Muerte orgásmica

2350 Words
Las mismas seis personas que se montaron en un avión y esperaron que tendrían una vida fácil, despreocupada y feliz después de regresar a la ciudad, como en busca de un paréntesis, en busca de la mínima paz. Yo creo que la felicidad no la teníamos en cuenta. A la familia de nadie, los amigos de nadie más que nosotros, y así hemos vivido un pequeño tiempo, y ha sido impresionante. Ramón ha organizado una cita para discutir en el apartamento de Consuelo, lugar en el que estamos viviendo ahora. Consuelo y Ramón no se hablan porque mi marido quiere la cabeza de su cuñado, con toda razón, y entonces no se hablan, lo cual es incómodo, al nivel del divorcio de mis padres. La parte en la que no se hablaban se podían cruzar el uno al otro, ni siquiera para entregarme de una forma decente, pero bueno, “la que soporte” según el **. —¿Cómo me veo? —Guapa —respondo. Se ve elegante, muy bien peinado, sexy pero sin ser demasiado sensual. Es perfecta. —Ramón... —dice mientras da vueltas y su hermano se queda en silencio mirándoles. —Ramón, ya llevas cinco horas sin hablarme, y sabes que eso me rompe el corazón desde que estábamos en el útero de mamá. —No quiero que vayas, eres mi hermana y sé que esto te afecta, y no me apetece que vayas con esa suegra maléfica que tienes y el marido homosexual. —Tú eres progays. —Soy pro matrimonio homosexual, un hombre con un hombre al que ama, me encanta, y una mujer con la mujer que ama, me encanta. Un hombre que ama a hombres y está casado con mi hermana no tiene idea de cómo quiero desaparecerlo. Consuelo le da un abrazo a su hermano y este le besa en la frente, le acaricia la espalda. Ramón le abraza y vueltas porque Consuelo se siente menos vulnerable de repente, se siente apoyada y amada, cosa que no ha sentido en las últimas semanas. Su hermano le recuerda lo mucho que le quiere, todo para ella. —Sé que para ti una casa, un perro y bebés son una estupidez, pero Consuelo, no tienes que hacerlo solo, no tienes que dedicar tu vida a una carrera que no amas. Tú tienes derecho a escribir tu propia historia, no la que mamá quiere que repitas, porque ella lo tiene todo, hasta el jodido príncipe azul hippie —lo dice con los ojos llenos de lágrimas. Le da un abrazo más fuerte a su hermana antes de tomar la bolsa e irse. Ramón toma asiento junto a la barra de la cocina, se queda ahí sosteniéndose la cabeza. Me acerco a él y le doy un abrazo y le beso en la mejilla, le acaricio la espalda y me pregunta cuánto valoro nuestra amistad. —¿Quieres que te la chupe? —Me gustaría, pero quería saber si es muy pronto para hablar de tennis en pareja. —Me duele todo el cuerpo, Ramón. Estoy dispuesto a calentar aceite y masajearnos el uno al otro, mientras nos decimos cosas sexys en la cama. —¿Es una fantasía tuya? —Sí —respondo, y él me besa. —Vale, prepararé algo sexy. —Yo preparé los aceites, Consuelo tiene unos finos que huelen exquisito—Ramón sonríe y me da un beso, me abraza de nuevo y me llena de besos. —Te quiero —dice y le veo a los ojos. Es como si estar casados le diera más peso a las palabras bonitas, para mí decir "por favor" y "gracias" nunca ha tenido nada de mágico. Decir "te amo" y "te quiero" es lo más maravilloso del mundo, sobre todo cuando se siente como llena el cuerpo y abraza el alma, te recarga, hace sentir como cuando un bebé dice "te amo". Es lo más sincero, y ese "te quiero" de Ramón se siente pequeño, pero se siente como algo que podrá ser mucho más grande que nosotros. —Yo a ti —respondo y los dos nos quedamos mirando antes de reír y ponernos a hacer lo que debemos para nuestra velada romántica. Ramón y yo hablamos de posibilidades, mientras Consuelo ve lo que quería: literalmente celebrar casi cuarenta años de relación con alguien. Los años son sinónimo de constancia, trabajo duro, soporte, amor, aventura, apoyo incondicional y la gente que cree que los matrimonios largos también tienen su cuota de dolor, altibajos, llanto e incertidumbre. Quedarse no siempre es la opción más fácil. —Consuelo—le saluda, su suegro