Admitiendo la realidad.

1870 Words
CapítuloV Luego de aquella bochornosa situación, en la que André no tuvo más remedio que devolver todos aquellos artículos que pensaba llevarse y colocarlos de nuevo en las góndolas del almacén, salió hasta la calle sin atreverse a alzar la vista.  Todo aquel que le conocía se habría sorprendido al verlo ahora en esta evidente actitud de derrota. Esto le trajo viejos recuerdos; pues antes de conocer a Corina ya había vivido situaciones similares con otras mujeres. Hecho que borró de su memoria para evitar sentirse mal consigo mismo.  Este mecanismo de defensa que a menudo utilizaba no era beneficioso para él, ya que seguramente dichas experiencias, tenían como finalidad, dejar alguna enseñanza para no volver a cometer los mismos errores, pero lejos de ello, André no modifica su patrón de conducta, sino que volvía a repetir una y otra vez los mismos errores.  Aunque esta vez la experiencia fue más dolorosa...y no comprendió bien por qué. No lo comprendió porque se negaba a admitir que Corina con su bondad y paciencia, había logrado filtrarse dentro de su alma sin que se diera realmente cuenta. Son cosas de la vida, que no se pueden explicar con simples palabras.  Un factor que, en cambio sí se permitía admitir era que ya sus armas de seducción se estaban desgastando, y es que André sentía que estaba envejeciendo, y el haber aceptado aquella idea en su mente, aunque fuera irreal, lo indujo a la más terrible depresión.  Si bien ya no tenía veinte años, tampoco había llegado a la mitad de su vida; aún se lo veía apuesto y el siguiente mes cumpliría recién cuarenta años. Era algo exagerado de su parte sentirse así aunque André era exagerado para casi todo. Caminó hasta su auto cabizbajo y con su estómago rugiendo como un león, pensando qué hacer para calmarlo. Puso en marcha el vehículo y se marchó, aunque no lo hizo en dirección a la casa sino en sentido opuesto. Necesitaba pensar, y encerrado en aquellas paredes que tenían aún el aroma de su esposa no podía. Los padres de André habían fallecido hacía dos años en el asilo de ancianos donde él mismo los internó, con la excusa de que serían mejor atendidos en aquel lugar. Se deshizo de ellos en cuanto pudo, librándose de todo lo que implica responsabilidad. ¡Cuánta falta les hacían hoy!... ¡cuánto los echaba de menos!  Sintió un enorme vacío en su corazón y no se perdonaba el haberlos abandonado. Amargas lágrimas rodaron por sus mejillas y se escuchó a sí mismo decir en un hilo de voz: - perdónenme, hoy comprendo que debí ser mejor hijo. No merecían lo que hice.- Los Villarreal tuvieron a André cuando ya casi estaban en la mitad de sus vidas. El se crió sin saber lo que significaba la palabra responsabilidad. Más bien se comportaron como abuelos, en vez de como padres. Y fue un chico absolutamente consentido que jamás tuvo necesidad de trabajar, así que continuó en su vida bajo el mismo patrón de conducta. Mientras seguía conduciendo su corazón lloraba amargamente por todo esto a lo que se sumó el abandono de Corina.  Jamás pensó que ella se iría así como así. Pero bueno, ¿qué esperaba después de su comportamiento durante los diez años que estuvieron juntos?, ¿ Cómo pudo ser tan tonto de querer irse de su lado?.  Detuvo el vehículo a un costado del camino, para apoyar ambas palmas sobre el rostro y dar rienda suelta a su dolor en un llanto ahogado y triste. No se podía perdonar a sí mismo. Y lo peor de esta situación era, que muy en su interior sentía que ya nada tenía solución. No podía arreglar estos asuntos. Sus padres ya no estaban con él y Corina se había ido sin retorno. Cuando logró desahogarse un poco condujo hacia las afueras del pueblo, deseaba huir, pero ¿de quién?... si estaba en completa libertad. Seguramente de él mismo, de su torpeza, de su corazón inerte, de sus tonterías, también del amor al que hasta hoy desconocía y que acaba de descubrir que sentirlo... duele. Estacionó el auto cerca del río que se hallaba a 100 km. Hacia el oeste del pueblo sanluiseño de donde se hallaba su vacío hogar. Un río tranquilo cuya rivera pedregosa se extendía lo suficiente como para remojar sus pies calurosos, así que se quitó el calzado y hundió sus pies desnudos en ellas, sintiendo cómo el agua se llevaba consigo el dolor de su corazón. Allí se quedó un largo rato sentado encima de una roca mirando el agua, donde le pareció por un momento, ver reflejado el dulce rostro de Corina. -Qué irónico- (pensó)- ahora que la había perdido comenzaba a amarla. Lo que le resultó irónico verdaderamente fue el modo de proceder que tuvo su corazón.  Además no hizo otra cosa que castigarse sintiéndose un villano, al recordar cuánto la había hecho llorar en los diez años que estuvo a su lado. No hay peor dolor que el de la culpa.  Más de un caso se escuchó alguna vez que este sentimiento torturador de conciencias, finaliza llevando al individuo a la propia muerte. Pero esta no sería su historia. Cuando el crepúsculo estaba llegando, ranas y grillos comenzaron sus serenatas nocturnas y André decidió sacar los pies del agua para colocarse de nuevo los zapatos. No había resuelto nada en aquel descanso, solo descubrió que jamás dejaría de amar a Corina. Una vez dentro del auto decidió visitar a una de sus amantes. Tal vez con suerte conseguiría algo de comer. Con eso en mente, en unos instantes se encontró golpeando la puerta de Ana, quien luego de un momento de silencio, salió algo despeinada y le dijo  – Hola André, discúlpame... no puedo dejarte entrar... no estoy sola y... otro día ¿si?