Emilio Beltrán se levantó temprano aquella mañana, se bañó y se vistió de manera impecable, estaba un poco nervioso, sabía que tenía el sartén por el mango, pero no podía evitar sentirse algo ansioso, probablemente ese iba a ser el día en que cerraría el trato más importante de su vida.
Se miró al espejo y peinó sus cabellos con sus dedos, se echó loción y salió de su habitación.
En la sala lo aguardaba su fiel guardaespaldas y su chofer, quién leía el periódico a la espera de su jefe.
Una de las sirvientas apareció desde la cocina, para avisarle que el desayuno estaba servido, Emilio miró la hora en su costoso reloj, y se percató que aún era temprano, así que se dirigió al comedor.
Tomó la silla por el respaldo y se sentó.
La mesa era enorme tenía lugar para 12 personas, y la sala de comer estaba decorada de manera muy elegante. En el techo colgaba un candelabro del siglo 18 y las paredes estaban revestidas con papel mural estilo barroco. El espacio se llenaba con finos muebles de madera tratada, y al fondo de la habitación encajada yacía la hermosa chimenea con finas terminaciones onduladas.
Beltrán desayunó su café n***o de grano selecto, comió dos tostadas, y un poco de fruta. Mientras comía su guardaespaldas le leía el informe de sus transacciones del día anterior.
La vista de Beltrán estaba pérdida en la chimenea apagada de su comedor y no se molestó en analizar los números que Gómez, su acompañante, le cantaba. Sabía que el negocio crecía como espuma, incluso sin que él hiciera nada, entonces sólo por ese día prefirió perderse en sus pensamientos.
-Vamos- dijo y se levantó sin previo aviso.
Su guardaespaldas, se quedó con una frase a medio terminar cuando lo vio marcharse de la sala, guardó las hojas dentro de su saco y se apresuró para alcanzarlo.
Al subirse a su coche, volvió a mirar su reloj, sonrió conforme, por que ya era hora de ir a visitar a su nuevo socio.
“Los niños ya entraron a sus escuelas”. Murmuró
Le dijo al chófer la dirección y se acomodó en su asiento, mientras era transportado.
Un lujoso auto se estacionó afuera de la modesta casa de la familia Ramírez. Algunos vecinos curiosos se asomaron por sus ventanas y antejardines para averiguar de quién se trataba.
Los susurros comenzaron al momento en que el chófer le abrió la puerta a su jefe y éste descendió enfundado en su impecable traje azul. Se acomodó sus gafas de sol y sonrió mientras recibía algunos rayos en su rostro.
-No lo puedo creer, es “Él Señor”- dijo en voz baja una vecina
-Debe venir a ajustar cuentas- comentó otro
-¡Mira!, va hacia dónde los Ramírez- se escuchó a lo lejos
-¿Qué habrá hecho don Samuel?
Las voces seguían hablando a sus espaldas, mientras Emilio avanzaba escolado por su guardaespaldas, hacia la entrada de la casa. Gómez tocó dos veces la puerta y esta se onduló al contacto de una forma exagerada.
Beltrán examinó con detención aquella casa y concluyó que no era más grande que su salón de comer.
Al cabo de unos segundos la puerta principal se abrió, dejando al descubierto la imponente presencia del señor Beltrán.
Samuel lo observó con un hueco en su boca, y junto con eso se le fue toda la voz hacia sus adentros. Su cuerpo comenzó a temblar, y supo que ese día era su fin.
-Buenos días, ¿no me va invitar a entrar?- dijo con voz ronca Emilio
El guardaespaldas, clavó la mirada en los ojos de aceituna de Samuel y le hizo un gesto con la cabeza, Samuel saltó en su puesto y se abrió paso para que ellos pudieran ingresar.
-A-Adelante por favor
El Señor Beltrán ingresó a paso firme hacia la sala de aquella ordinaria casa, y Gómez lo siguió de cerca.
Samuel jugaba nerviosos con sus dedos, mientras los veía allí parados en medio de su humilde habitación.
Emilio observó cada rincón del inmueble, y comprobó que él estaba en lo cierto, aquella casa no era más grande que su comedor.
-M-mi esposa está gravemente enferma, lo siento, pagaré mi deuda- dijo poniéndose en evidencia.
La vista de Emilio se dirigió de inmediato a aquel indefenso y diminuto hombre, que no era más ancho que su pierna derecha.
-Es cierto, usted tiene una deuda millonaria conmigo- dijo mientras comenzó a pasearse por entre los muebles de la habitación.
Levantó un dedo y lo pasó por encima de la mesa de comer, lo miró con detención y frunció el ceño.
