Capítulo 2 Doña Ana

1281 Words
Nombre: Ana Contreras Edad: cincuenta años Motivo de detención: asesinato, descuartizar el cuerpo de la víctima e intoxicación de aproximadamente treinta personas Condena: cadena perpetua, fianza negada. —Ana contreras, pero aquí todos me dicen doña Ana— respondo cortante, no me gusta dar información de más y menos a desconocidos, nunca recibo visitas, al menos no de extraños, ni siquiera mis hijos vienen a verme —¿Por qué estás aquí? — me pregunta con curiosidad, ruedo los ojos, la misma pregunta que me han hecho por diez años —descuarticé a mi esposo y después lo cociné y lo serví a mis clientes en el puesto de comida que tenía en la vecindad donde vivía— respondo sin culpa, no me arrepiento de nada de lo que hice, asiente sin decir nada, mantiene las manos entrelazadas —¿Qué le hizo para que actuara de esa manera? — suelto una risa cuando lo escucho hacerme esa estúpida pregunta … —¿Dónde está la cena? — me pregunta Artemio un poco molesto, desde que llegó hace unos minutos pude oler el alcohol en su cuerpo, algo que realmente me fastidiaba mucho que hiciera, pero tampoco me gustaba alzar la voz, ni cuestionarlo, lo vi sentarse en un pequeño taburete que tenemos en la barra desayunador de la cocina. —no... no está lista aún— le digo bajando la mirada y agachando la cabeza, limpiándome las manos con el mandil que cubre mi vestido. —¿Qué dijiste? — se pone de pie, avanzando hacia mi —que aún no está li…— me interrumpe dándome una fuerte y sonora bofetada, la que me hace caer al piso —¡TE HE DICHO MIL VECES QUE LA CENA DEBE ESTAR LISTA PARA CUANDO LLEGUE A CASA— comienza a gritarme mientras me cubro la cara con la mano, tratando de sobar el fuerte dolor que me ha provocado el golpe —lo siento… estuve ocupada con los niños— suelta un resoplido, toma la botella de lo que sea que este tomando y se la lleva a la boca —me importa una mierda lo que estuviste haciendo, ese es tu único deber como mujer, servirme— me pare del suelo como pude, y me dispuse a terminar la cena, solo esperaba que con eso se tranquilizara y no volviera a golpearme, claro, lo que siempre me repetía. Artemio salió de la cocina y lo vi sentarse frente a la televisión. —¡Papi! — los niños llegaban corriendo junto a él, y comenzaron a correr por toda la sala, me puse nerviosa enseguida, a él no le gustaba el ruido en exceso —dejen de correr— les pidió tranquilamente, pero los niños son niños y no hicieron caso. Artemio era de esos hombres que afuera es uno y adentro es otro. Llevamos casi catorce años de casados y durante todos estos años he sido víctima de sus cambios repentinos de humor, al principio me pedía disculpas con rosas y regalos y yo aceptaba, pero después, solo fue rutina. Estaba harta de sus maltratos, todas las tardes llegaba ebrio, enojado, me golpeaba, abusaba de mí y yo solo tenía que aguantar porque es mi deber como esposa, después, ante la sociedad, éramos la familia perfecta, teniendo que esconder los moretones que me había causado la noche anterior —¡HE DICHO QUE DEJEN DE CORRER! — se levantó furioso, los niños de inmediato se detuvieron, asustados por como su padre les había hablado —Artemio, la cena está servida, deja a los niños y ven a sentarte a la mesa— le dije tan tranquila como pude, temblando y mordiendo mis uñas, el voltea a verme y camina hacia la cocina, donde tenemos la mesa, al sentarse le serví un plato de pollo con arroz —¡quemaste el pollo! Esto es un asco, ni para cocinar sirves, no se cómo te enorgullece tener ese maldito puesto de comida— se vuelve a poner de pie y me da otra bofetada, mis hijos llegan corriendo junto a mi —¡papá ya no le pegues a mamá por favor! — mi hijo Julio de doce años, salía a mi rescate, pero ni bien llegó junto a mí, Artemio le dio un puñetazo en la cara, era la primera vez que Artemio tocaba a uno de sus hijos, me quedé helada, no sé de dónde saque la fuerza para enfrentarme a él, claramente era más alto y fuerte que yo —¡en tu vida, en tu maldita vida vuelvas a tocar a uno de mis hijos! — le grite en su cara, el solo se rio de mí, estaba furiosa, sabía que eso me saldría caro —tu, no eres ¡nadie! Para darme ordenes— y antes de que me soltara otro golpe…. Le enterré un cuchillo en el estómago, abrió sus ojos como platos, mientras el cuchillo se mantenía en su lugar, nos veíamos fijamente a los ojos —ni tampoco me volverás a tocar a mi— le dije entre sollozos y con los ojos llenos de furia, sabía que este era mi final, pero al fin sería libre, vi como los ojos de Artemio se cerraron y al fin, había muerto. … —¿cómo llegaste aquí? — vuelve a preguntar —les pedí a mis hijos que se escondieran, me llevé el cuerpo de Artemio a la última habitación de la casa, donde tenía mis utensilios de cocina, así como un enorme refrigerador donde guardaba la carne para los tacos que vendía en la banqueta de la vecindad, comencé a cortarlo en trozos, cuando terminé, encendí las grandes ollas que me ayudaban a cocer la carne, llené las ollas de agua y cuando comenzó a hervir, lo aventé al fuego, al día siguiente, salí de casa y vendí mis tacos como siempre, ahora con un tipo de carne especial, por desgracia, a los tres días, la carne de Artemio comenzó a soltar el olor más repugnante del mundo, mis vecinos me reportaron y llamaron a la policía, al descubrir lo que había hecho me declaré culpable del asesinato de mi marido, a mis hijos los llevaron con mi madre, me dieron de cadena perpetua— asiente —¿Qué tiene que ver el Banco Intercontinental con tu caso? — me pregunta alzando una ceja, aprieto la quijada recordando como esos malditos me negaron un amparo para mis hijos —el seguro que contraté con ellos por muerte de algún padre no me lo hicieron válido, dijeron que el asesinato no estaba entre sus causas de muerte, me negaron el dinero que tenía con ellos, no pude entregárselos a mis hijos, los dejé desamparados, tampoco pude tener dinero aquí adentro para protección ni para poder comprar un maldito cigarro o cualquier otra cosa de necesidad básica— digo temblando, mordiendo un poco mis uñas, la persona asiente, la miro fijamente, sigo si entender que es lo que hago aquí —está usted contratada doña Ana— me dice extendiendo su mano, no le extiendo la mía, no me puedo fiar de nadie, es algo que aprendí aquí. —¿contratada? ¿de que habla? — respondo confundida, la persona se pone de pie y me extiende una carpeta con varias hojas —léalos y fírmelos, esta noche vendrá alguien y saldrá de aquí hoy mismo, nos vemos en unos días, esperamos contar con su honorable presencia— y sin más, sale de la habitación, abro la carpeta y abro los ojos como platos, de ella cae una caja de cigarros, sonrío, leo el título y me quedo totalmente sorprendida con lo que estoy leyendo.
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