Capítulo 29

2264 Words
Cuando su cerebro comenzó a trabajar, sacándolo de las profundidades de los brazos de morfeo, Zac se quejó e hizo todo lo posible para volver a dormir, odiando la sensación de tener un zoológico entero en su cabeza jugando a saltar. Por supuesto, su tonta cabeza simplemente se rehusó a escuchar su deseo y el horrible dolor provocó que emitiera un ruidito quejoso. Abrazando con más fuerza ese cálido cuerpo firme, Zac se acurrucó contra él y bajó su cabeza para esconderla en lo que alzaba su pierna para mantenerle cerca. Una repentina urgencia comenzó a empujar desde el estómago de Zac, subiendo lentamente por su esófago en una molesta presión ardiente. Quejándose, el humano abrió sus ojos, finalmente conociendo sus ganas de vomitar. Por un momento, todo sus músculos se tensaron al encontrar a otro cuerpo frente a él. Entonces, ese varonil aroma que solo emitía Luther llenó sus fosas nasales, su cabeza reconoció ese agradable calor y todo en él se relajó instantáneamente. Empujando su cabeza hacia atrás, Zac contempló el dormido rostro de su molesta sombra. Sus cejas se juntaron instintiva e inmediatamente intentó recordar todo lo que había pasado el día anterior tras llegar al restaurante, porque no tenía ni un jodido recuerdo de cómo es que había llegado a su departamento o como es que Luther estaba a su lado. Lamentablemente, el intentar presionar a su cabeza para recordar dicho momento, solo incrementó su jaqueca, lo que provocó que, instintivamente, su cuerpo actuara recordándole su urgencia por vomitar y esa extraña cosa ardiente volvió a subir por su esófago, presionando con más fuerza. El cuerpo de Zac se movió en una arcada, alzando una mano para tapar su boca, rápidamente tiró de las mantas y pasó por el cuerpo de Luther sin importarle despertarle en el proceso y corrió hacia el baño. Dejándose caer frente al retrete, el pobre fotógrafo prácticamente lo abrazo mientras expulsaba hasta sus entrañas. Fue desagradable y asqueroso. Zac apenas y si alcanzaba a respirar antes de que su estómago se revolviera y presionara otra vez, provocando que esa sustancia de lo que comió y bebió en aquella fiesta, fuera expulsada a través de su boca. La presión en su cabeza aumentó y ciertas palpitaciones en su sien y su nuca hicieron que Zac se quejara de dolor, en lo que su cuerpo seguía expulsando todo, lo que solo aumentaba su malestar. Tan mal se sentía, que ni siquiera sintió el momento en que Luther entró al baño con una botella de agua y medicamento entre sus manos. Tomando una toalla pequeña, el hombre lobo se acercó a su pareja y dejó las cosas en el suelo, antes de tomar asiento justo detrás de su chico. Esperando en silencio, Luther le reconfortó acariciando su espalda, ya que sabía que las palabras de consuelo no iban a servir en ese momento, y ciertamente no creía que fueran escuchadas con esas arcadas. Una vez su estómago dejó de revolverse y presionar, Zac tiró de la cadena y cerró sus ojos en lo que su vómito se iba. Tomando profundas respiraciones, espero por si las ganas de vomitar volvían. —¿Estás mejor? Zac se quejó al escuchar a su sombra. —Déjame solo —se quejó, sin moverse. —Lo siento, bebé, prometí que cuidarla tu culo a noche. —No recuerdo eso —refunfuñó. —¿Terminaste de vomitar? Zac abrió sus ojos y contempló el interior del retrete. —No, no lo creo —murmuró y abrió su boca. Cuando nada salió, el humano escupió su bilis y esperó a que su estómago volviera a presionarle. —No puedes quedarte abrazando toda la mañana el retrete, bebé —indicó Luther. —Obsérvame. Negando con una sonrisa ante su terco elegido, Luther tomó con cuidado su cuerpo y le hizo retroceder hasta sentarle en su regazo. Apoyando su espalda en su pecho, cogió la toalla pequeña y limpió su boca. —¿Qué crees que estás haciendo? —espetó. —Shh. Esperemos en una posición más cómoda por si te dan ganas de vomitar otra vez —explicó y apoyó su mano en su estómago para sobarle en movimientos circulares. Zac bufó y se quejó, porque hasta hacer algo tan simple como ello empeoraba su dolor. —Tranquilo, bebé, yo te cuido. —No necesito que nadie me cuide —gruñó. Girando su rostro, el lobo beta presionó sus