—Eek, está empezando a llover—, dijo Janice cuando salieron del restaurante hacia la menguante luz del día. Las bases de las nubes de color gris pizarra estaban borrosas, casi peludas, y la lluvia se filtraba de ellas. —¿Quieres tomar un taxi?— —Preguntó Patrick. —No, está sólo a la vuelta de la esquina. Vamos.— Ella echó a correr. La siguió mientras pasaba corriendo por una tintorería, una peluquería y una tienda de comestibles polacos. —Aquí—, dijo, sacando las llaves de su bolso. Los metió en la cerradura de la puerta que conducía a su apartamento, la sacudió dos veces porque a menudo se atascaba y luego la abrió. El olor a humedad la golpeó, y con él, también la vergüenza. Quizás Patrick suponga que es la lluvia. —Gracias por la cena.— Entró en seco para escapar de las gruesas g