y le ha tomado de la mano antes de besar su mejilla, Consuelo sonríe y le felicita por su aniversario, le acerca un par de regalos y le advierte que uno es sol para él. —Mi regalo favorito. —Escóndelo, antes de que nos vean. —Gracias—responde emocionado y abre la bolsa con confites, saca un par y le da uno a su nuera, se guarda un puño en el bolsillo del pantalón y le hace una seña para que le acompañe a la mesa de confites. El señor Bravo, es uno de esos que siempre acompaña a un hombre que tiene algo que decir; la conversación es su pasión. A diferencia de su esposa, él adora a Consuelo y siempre ha creído que es una mujer inteligente, fuerte y muy guapa. Pensaba que era afortunado de tenerla en su familia. Sin embargo, a veces notaba que no era el tipo de mujer para Manuel, no era la que le hacía golpear la cabeza contra las paredes. — ¿Cómo hiciste para elegir? — ¿No entiendo? — Entre la mamá de Martín y tu esposa. —él sonríe, toma uno de los confites y lo prueba; Consuelo hace lo mismo. — No elegí a una sobre la otra; encontré en Lucrecia muchas cosas que amaba de Luna. Todo lo que me hacía falta de Luna, pero con una personalidad más romántica. — No entiendo. — Amé a Luna como loco, pero su carrera era su mayor deseo. Creo que fantaseó toda la vida con tener una gran carrera. Yo era un obstáculo; las cosas no terminaban de cuajar. Ella terminó conmigo, yo tomé una beca y me fui. Tiempo después, conocí a Lucrecia, muy mona, divertida, inteligente. Le gustaba su carrera, pero su prioridad en la vida era ser mamá y esposa. Y yo moría por eso. — Tú abandonaste a dos de tus tres hijos —recalca Consuelo. — Y tú no estás enamorada del hijo correcto, Consuelo. La vida no es fácil, elegir no es fácil. No podría decirte a cuál de los dos elegir, pero sé una cosa: en la vida uno tiene que elegir a la persona con la que puedas salir de cualquier circunstancia, a la que vaya a tomarte de la mano sin importar lo difícil que se ponga todo. — Elegir lo que es bueno para ti. — En el amor es necesario ser egoísta; estás eligiendo a una persona para ser tu espejo, Consuelo. Si eliges a alguien débil y frágil, eso dice mucho de ti. — Papá —interrumpe Manuel—Muchas felicidades. Los dos se abrazan, Manuel, luego se giran hacia su esposa y le da las gracias por acompañarles, Consuelo, le resta importancia. La señora Bravos se acerca a su esposo, su hijo y su nuera. — Consuelo, bienvenida —les saluda Lucrecia. — ¿Por qué no sacamos una foto familiar? — ¿Qué tal si esperamos? — Después habrá que atender a los invitados. — Sí, pero Martín así me lo ha prometido. — Casi es la palabra —insiste su mujer y le acomoda la corbata—. Vamos a darle unos minutos, pero no te ilusiones demasiado —insinúa la mujer y le da un beso en la mejilla. Su esposo la mira a los ojos, y Manuel le pregunta a su madre si tiene una camisa interior nueva. — Ay, Manuel, de verdad, eres peor que tu padre —le acusa y le acaricia la espalda antes de llevarlo a la habitación. Consuelo y su suegro comparten una mirada antes de que él insista: — Hay que ser egoístas; esa mujer daría la vida por él. — ¿Papá? —llama la mamá de Martín—. Lo siento si he llegado tarde. No estaba intentando ser grosero, me acosté y cuando me di cuenta ya era de noche y la hora... ¿Está furiosa? — Oh, no, tu hermano viene llegando y él estaba en el país. Consuelo ha llegado sola; Manuel sigue siendo el hijo único, soltero eterno, ese muchacho —reniega y se saca otro confite; su nuera asiente y Martín le da una mirada completa. Ella mira a Martín como si fuera una bebida refrescante en medio del desierto, y Mauricio los ve a ambos. — No quiero ser parte de esto, no quiero fingir que no sé cosas. Pero los dos saben cómo es de sensible y resentido Manuel. Si van a ser egoístas, es mejor que sea pronto, como arrancar las banditas, hijos —le da un beso en la mejilla a su hijo y otro a su nuera. Martín aprovecha que nadie les está viendo bien y se acerca a Consuelo; ella le mira a los ojos y Martín se inclina un poco. — Me dejaste. — ¿¡Cómo!?