labios en la sien de su pareja cubierta por su cabello color chocolate. —Pero yo lo haré de todas formas, bebé. El tono bajo y tranquilo que utilizó provocó cosas extrañas en Zac que este prefirió ignorar de momento y cerró sus ojos. Pasaron algunos minutos en esa posición, con Luther presionando su mejilla en el rostro de su pareja, sobando su estómago en lo que esperaba pacientemente y le ayudaba cada vez que Zac se enderezaba para arrojar hasta el último contenido de su estómago. Cuando nada más que saliva comenzó a salir, el humano jadeó, exhausto, cansado y sintiéndose como si hubiera recibido una horrible paliza. El lobo de Luther aulló preocupado en su mente, ya que su pareja realmente se veía como si un camión le hubiera pasado encima, pero este lo ignoró concentrándose en ayudarle en silencio. —¿Ya has terminado? —preguntó Luther, observándole. —De momento, parece —aceptó, sintiéndose tan cansado que ni vergüenza lograba sentir porque su sombra le hubiera visto derramar todas sus entrañas. Asintiendo satisfecho, Luther tomó la botella de agua que había subido con él y se la entregó. —Enjuaga tu boca con un poco, te hará sentir mejor. Con el horrible dolor de cabeza que estaba soportando, Zac ni siquiera encontró la fuerza para quejarse más y obedeció. Una vez se enjuagó su boca, escupió en el mismo retrete y Luther tiró de la cadena. Cuando su pareja se enderezó, el hombre lobo rápidamente volvió a su posición y ayudó a su chico a sentarse en su regazo nuevamente. Tomando el medicamento, lo llevó a sus labios. Zac le observó de reojo, preguntándole en silencio. —Abre, es para tu dolor de cabeza —informó. No muy feliz, Zac abrió su boca, permitiendo que Luther dejara la pastilla en su lengua, solo porque no sentía la fuerza suficiente para pelear y dejó que le acercara la botella también para tragar con la ayuda del agua. —Es probable que la vomite —indicó. —Entonces esperaremos un momento aquí y luego buscaré otra por si sucede —solucionó Luther. Rodeándole con sus brazos, hizo que la cabeza de su pareja se apoyara entre su hombro y cuello. —Cierra los ojos, yo me ocupo de todo. —No creo que pueda dormir con este dolor de cabeza —refunfuñó. —Dije cerrar los ojos, bebé, no dormir —indicó Luther. Zac suspiró ruidosamente y siguió la indicación de su molesto guardaespaldas. Girando parcialmente su cabeza para estar más cómodo, se quedó en silencio esperando que el vómito volviera. Cuando los minutos pasaron y nada cambió, Luther se movió, lo que hizo que el humano se quejara. —Te llevaré de vuelta a la cama, bebé, necesitas descansar correctamente —explicó. —Puedo ir sin ayuda —gruñó e intentó levantarse por su cuenta. Por supuesto, su cuerpo decidió traicionarle y antes de que pudiera caer, Luther ya estaba ahí, a su lado, sosteniéndole y ayudándole a mantenerse en pie. —¿Quieres lavar tus dientes? —ofreció. Zac observó el lavamanos y asintió en silencio. Con la ayuda de Luther, llegó a este y se lavó sus dientes antes de mojar un poco su rostro. Observando por el espejo a su sombra, aceptó la toalla que le entregaba este y secó su cara. Una vez estuvo listo, Luther le tomó entre sus brazos y lo sacó del baño, llevándolo hasta la cama donde le volvió a recostar en esta. —Podía caminar —indicó, mirándole. —Pero era más fácil y rápido de esta forma —argumentó Luther. En silencio, Zac contempló al molesto hombre estirar las mantas sobre su cuerpo y un repentino rayo de recuerdo apareció en su mente, seguido de muchos más, que finalmente provocaron que un ruidito quejoso escapara por esos rellenos labios. —¿Qué sucede? ¿Te duele mucho la cabeza? ¿Vas a vomitar? —cuestionó Luther, observándole preocupado. —No —se quejó—. Por favor dime que solo soñé tirarte a la cama y montarte pidiéndote que me follaras —suplicó. Una lenta sonrisa sensual y perversa apareció entre esos labios y el humano se quejó cerrando sus ojos, sin querer apreciar lo sexy que se veía. —Me encanta la idea de que tengas esas fantasías conmigo, encanto, pero eso fue totalmente real. Tomando una almohada, Zac la colocó sobre su rostro. —Mátenme —pidió. Tomando asiento en la orilla de la cama al lado de su pareja, decidió molestarle