Aldo escuchó los murmullos a su alrededor y sintió cómo su furia crecía. Sin poder contenerse, les gritó a todos: —¡Dejen de murmurar y vuelvan a trabajar! Los empleados se sobresaltaron y regresaron a sus tareas. Aldo salió del despacho, con la mandíbula tiesa y los puños apretados, dirigiéndose a su apartamento. Necesitaba calmarse, pensar con claridad antes de dar el siguiente paso. Al llegar a su apartamento, se sirvió un trago y se dejó caer en el sofá, su mente se llenó de pensamientos contradictorios. Era consciente de que no podía buscar a Mabel en ese estado; la conocía bien y sabía que no lo recibiría. Mientras intentaba ordenar sus ideas, el silencio del apartamento le ofreció un momento de tregua, pero también le recordó la fragilidad de su relación con ella. —¿Qué voy a