—pregunta confundida. —Un día querías que yo le dejara, al siguiente estabas en una avión, sin despedirte, sin dar explicaciones y poniendo continentes de distancia. ¿Dónde estabas África? ¿Asia? ¿¡Sudamérica!? —Consuelo le golpea con su cartera.—La gente que quiere el jodido final feliz; se q u e d a.—Ella le da un golpe con la cartera ,y otro. Martín se queda viéndola con la mirada divertida porque se fue pensando que jamás tendría una oportunidad. Consuelo se quedará en silencio, apoyará a su hermano incondicionalmente y después pasará a la siguiente etapa de su vida, como una mujer súper poderosa y concentrada en su carrera. Consuelo le recordaba muchísimo a su madre; era una de esas mujeres que quería cosas más grandes, cosas que afectaran al mundo y no solo a ella. — Consuelo...—dice y le toma de las muñecas. — ¿¡Qué!? — Si me quedo, no es a medias. — No entendí. — No voy a follarme a la esposa de mi hermano; voy a follarme a mi mujer —Consuelo ve a Martín asustada por unos segundos y se tira encima. Martín la aprieta contra su cuerpo y le besa de inmediato, con hambre y deseo, porque en las últimas semanas solo había imaginado lo que sentiría si volvía a estar con Consuelo, al menos cinco minutos si pudiera tocarla, si ella lo elegía. Y poniéndolo en perspectiva, Consuelo no estaba tan perdida porque se había casado con alguien que no era, sino porque sabía con quién sería y no podía. En otra habitación de aquella casa, Lucrecia estaba buscando una camisa nueva que sabía que tenía en la talla de su esposo. La sacó de la gaveta, la abrió y su esposo ingresó a la habitación. — ¿Manuel, qué está pasando? — ¿De qué hablas? —Tú y Consuelo, es evidente que te has equivocado, que algo no va bien. —Insiste Lucrecia.—¿Hay alguien más? — Mamá, nunca te ha gustado Consuelo. — No es el tipo de mujer adecuada para Manuel. —insiste la señora bravo. — Mamá, nunca me ha gustado Consuelo. — No es el tipo de mujer para ti. — ¿Por qué no es dócil? —pregunta su marido. — Sí, no es sensible y todo se tiene que hacer a su manera. — Consuelo es la mejor amiga que un hombre podría tener. Es leal, amorosa, dulce, solidaria y, además, guapísima. —Reconoce Manuel y se cambia la camisa.—Mamá, déjala en paz. ¿Ustedes qué piensan que estaban haciendo Consuelo y Martín? La pareja más apasionada de Mainvillage, los que se acomodan en un baño, sobre un lavabo, de la ropa puesta, en el minibar, contra algún armario. El armario de abrigos, específicamente, en la entrada de una casa en la cual por desgracia una mujer muy importante en la vida de Martín, la mujer que le dio vida a su madre. Básicamente, produjo el óvulo que lo creó a él y a Manuel. Larissa estaba divirtiéndose con sus otras tres nietas, escuchando el encuentro apasionado que su nieto proporcionaba a una mujer joven y enérgica en un lugar público e incómodo, en medio de una fiesta familiar. Estaba disfrutando de todo lo que se burlaban de la vida de Martín en honor a ese episodio. Sus nietas, y peor aún, sin importar que estaban a punto de molestar a su nieto, ya que no tenían idea de que la mujer que estaba gritando el nombre de su nieto no era una de sus novias de turno, sino la esposa de su otro nieto. — No hay que grabar —les dice Larissa a sus nietas—. No vayamos a crear un porno nivel Kardashian; solo vamos a abrir la puerta y fingir que estoy indignada. Lo raro es que cuando uno planea cosas así, siempre es peor de lo que uno imagina. — ¡Martín, por el amor de Dios! —grita su abuela horrorizada y señala a Consuelo. — Oh... —grita Consuelo en un estallido de placer en el que ni siquiera la vergüenza puede detenerla. Martín trata de cubrir sus cuerpos o minimizar que están haciendo, pero es casi imposible justificarse, ninguna mujer puede. haberse presentado tan mal ante toda la familia de su esposo exesposo para cambiar con su hermano/primo... ya ... ya... Que yo también me muero de la vergüenza; ¡en serio! Que me m u e r o, ¡y no fui yo! Comente, esta novela está buenísima no se retengan todo.
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