solo un poquito. —Está bien, encanto, estabas borracho, es entendible todo tu actuar. —¿Todo mi actuar? —repitió Zac sin salir de su escondite. —Sí, desde tus quejas y acusaciones por haberte dejado solo ayer cuando fue eso precisamente lo que me pediste. Hasta la forma en que tiraste de mí y me besaste —contó—. A pesar de estar borracho, anoche te veías increíblemente hermoso y sexy cuando me montaste y me exigiste que llenara tu delicioso culo con mi po-... Gruñendo molesto, Zac se quitó la almohada de su rostro. Demasiado avergonzado de lo que estaba escuchando, porque sabía que era verdad, golpeó a Luther con la almohada ordenándole callarse y este se rió. Quejándose ante su dolor de cabeza empeorando con por sus movimientos, se volvió a recostar en la cama y observó molesto a Luther. Sonriendo, el hombre lobo se inclinó sobre su pareja y le besó dulcemente. —Todo está bien, bebé. Te veías absolutamente adorable todo borrachín —expresó y besó su nariz—. No hay nada de que avergonzarse. —¿Quién está avergonzado? —refunfuñó—. ¿Y quién te dio el permiso para besarme cuando quieras? —espetó, pero no se movió. —Tú lo hiciste. El humano le observó con sus ojos entrecerrados. —Pude haber estado muy borracho, pero ciertamente recuerdo las cosas que pasaron y eso no ocurrió —indicó. Sonriente, el lobo beta se enderezó y sacó su billetera de su bolsillo. Abriéndola, sacó un trozo de papel blanco, el cual estiró antes de mostrárselo a su pareja, revelando la servilleta con su contrato firmado por ambos. —Esto me dice que puedo besarte las veces que quiera, bebé, tú aceptaste y lo firmaste. Sin creer que firmó aquella estupidez, Zac le observó. —Eso no cuenta, estaba borracho. —Dicen que los borrachos siempre toman lo que quieren —canturreó. —No cambies el dicho a tu gusto, es "los borrachos siempre dicen la verdad" —corrigió e intentó quitarle la servilleta. Cosa que por supuesto Luther no permitió y la volvió a doblar cuidadosamente para guardarla en su billetera otra vez. —Pero sigue siendo válido de las dos formas, ya que los borrachos van por lo que quieren al decir la verdad —argumentó. Sin poder debatir aquella lógica, Zac le observó no muy feliz. —¿Por qué no me tomaste anoche cuando me ofrecí? —cuestionó directamente—. Te deseaba y tú también lo haces, me lo recuerdas en cada oportunidad que tienes. —Lo hago —asintió—. Pero no por eso te iba a tomar estando borracho. Solo un perdedor se aprovecharía de aquella situación. —No estaba tan borracho si logre darte vuelta —argumentó. Luther asintió y alzó su mano para correr esos mechones color chocolate de ese atractivo rostro hermoso. —Te lo dije anoche, encanto. Cuando tenga el placer y el honor de tener tu cuerpo, quiero que estés completamente consciente y en todos tus sentidos para que recuerdes cada momento y detalle de la forma en que amaré tu cuerpo, porque una vez ni siquiera será suficiente para mí —reveló. Zac tragó y su estúpido corazón se aceleró. —¿Y si soy la clase de chico que le gusta estar arriba y tomar el mando? Luther gimió bajo y ronco ante la pregunta de su elegido, lo cual fue un sonido muy sexy. —Bebé, anoche te veías tan sexy montándome y reclamándome que puedes pedirme lo que quieras y yo felizmente te seguiré cada uno de tus deseos. Observando fijamente ese tono azul mar, Zac exhaló un lento suspiro y cerró sus ojos. —Eres imposible. Sonriendo, Luther se inclinó cerca y le robó otro beso dulce y casto del cual, no fue alejado ni rechazado. Razón por la cual se tomó su tiempo robando varios e incluso besando la punta de esa nariz como tantas veces deseó. —Estoy intentando dormir aquí —refunfuñó Zac, pero no se movió de su lugar. —Un último y ya —prometió y se enderezó tras dárselo—. Bajaré a pedir el desayuno. Zac resopló suave y le observó por un ojo. —Se supone que es aquí cuando intentas ser romántico y me preparas el desayuno tú mismo —indicó. —Soy romántico al pedir el desayuno para ambos, no quiero intoxicarte, encanto. No mentí cuando dije que no podía cocinar ni un simple huevo —le recordó y acomodó las mantas a su alrededor—. Cierra los ojos, volveré pronto.
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