El día en que Catalina conoció a su futuro esposo 3

2021 Words
Los días pasaban lentos para Emilio Beltrán, cada día era una tortura que sufría por esperar a Catalina, pero se mantuvo firme con la convicción que ella llegaría para quedarse junto a él para siempre. Él la había elegido como su futura esposa, había quedado prendado de ella en cuanto la vio por primera vez, sin duda su belleza era única. Sin embargo, lo que Emilio vio fue un alma pura y bondadosa, él había presenciado como ella cuidaba de su hermana menor, a su madre enferma y había quedado anonadado con la dulzura que emanaba de todos sus actos, y de su gentil sonrisa. Él no podía soportar imaginar que alguien la corrompiera, no iba a permitir que nadie le hiciera daño y mucho menos la despojara de su pureza antes de tiempo. Emilio sabía que si él la dejaba a la deriva, alguien más la tomaría, y aquello no se lo podía permitir. “María Catalina será de un Beltrán y de nadie más”, sentenció. “El Señor” estaba dispuesto a esperarla por 3 años hasta que ella cumpliese los 18 años y luego de eso la podría desposar sin problemas. Mientras pasaban los días y él no podía dormir durante la noche pensando en Catalina, se hizo un juramento; no la tocaría ni con el pétalo de una rosa, ella debía seguir siendo una niña, y jamás la obligaría saltarse una etapa tan hermosa como era la adolescencia. El le daría protección y cobijo, bajo su alero a ella no le faltaría nada y sería educada con los mejores maestros. Emilio esperaba con todas sus fuerzas que con el tiempo ella pudiese sentir lo mismo que él, y entregársele a voluntad propia. Para Samuel Ramírez, la llegada de Emilio Beltrán había sido una bendición, y descontaba los días del calendario para que el momento llegase pronto. Cuando Catalina cruzara el umbral de su puerta, por fin los problemas acabarían. La noche anterior a que se cumplieran los 3 meses, Samuel se recostó junto a su esposa adolorida y le contó sobre el contrato. La esposa con la poca cordura que le quedaba debido a los dolores insoportables que padecía, se enojo con él. Rompió en llanto y se descompensó. -¿Cómo pudiste hacer eso con nuestra hija?- dijo en medio de lágrimas. Samuel se quedó perplejo, él nunca se imaginó que su esposa reaccionaría de ese modo, él pensó que ella se alegraría con la opción de poder tratarse la enfermedad y quizás poder curarse por completo. -¡Prefiero morir antes que verla marchar!- gritó desde su lecho Samuel se levantó y se frotó ambas manos con desesperación. -Debe de detenerlo, Samuel Samuel miró a su esposa, con el rostro desfigurado. -No puedo, es demasiado tarde. Mañana se irá La madre de Catalina al oír la declaración de su esposo comenzó a enloquecer, gritó todo lo que sus pulmones le dieron, y luego se desmayó. Samuel nervioso corrió a socorrer a su esposa, le puso paños fríos y le mojó el rostro, pero ella seguía inconsciente. Apretó el borde de las sábanas con ansiedad y llamó a Catalina. La niña, quién ya dormía profundamente oyó el llamado de su padre, y sin pensarlo dos veces corrió hacia la habitación matrimonial. Catalina se detuvo en el umbral de la puerta y vio como su madre yacía sobre su cama inconsciente, su corazón comenzó a latir con fuerza y tragó saliva rápidamente. -Padre, ve al baño y tráeme la pomada de alcanfor- Samuel la miró y reaccionó hacia a su orden, se apresuró a ir en busca de aquel objeto. Catalina recibió el pote en sus manos y lo abrió con prisa, sacó un gran puñado de pomada y la frotó en la palma de su mano, con aquella mezcla acercó su palma al borde de la nariz de su madre y permitió que ella lo respirara, en menos de unos segundos la madre recobró los sentidos y comenzó a toser. Samuel respiró de forma aliviada al