- El palideció al saber que estaba con otro en su casa. Las noticias corrían rápido en los pueblos, ya casi todos sabían que André estaba en bancarrota porque su esposa lo había abandonado y sin dinero sus amigas no dudaron en desecharlo como a un papel arrugado. Las señoras mayores del pueblo cuchicheaban a sus espaldas:          –menos mal que esa niña se dio cuenta quien es este miserable.-decía doña Elena- -Si, pobre Corina tan trabajadora-respondía doña Clara. André sabía lo que pensaban las viejitas y hasta las oía en su cabeza cuando pasaba junto a sus casas mientras barrían sus veredas y al verlo lo saludaban amistosas. Su esposa había nacido en aquel sitio, todo el pueblo la conocía y sabía que todo cuanto André tenía se lo debía a ella. Todas estas cosas comenzaron a t******r a André. Cuando llegó a su hogar, ya era tarde, casi no habían personas en la calle, solo vió a la anciana vecina de la casa contigua, cómo se asomaba sin reparo a la ventana para ver quién andaba por allí afuera, pero al verlo a él cerró rápidamente las cortinas y apagó la luz como para que no le vaya a preguntar nada.  André guardó el auto en la cochera, pues no tenía planes de volver a salir. Luego, cuando quiso hundir las llaves en la cerradura de la puerta notó que alguien la había roto y se encontraba abierta. Un sudor frío recorrió su cuerpo, tuvo deseos de correr en dirección contraria en vez de entrar, pero lamentablemente no había dónde ir, así que se armó de valor e ingresó lentamente y tratando de no hacer el mínimo ruido. La casa estaba toda revuelta, las cosas tiradas por el suelo, papeles desparramados, cajones dados vuelta y cuyo contenido se hallaba totalmente sobre el suelo, faltaban algunos artículos como dispositivos y todas las joyas de Corina que tenía guardadas en el closet. Las noticias vuelan en los pueblos pequeños -pensó una vez más- lo sabía. Como también sabía que los autores de este hecho eran los mismos a los que les debía una suma de dinero de apuestas y aprovecharon su ausencia para cobrarse. ¿Cómo no tomó precauciones? –pensó- Bueno, al menos no se cobraron con su vida, aunque si decidía acudir a la policía para denunciarlos sí lo harían. Entonces solo se limitó a asear todo el lugar y en cuanto pudiese cambiaría aquella cerradura. Por el momento la debería bloquear con algún pesado mueble desde el interior y utilizar la puerta trasera para entrar y salir de la casa. Sintió verdadera pena por las joyas de Corina. Ella no merecía pagar por sus errores con los recuerdos de su familia. Las joyas pertenecían a su abuela y a su madre. Era lo único que le había quedado de ellas.     No pudo dejar de sentirse igual a un vil gusano. Limpió minuciosamente toda la casa, hasta volver a verla nuevamente en orden, luego fue a la cocina y revisó la alacena donde se guardaban los alimentos cerrados descubriendo varios paquetes de spaghetti, otros tantos de tallarín así como una gran cantidad de productos enlatados que seguramente estuvieron desde siempre allí pero que él ni prestó atención pues era más importante sentirse una pobre víctima abandonada, desesperarse como un niño y hacer el ridículo en aquel almacén. Sin esperar sacó todo lo que había para revisarlo, y en el fondo, bien escondido entre los paquetes encontró un sobre cerrado de color marrón que abrió muy rápido. No podía creer lo que contenía. Se quedó un momento inmóvil ante aquella gran cantidad de dinero, que afortunadamente los cobradores no habían encontrado. Ni siquiera imaginaba para qué estaría escondido allí, pero lo tomó porque esta vez sí lo necesitaba. Esa noche cocinó espaguetis con salsa de queso y alivió su pobre estómago que ya, resignado, había dejado de gritar. Cuando acabó su cena se aseguró de cerrar bien toda la casa por las dudas que los cobradores hubieran quedado insatisfechos y se le aparecieran a media noche apuntándole con una pistola mientras dormía. Estaba seguro que eso sí le produciría un paro cardíaco. Toda esta serie de sucesos a los que no estaba acostumbrado vivir, le hicieron reflexionar acerca de su patética vida y fueron el motivo por el que decidió cambiarla. Además había algo que desde, el abandono de su esposa ansío más que nada en el mundo y era recuperarla, aunque tomó conciencia que para lograrlo debía dar un giro completo a su vida. De lo contrario no lo conseguiría. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde para intentarlo.  Aquella noche durmió algo sobresaltado por el temor a ser sorprendido, sin embargo no sucedió absolutamente nada.  Los ladrones efectivamente habían quedado satisfechos, pues las joyas de Corina tenían un valor más elevado del que él les debía. Su amiga Ana no le recibiría ya, pues también se dio cuenta que estaba con uno de los levantadores de apuestas en el momento en que él fue a su apartamento. A la mañana siguiente se levantó muy temprano y salió de la casa a hacer lo que debió haber hecho mucho tiempo antes, cuando estaba con Corina: BUSCAR TRABAJO.  En vez de despilfarrar el dinero de ella hasta para sus apuestas sin valorar que lo ganaba con tanto esfuerzo y sin gastar un céntimo para ella misma.
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