Las palabras de mi padre seguían resonando en mi mente como un eco interminable: "El príncipe Izaro y la princesa de Pemnurca se comprometieron". Cada sílaba era un golpe sordo, apagando cualquier mínima y patética ilusión.
Me despedí de mi padre con una sonrisa forzada y me dirigí al jardín donde mamá cuidaba sus flores, una mezcla de lilas y rosas cuyo aroma dulce apenas lograba calmar mi agitación. La encontré inclinada sobre un rosal, sus manos hábiles y cuidadosas como siempre. Ella levantó la vista al verme llegar y su sonrisa cálida me recibió, pero yo apenas podía corresponderla.
—Olivia, querida, ¿qué sucede? —preguntó, notando mi inquietud mientras acomodaba un brote en el rosal.
Nos sentamos juntas en el banco de piedra bajo el gran roble. El sol filtraba su luz a través de las hojas, creando patrones danzantes en el suelo. Me tomé un momento para calmarme, pero las palabras de mi padre seguían rebotando en mi cabeza, como un tambor que no cesaba.
—Izaro... el príncipe Izaro se ha comprometido —dije finalmente, sintiendo que mi corazón se rompía con cada palabra.
Mamá parpadeó, sorprendida, pero su rostro se suavizó rápidamente en una expresión de comprensión.
—Era de esperarse, querida. Es un príncipe, después de todo. Su destino siempre ha estado ligado a las responsabilidades de su título.
—Pero, mamá, yo... —mi voz se quebró, incapaz de contener la tormenta de emociones que se agitaba dentro de mí. Las palabras se enredaban en mi garganta, cada una más difícil de pronunciar que la anterior.
Mamá me tomó las manos, sus ojos llenos de compasión, como si no hiciera falta palabras para que lo entendiera todo.
—Sé que es difícil, Olivia. Los sentimientos no siempre siguen la lógica de la vida. Pero debes ser fuerte. Esto no es el fin del mundo, aunque ahora lo sientas así.
Asentí, pero las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Mamá me abrazó, su calidez reconfortante, pero no suficiente para calmar el dolor que sentía. Mi pecho ardía con una mezcla de desesperanza y arrepentimiento.
—Era inevitable, el joven príncipe es tan guapo, imagina a todas las jovencitas que tendrán el corazón desecho como tú. Ya después encontrarán al realmente adecuado.
—Mamá, pero ayer... ayer besé al príncipe Izaro.
Mamá se apartó un poco para mirarme, sus ojos agrandados por la sorpresa.
—¿Qué? Olivia, ¿qué has hecho?
Le conté todo, desde el beso hasta el temor que sentí al encontrar la biblioteca vacía esta mañana, como me he sentido durante todo este tiempo, los sentimientos que he ocultado cuidadosamente. Mamá me escuchó en silencio, su expresión pasando de la sorpresa a la preocupación y luego a una calma resuelta.
—Olivia, esto es complicado, pero debemos manejarlo con cuidado. No podemos dejar que cunda el pánico. Izaro tiene un deber para con su reino, y tú también tienes un deber para contigo misma y para con nuestra familia. Los dos se conocen desde hace mucho tiempo, han estado cerca en muchas ocasiones, es normal que hayan tenido esta confusión.
Intenté aferrarme a sus palabras. Mamá tenía razón. Todo lo que había pasado debía ser simplemente una confusión, un error impulsivo que no significaba nada más que eso. Solo cosas de niños, cosas nuevas. Asentí de nuevo, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano, tratando de convencerme de que todo era tan sencillo como mamá lo hacía ver.
—Lo sé, mamá. Pero ¿qué debo hacer? ¿Cómo debo enfrentarme a todo esto?
—Primero, debes mantener la calma. No podemos cambiar lo que ha pasado, pero podemos controlar cómo reaccionamos. Debes enfocarte en tus estudios y en prepararte para tu futuro. Y, sobre todo, debes ser discreta. Nadie puede saber lo que ocurrió entre tú y el joven príncipe.
