Esa noche, me quedé en mi habitación, sintiendo el peso de las palabras de mi padre. La luna llena bañaba la estancia con una luz plateada que hacía brillar las lágrimas no derramadas en mis ojos. Sabía que no podía escapar del deber familiar ni de mi destino, pero mi corazón me decía otra cosa. No quiero seguir un destino guiado por otros; sin embargo, tampoco quiero tomar decisiones impulsivas, sabiendo que mis padres estarían de por medio.
A la mañana siguiente, me levanté antes de que el sol despuntara en el horizonte. Me asomé a la ventana y observé el castillo que lentamente despertaba con el nuevo día. El aire fresco de la mañana me aclaró la mente. Decidí que, a pesar de mis sentimientos por Izaro y la confusión que sentía, debía cumplir con mi papel.
Tomé un profundo aliento y, con renovada determinación, me preparé para enfrentar los desafíos del día. Mientras me vestía con mi uniforme de estudio, me miré en el espejo y me prometí a mí misma que sería fuerte, no solo por mi familia, sino por mí misma.
En el salón de estudios, la señorita Perie me recibió con una mirada de desaprobación y preocupación. Le sostuve la mirada, decidida a demostrar que podía superar mis emociones y cumplir con mis deberes.
—Buenos días, señorita Perie. Estoy lista para la lección de hoy.
Ella asintió, viendo un destello de resolución en mis ojos.
—Muy bien, Olivia. Empezaremos con las lecciones de etiqueta. Hoy más que nunca, es esencial que te concentres.
Asentí, sintiendo que cada paso que daba me acercaba más a mi destino, aunque mi corazón aún anhelara algo diferente. Prometía que sería como lo deseaba, pero ¿sería para bien o para mal?
Una vez terminada la sesión, me tomé un respiro y salí. El aire fresco fue suficiente para que me olvidara por un momento de todo. Me senté en una superficie de piedra y miré a mi alrededor con la vista perdida, sin enfocar nada, sin querer pensar en nada.
—Olivia.
Me sobresalté al escuchar mi nombre en su tono frío y distante, pero sintiéndolo a la vez tan cerca. Nunca me había buscado.
Estuve sobre mis pies casi de inmediato, y mis ojos recayeron en el suelo cuando me vi inclinándome frente al príncipe Izaro.
—Saludos a su alteza real.
No lo miré, no me atreví a hacerlo.
El silencio se extendió entre nosotros, cargado de una tensión invisible. Pude sentir su mirada fija en mí, analizando cada uno de mis movimientos. Finalmente, Izaro rompió el silencio.
—Olivia, levántate. —Su tono seguía siendo frío, pero había algo en su voz que me hizo alzar la cabeza lentamente.
Obedecí, sin saber qué esperar. Cuando nuestros ojos se encontraron, su expresión era inescrutable, un muro impenetrable.
—Necesito hablar contigo —dijo, y mi corazón dio un vuelco.
Asentí, sin confiar en mi voz para hablar. Izaro me indicó que lo siguiera, y caminamos en silencio hasta llegar a un pequeño jardín apartado del castillo. Las flores brillaban bajo la luz del sol matutino, creando un contraste con la frialdad de la conversación que se avecinaba.
—He estado pensando... —comenzó, su mirada fija en el horizonte—, sobre tus sentimientos, sobre los míos.
Tragué saliva, sintiendo que el aire se volvía más denso a cada segundo.
—Entiendo tu lealtad a tu familia y tu deber, pero… —Hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas. —No podemos ignorar lo que sucede entre nosotros.
—No fue mi intención causar problemas, su alteza —dije, intentando mantener mi voz firme. —Lo que pasó… no debió haber pasado.
Izaro se volvió hacia mí, sus ojos reflejaban una frialdad que ocultaba un destello de conflicto interno.
—Tal vez, pero sucedió. Y ahora debemos enfrentar las consecuencias, Olivia. —Dio un paso hacia mí, y la distancia entre nosotros se redujo peligrosamente.
El peso de sus palabras cayó sobre mí como una losa. Sentí el impulso de retroceder, de escapar de aquella mirada que parecía atravesarme, pero me quedé firme.
—¿Cuáles serían esas consecuencias, su alteza? —murmuré con recelo, sin estar segura de que verdaderamente debería preguntar. Mi corazón estaba de acuerdo con mi indecisión, no dejaba de golpear.
—El que yo te guste... —dijo, saboreando cada palabra, como si fuera la primera vez que permitía que sus propios deseos pasaran al primer plano. —No es algo que soliera considerar. Mi vida siempre ha estado guiada por deberes y compromisos, pero contigo, Olivia, estoy enfrentando algo nuevo, algo que no había buscado.
—¿Es recíproco?
—¿Qué significa esa pregunta, Olivia?
—Significa… —Comencé, sin estar segura de cómo terminaría esa frase. —Significa que mis sentimientos por usted no son un simple capricho, pero también sé que su compromiso y su deber están por encima de todo. Quisiera que usted me confirmara la semejanza entre mis sentimientos con los suyos. ¿Yo le gusto...?
Izaro me observó en silencio por un largo momento, luego asintió lentamente.
—No estoy enamorado, pero me atraes profundamente, Olivia —dijo, su voz revelando una sinceridad que rara vez mostraba. —Por primera vez, estoy dispuesto a dejar que mis propios deseos influyan en mis decisiones, a pesar de las expectativas que tengo sobre mis hombros.
Sentí un temblor en mi labio inferior y una punzada de dolor en mi orgullo, como si sus palabras hubieran traspasado una barrera protectora dentro de mí.
—Tu beso me dejó anhelándote, algo que nunca había experimentado tan intensamente. —Sus palabras resonaban con un nuevo sentido de apertura, como si estuviera dispuesto a explorar sentimientos que solía reprimir.
—¿Entonces qué significa?
—Que podría permitir que esto suceda nuevamente, si así lo deseas también. Estoy dispuesto a concederte cuanto desees, porque es la primera vez que permito que mis propios deseos tomen el mando.
Aguanté la respiración por un instante. Había dos partes de mí en este momento: una que quería gritar de emoción por el simple hecho de que mi amor inimaginable estuviera pidiendo otro momento junto a mí, y la otra, racional y egoísta, que sabía que mi papel únicamente valdría esto, ser su secreto más íntimo y nada más.
Sus ojos fríos estaban en mí, y parecían no poder abarcar nada más que esa mirada. Pero caí, su porte firme se desmoronó ante mí, cuando mis manos recayeron en su pecho y mi corazón anhelaba recoger con ambas manos todo lo que él quisiera ofrecerme, hasta la más mínima e insignificante cosa.
—Su majestad... ¿me permite besarlo?
Suspiré tratando de calmar mi alborotado corazón cuando sus manos se posicionaron encima de las mías contra su pecho.
—Fui yo quien solicitó tu consentimiento para este acto. Bésame, Olivia. Estoy dispuesto a concederte cuanto desees.