Seis de la mañana y mi alarma suena. A duras penas abro mis ojos. Dos semanas sin trabajar y ya me siento con la flojera de levantarme muy temprano. Me estiro en la cama y doy un leve grito al hacerlo. Amo hacer eso Me siento, y me doy cuenta de que estoy sola en la cama. No es que me haya acostumbrado a dormir con él, no. Es que se me hace extraño que no esté acostado cuando aún es demasiado temprano. —Buenos días —pestañeo y me sobresalto al verlo salir del baño ya duchado, vestido y prácticamente listo para irse—. ¿A qué hora te levantas? —A las cinco de la mañana. Hago un poco de ejércitos en la otra habitación y luego me ducho para irme —lo dice tan relajado que yo me siento a hora una holgazana. —¿¡Y por qué no me despertaste!? —¿Quieres despertarte a las cinco de la mañana par