Me aferré a esas palabras, repitiéndolas en mi mente como un mantra. Esto era algo que podía superar, un error del que podía aprender. Mi madre había dicho que no era el fin del mundo, y aunque mi corazón se sentía roto, intenté convencerme de que tenía razón.
—Lo haré, mamá. Seré discreta y me centraré en mis estudios.
Ella me sonrió, acariciando mi mejilla.
—Esa es mi niña. Todo saldrá bien, lo verás.
—Mamá… solo, solo no le cuentes nada a padre, por favor.
—Será nuestro secreto.
Nos quedamos en silencio, disfrutando de la compañía mutua y del suave canto de los pájaros que llenaba el jardín. Pero mi mente seguía en otro lugar, con Izaro, luchando entre el deseo de olvidar lo ocurrido y la tentación de aferrarme a ese recuerdo.
Pasaron los días y me sumergí en mis estudios, intentando ignorar el dolor persistente en mi corazón. Intenté recordar las palabras de mi madre, repitiéndome que todo era solo una confusión, que debía concentrarme en lo que realmente importaba. Cada encuentro con Izaro se volvió una prueba de autocontrol. Nos saludábamos con cortesía, manteniendo las apariencias, él mucho mejor que yo, pues yo prácticamente huía sin darnos cabida a nada más.
Una tarde, mientras paseaba por los jardines, lo encontré raramente solo, mirando al horizonte. El cielo se teñía de naranja y rosa, y justo cuando iba a dar la vuelta queriendo pasar desapercibida, sus ojos me encontraron.
—Saludos a su alteza el príncipe —me incliné y pronuncié de forma automática. De forma sutil, restregué mis manos sudorosas contra mi vestido.
—Olivia —pronunció mi nombre en una entonación que no significaría nada ante cualquiera que lo escuchara, sin embargo, mi cuerpo se estremeció frente a este hecho, como si la simple mención de mi nombre lo significará todo.
Me mantuve cabizbaja y en un murmullo respondí.
—¿Sí, su alteza?
Apreté la tela de mi vestido bajo mis palmas en el momento en que los pasos de Izaro fueron más fuertes que los latidos de mi corazón, del tormento que representaba mis sentimientos y lo culpable e impropia que me sentía por los mismos.
Su voz imponente me llegó de lleno cuando estuvo frente a mí.
—¿Te gustó?
Elevé mi vista inmediatamente, asombrada por dicha cuestionante. Sin embargo, él estaba tan pulcro, sin registro de alguna emoción que le afecte en su rostro.
—¿Qué…?
—Olivia, pregunté si te gustó.
—¿Por qué?
No podía comprender por qué de repente se enfrentaba a mí después de tanto tiempo y me hacía estas preguntas.
—Porque estoy comprometido.
Di un paso atrás, agobiada por su presencia, su pregunta y por mis sentimientos hacia él. Izaro, al ver mi acción, también dio un paso hacia atrás, permitiéndome tener más espacio entre ambos.
Hice una mueca incrédula.
—No es a mí a quien debes hacerle esa pregunta, su alteza.
—Tampoco soy la persona a la que deberías besar y, sin embargo, lo hiciste.
Entreabrí mis labios no creyendo lo que escuchaba, y para más sorpresa, vi el celaje de una sonrisa en su rostro, una sonrisa triste.
—¿Por qué está haciendo esto? No lo entiendo —indagué en busca de respuestas, en saber el porqué de este comportamiento, no propio de él ni de mí misma. En otras circunstancias yo sería más lanzada, más valiente, pero los papeles cambiaron, él está más atado que nunca, a su reino, a ella, su prometida.
Izaro abrió sus labios y los cerró casi de inmediato, dubitativo, pero casi al instante se vio decidido.
—Porque quiero estar seguro de que mis sentimientos son verdaderamente correspondidos.