fricción contra nuestros cuerpos, el sudor, nuestros labios, la humedad entre ambos.
Me sentía bien, tan cerca de él, necesitaba más, sentir su piel un poco más cerca de la mía. Sentirlo más profundo, sentir más dolor, más fricción, más de él.
Los dos estuvimos al borde del abismo hasta que algo caliente me llenó por completo y él se detuvo jadeando contra mi boca. Nuestros corazones latían simultáneamente, excitados, sofocados.
Izaro no me soltó de inmediato, cuando nuestros cuerpos dejaron de temblar uno encima del otro, fue ahí en donde mis pies tocaron el suelo nuevamente. Él acomodó nuestra ropa, yo todavía me encontraba sumergida en lo que había pasado.
Nuestra primera vez.