Esa noche que lloramos y nos dijimos la verdad, dormí en el sofá, con la cabeza sobre un cojín. Ya no era tan joven como años atrás, cuando me quedaba dormida sobre una alfombra y amanecía listo para la siguiente ronda de cervezas y whisky. Ya no era ese jovencito que vivía su vida al límite y no veía más allá de sus propias intenciones. Me levanté a tropezones, preparé café y entré a la habitación. Winter continuaba dormida, con las piernas discordantes y la sábana cubriendo la mitad de su cuerpo. Se veía hermosa, plácida, no como la noche anterior, cuando discutimos hasta irnos a la cama enojados. Me dolió tanto que sentí que lloré lágrimas de sangre. Me ardía la garganta cuando el agua se deslizó. Me bañé, coloqué mi ropa y sujeté las llaves de la casa. Winter continuaba dormida cuando