Mi madre me visitó una semana después en la empresa. Verme sentado en el puesto de mi padre le produjo un agudo dolor, que no solo visualicé en sus ojos, sino en el movimiento de sus labios. Fue un cambio inesperado, brutal, casi imprevisto. Pasar de ver sentado a su esposo a contemplar a su hijo, era algo que no esperaba ver en muchísimo tiempo o quizá jamás. Después de alejarme de la familia y renunciar a todos los derechos que tenía sobre la herencia de mi padre, tuve que reorganizarlo todo para acceder de nuevo a aquello que odiaba. Y ver el brillo singular seguido de las lágrimas en los ojos de mi madre, me hizo cuestionarme si estaba haciendo lo correcto. —¿Cómo estás, Everett? —preguntó seguido de un abrazo. —Mejor ahora que estás aquí. Era cierto. Sus visitas me reconfortaban. M