Esa misma noche, después de hablar con mi madre sobre decir la verdad, llegué al apartamento y encontré a Winter bailando con una horrible música ochentera que ella adoraba. No era quien para juzgarla, cuando mis gustos musicales no eran mejores. Me alegraba saber que después de quitarse el peso de la universidad, Winter era un alma libre. Ya no se preocupaba por los bosquejos, por las investigaciones, los nombres, los cortes. Era una mujer que disfrutaba más su vida. Dejé el maletín sobre el sofá y la atrapé entre mis brazos. Ella se removió seductora sobre mi pecho y movió su cuello para besarme. Su boca sabía a vino y su aliento exhalaba el aroma del licor. Por esa razón estaba de buen humor, por la bebida. La solté para que disminuyera el volumen del estéreo. Cuando regresaron sus pie