ver que su mujer estaba recobrando la conciencia. Pero también se quedó observando fijamente a Catalina y su habilidad para enfrentar las peores situaciones, y sintió de pronto una congoja asfixiante. “¿Qué había hecho?” Su hija no tenía culpa de nada, se sintió miserable y tuvo ganas de morir allí mismo. Sin embargo, ya era demasiado tarde, aunque él se negara a entregar a Catalina, Emilio Beltrán lo mataría y se la llevaría de igual forma, estaba acorralado y lo peor es que había llegado hasta allí por sus propias decisiones. Apretó los dientes, se marchó y dejó a ambas mujeres solas en aquella habitación. Catalina se recostó junto a su madre, y la abrazó. La mujer estaba muy delicada y apenas podía mantener los ojos abiertos. Pero de pronto su madre se quedó mirándola fijamente y comenzó a llorar, Catalina se asustó puesto que no entendía lo que le pasaba, se preocupó por que quizás tenía frío así que corrió al armario y sacó una frazada más gruesa, y con aquella la arropó, pero su madre no dejó de sollozar. La enfermedad también había afectados los músculos de la mandíbula por lo tanto no podía hablar con claridad, Catalina aún preocupada pensó que quizás le dolía algo, así que se apresuró a coger otra vez la pomada y comenzó a masajear las manos y piernas de su madre. Pero aquello no alivió el llanto de la mujer. Entonces Catalina sin más ideas en mente, comenzó a cantar, una canción de cuna que su madre le entonaba cuando ella era un bebé, luego de un tiempo ella no tardó en memorizarla, y ahora la usaba para calmar a Laura, su hermana menor, cuando tenía pesadillas. La madre luego de oír cantar a su hija cerró los ojos, pero siguió llorando en silencio. De pronto con todas sus fuerzas la mujer levantó su cansado y adolorido brazo y rodeó a Catalina, atrayéndola hacia su pecho como si fuera una pequeña niña, Catalina absorta se cobijó sobre el pecho de su madre y la abrazó con fuerza. Ambas mujeres atraídas por el calor de sus cuerpos, se quedaron dormidas sin separarse durante toda la noche. *** Luego de que sus hijas se marcharon al colegio la mañana siguiente, Samuel pensó en varias formas para suicidarse, cuando al fin había conseguido una cuerda para colgarse de las vigas, la puerta de su casa sonó. Su sangre se heló, y entendió que no había escapatoria, “Él señor” había cumplido su promesa y había venido sin retraso a buscar lo que ahora era suyo. Al igual que el primer día que Emilio visitó la casa, entró junto a su fiel guardaespaldas. -Buenas tardes- dijo de forma cortes y se quitó sus gafas de sol. Samuel no respondió solo se limitó a quedar parado junto a la puerta. -¿Y mi Catalina?- preguntó Beltrán. El delgado hombre negó. -Debe estar por llegar de la escuela, siéntese si gusta -No gracias, la aguardaré de pie Samuel caminó hacia su cocina, y escondió la soga bajo la mesa. Se dio media vuelta y comenzó a preparar té. -¿Gusta té? -Café- esbozó con seguridad Beltrán Samuel asintió y comenzó a preparar una taza de café instantáneo, luego de que estuvo lista se la ofreció a su invitado. Emilio se apoyó la taza en sus labios y supo de inmediato que aquel era café de mala calidad, entonces sólo dejó la taza sobre la mesa y alisó su traje con una mano. Los tres hombres aguardaron en silencio, hasta que unas ligeras risas se oyeron en el antejardín. -Han llegado- dijo Samuel mientras caminaba hacia la puerta de entrada. El corazón de Beltrán comenzó a latir con fuerza. Samuel abrió la puerta y saludó a sus dos hijas, pero cuando Catalina entró a la casa, el tiempo se detuvo para Emilio Beltrán, verla ingresar con una gran sonrisa y un destello en los ojos, hizo enmudecer su boca, aquella era la imagen de un ángel bajando a la tierra y Beltrán tenía el