-Se lo pagaré, lo prometo- acotó nervioso el delgado hombre
-Oh, claro que me la pagará- sonrió y volteó para verlo a los ojos.
El cuerpo de Samuel comenzó a dar pequeños espasmos de terror al encontrarse con los punzantes ojos de Emilio. Samuel sabía que “El Señor” podía ser un hombre muy bueno, pero también sabía que si lo deseaba podía ser el mismo diablo.
-Tengo algunos ahorros- dijo asustado Samuel
-No quiero tu dinero- respondió de inmediato Beltrán.
Los ojos de Samuel se ensancharon y no podía imaginarse con que más podría pagar su deuda. Seguramente él quería matarlo, ahí mismo.
-Disculpe, no entiendo- dijo apretando sus manos con fuerza.
-Hay algo tuyo, que yo deseo.
-Señor yo no tengo nada de valor. A penas poseo esta humilde casa, que me heredaron mis padres- se excusó con premura Samuel
Emilio lo miró directo a los ojos y sonrió, avanzó hacia él como un león acechando a su presa, y cuando estuvo lo suficientemente cerca de Samuel le dijo.
-Tienes algo muy valioso, pobre hombre, y no te das cuenta
Samuel seguía sin comprender, su corazón latía con fuerza y con miedo de equivocarse con sus palabras.
“¿Qué era lo que exactamente quería “El Señor”?”
-Veo que eres más tonto de lo que pensé, es por eso que éstas en este punto, no puedes ver más allá de tus narices- dijo Beltrán dando un pasó hacia Samuel, que lo hizo retroceder bruscamente.
-Señor…- tartamudeó el pobre hombre
-Quiero a tu hija- ordenó Emilio sin más rodeos, y puso su firme mano sobre el hombro débil de aquel asustado hombre.
La boca de Samuel se abrió.
-¿a María Catalina?- preguntó impresionado
-A tu hija mayor
-Pero ella es tan torpe, y no sabe hacer nada más que andar en las nubes.
Samuel menospreció a su hija, y eso hizo enfurecer a Emilio. Aquel hombre era un desgraciado, ante sus ojos.
Beltrán inspiró profundo y trató de contener sus ganas de azotar a Samuel, apretó sus puños y se alejó bruscamente de él.
Se concentró en mirar por la pequeña ventana de la casa, la que daba directo al jardín. Allí observó con detención algunos juguetes y muñecas abandonados en el pasto, un columpio a maltraer pendido de la gruesa rama de un árbol, y un viejo perro.
Negó con la cabeza.
-La vendré a buscar en 3 meses más
Samuel se irguió de forma brusca en su puesto.
-Señor, ¿con eso quedará mi deuda saldada?- preguntó sin vergüenza Samuel.
Emilio sintió un asco enorme por aquel sujeto, no merecía llevar el título de padre, y ese fue motivo suficiente para querer aún más llevarse a la niña consigo.
-Veo que eso es lo único que te importa. Tu deuda quedará saldada, y pagaré el tratamiento de tu esposa enferma. Pero, no volverás a ver nunca más a Catalina- sentención Beltrán.
A Samuel le volvió el alma al cuerpo, su deuda quedaría saldada, su esposa podría vivir bien y aún le quedaba a la menor de sus hijas, sin duda era un buen trato para aquel desastroso hombre.
-Acepto- dijo sin titubear.
Emilio apretó sus dientes, y asintió.
Le dio la mano al delgado hombre y le hizo un gesto a Gómez.
El guardaespaldas se apresuró a entregarle una hoja a Samuel.
-Este es nuestro contrato, léelo y vendré mañana por…
-No hace falta, lo firmaré enseguida- interrumpió Samuel. Fue rápidamente hacia un pequeño buró y del cajón sacó una pluma azul. Pasó con prisa cada hoja y firmó en la última sin titubear.
Emilio levantó una ceja, estaba feliz, pero a la vez una sensación de amargura le recorría la espalda.
Catalina tenía un padre horrible, sintió pena por ella y por su vida.
Sin duda, sacarla de allí sería lo mejor que podía hacer por aquella niña.
El guardaespaldas recibió el contrato y lo guardó cuidadosamente en un folder.
-Tienes prohibido decirle algo a Catalina sobre esto- dijo con los ojos nublados Emilio.
-Si señor- respondió Samuel con una sonrisa en su rostro.
El hombre prestigioso salió de aquella morada sin despedirse, se subió a su lujoso carro y se perdió al final de la calle, con la promesa de volver en 3 meses más.