Estuve dispuesta a ceder ante las tentaciones que nacieron y que iban dirigidas únicamente hacia él. Di un paso hacia su encuentro, sintiendo la tensión que nos rodeaba, pero también el deseo latente que habitaba en mí. Quería descubrir más que un simple roce de labios; anhelaba explorar la profundidad que su cuerpo, su voz, su mirada y su ser me ofrecían. Su figura se desvaneció de mi vista cuando cerré los ojos, su aliento rozando mi rostro con timidez, pero revelándome la indiferencia ante mi cercanía.
—Quisiera que fueras más sincero conmigo, que dieras el primer paso, que me dijeras que deseas otro beso tanto como yo, que lo demuestres… —murmuré, sintiendo un sentimiento amargo en mi pecho. A pesar de la escasa distancia entre nosotros, cada gesto, cada palabra, parecía alejarnos más.
Mis manos, lánguidas a los costados de mi cuerpo, se aferraron a la tela de mi vestimenta en busca de un sostén para buscarle la mirada, para saber si podía ver más allá de lo que sus palabras o acciones me permitían, de lo que él se permitía.
—No obstante, siento que esperas que sea yo quien dé el primer paso. ¿Por qué debe ser así? —reproché en un hilo de voz, apenas entendible, pero gracias a nuestra cercanía él pudo escucharlo perfectamente. Me sentía como una tonta, insegura, anhelante. Deseaba un amor desenfrenado, a alguien que me demostrara sin reparos que está verdaderamente enamorado, pero quiero eso con él. Quiero que sea él, a pesar de que no tiene permitido ser como alguien normal, nunca podría serlo.
Su rostro no mostró nada, su mirada pareció fría, sin indicio de que mis palabras le afectaran.
—Olivia, me abstengo de dar el primer paso no porque no sienta nada. Lo hago porque debes estar segura de los pasos que estás dando y en qué dirección.
Las palabras de Izaro resonaron en mi mente como un eco distante, pero su significado se hundió profundamente en mi corazón, como una daga afilada. Sentí un nudo en la garganta mientras luchaba por procesar lo que acababa de decir. ¿De verdad me estaba pidiendo que fuera yo quien tomara la iniciativa? ¿Que fuera yo quien decidiera el destino de nuestra relación? Lo hacía cuando sabía perfectamente que, fuera lo que fuera lo que eligiera, todos los caminos me llevarían lejos de él; ante los ojos de todos, nunca significaríamos nada.
El silencio pesado que siguió a sus palabras llenó el aire, y sentí como si estuviera atrapada en un torbellino de emociones contradictorias. Por un lado, estaba el deseo ardiente de seguir adelante, de dejarme llevar por la pasión que sentía por él. Pero por otro lado, había una vocecita en mi interior que gritaba de miedo e inseguridad, consciente de que no podría conformarme con momentos fugaces. ¿Realmente estaba lista para dar ese paso? ¿Qué significaría eso para mi futuro, para mi familia, para mi papel en la corte? Cuando deba elegir con quién casarme, él estaría de por medio, aunque nuestra relación no significara nada en realidad.
Mis manos temblaban ligeramente a medida que la realidad de la situación se asentaba en mi mente. Sentí un vacío en el pecho, un dolor agudo que amenazaba con consumirme por completo. ¿Por qué todo tenía que ser tan complicado?
—Olivia... —La voz de Izaro rompió el silencio, pero yo apenas podía escucharlo por encima del tumulto de mis propios pensamientos.
Levanté la mirada hacia él, encontrándome con sus ojos fríos y distantes. Pero esta vez, había algo más en su mirada, algo que me hizo retroceder un paso, algo que me hizo dudar.
—Creo que es mejor que lo pienses —dijo finalmente, su voz suave y calmada. —Tómate tu tiempo, Olivia. No quiero que tomes una decisión apresurada.
Negué con la mente nublada, los pensamientos atormentados y el corazón dolido.
—Y si te dijera que sí, ¿sabes lo que significaría?
Izaro respondió, siempre con palabras, nunca con gestos ni afecto.
—Así es.
Asentí sonriendo, mientras las lágrimas amenazaban en delatar el cómo me sentía en este momento.
—¿Lo que significaría para mí? ¿Para mi familia en caso de que alguien se entere?
—Así es, Olivia, lo sé perfectamente bien. Como también debes saber que no puedo ofrecerte más que mi misma esencia, ser sincero contigo y entregarte lo que verdaderamente soy sin engaños. Te conozco desde hace muchísimos años, y eres la única mujer por la que he sentido anhelo, por eso me estoy arriesgando a esto —Izaro se expresó con una sinceridad inusual, y sus palabras, aunque dulces, llevaban consigo un peso enorme. Su rostro al hablar estaba levemente fruncido—, puedo sostenerte; tanto tu familia como tú estarán bien, tendrán mi respaldo.
Asentí débilmente, agradecida por sus palabras, pero también resentida por la confusión que había sembrado en mi corazón. Me alejé de él, sintiendo el peso de nuestras palabras no dichas colgando en el aire entre nosotros.
Caminé por los jardines del castillo, perdida en mis pensamientos, tratando de encontrar respuestas a las preguntas que me atormentaban. Pero por más que lo intentaba, no podía sacudirme la sensación de que había algo más en juego aquí, algo más profundo y complicado de lo que podía comprender en ese momento.
Y así, entre la luz del sol y las sombras del jardín, me encontré atrapada en un mar de incertidumbre, sin saber qué camino tomar, sin saber si alguna vez podría encontrar la verdad en medio de la confusión que me rodeaba. Los días pasaron y, con ellos, la llegada de la princesa de Pemnurca, la joven digna de estar a su lado, su prometida.