privilegio de tenerla adelante. La cabellera rojiza y rizada de Catalina, bailaba sola con los movimientos de la niña, y sus ojos color miel se quedaron clavados en los de él. -Hija, él es don Emilio Beltrán- dijo Samuel -Encantada- respondió Catalina y con ingenuidad dio pequeños saltos para besar la mejilla descubierta de Emilio. Beltrán quedó petrificado ante el gesto de aquella dulce niña, cerró los ojos y sintió el olor de Catalina; una mezcla perfecta entre jazmín y brisa fresca. -Cariño, desde hoy vivirás con don Emilio- dijo sin preámbulos Samuel Los ojos de María Catalina se ensancharon y se cristalizaron cuando oyó hablar a su padre. De inmediato la hermana menor de Catalina, Laura, al escuchar a su padre, se aferró al vestido de su hermana mayor. Catalina la atrajo hacia ella con más fuerza y le sobó la cabeza. -¿Pero padre por qué?- Samuel negó un par de veces con la cabeza. -¡Porqué yo lo ordeno!- habló en voz fuerte y firme. Aquello hizo dar un salto a Catalina quién se quedó asustada en su lugar. Laura comenzó a llorar con fuerza y Catalina tuvo que tomarla en brazos para que se calmara, la escena estaba siendo más dramática de lo que Beltrán imaginó. Emilio fulminó con la mirada a Samuel, y si no fuera porque aún estaba bajo su techo lo habría molido a golpes. Catalina quién estaba muy atemorizada y bajo el yugo de su padre no le quedó más remedio que contestarle. -Si señor- respondió Catalina temblando y conteniendo el llanto. Catalina bajó con cuidado a su hermana, y le dio un beso en la mejilla. -Lau, ve a saludar a mamá- la pequeña de 6 años negó con la cabeza y apretó con fuerza la mano de su hermana. Catalina le sonrió y la llevó hacia la habitación matrimonial, pero antes de entrar se agachó y le dio un fuerte abrazo a Laura, se acercó a su oído y le susurró. -No tengas miedo, vendré por ti. Te lo prometo- los ojos de la pequeña se llenaron de lágrimas Abrió la puerta y dejó que su hermana menor entrara, Laura se volteó y comenzó a sollozar, pero Catalina esta vez tuvo que respirar hondo y cerrar aquella puerta tras de ella. Catalina volvió temblorosa hacia la sala. Beltrán se acercó a esa pequeña y asustada niña, y le acarició el cabello. Sintió un escalofrío recorrer su espalda al sentir las finas hebras del cabello rojo de Catalina, ella era dulce en todos los sentidos de la palabra. -Catalina, ¿quieres que tu madre se recupere?- dijo con voz calmada Emilio La pequeña asintió con su cabeza agacha. -Yo la puedo ayudar, pero para eso tendrás que venir conmigo. Desde hoy yo te cuidaré María Catalina alzó la vista y se clavó en los ojos de Emilio, él parecía sincero, y ella sin duda lo que más quería en el mundo era que su madre estuviese sana. Entonces se atrevió a confiar. -Está bien, iré con usted- dijo aun temblando. Beltrán respiró hondo, y sujetando la mano frágil de Catalina la guio hasta la salida. Antes de que su guardaespaldas cerrara la puerta, volvió la cabeza para mirar por última vez a aquel horrible y delgado hombre. La pequeña avanzaba de la mano de su nuevo tutor, y mientras lo hacía unas pequeñas lágrimas recorrían sus pecosas mejillas, Emilio desvió la mirada hacia abajo y la descubrió sollozando en silencio, hizo un alto y se agachó a su altura. Sacó un pañuelo de su saco, y le limpió todas las lágrimas que ella había derramado. Catalina seguía con la vista al suelo, mientras era limpiada con cuidado. -Catalina, querida…- dijo Beltrán y la tomó del mentón con delicadeza para que ella lo observara. La pequeña levantó la cabeza y encontró los ojos cálidos de Emilio. -Ya no tienes nada que temer, ahora “El Señor” está contigo- sentenció mientras le besaba la frente con cuidado.
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