Única regla

1366 Words
Nosotras llevamos a casa a Consuelo, y Simonetta cree que es mejor si ella se queda. Consuelo insiste en que cada vez que algo en su vida sale de acuerdo al plan de Dios, que en estos momentos no es un plan en específico que tenga Consuelo para su vida, porque la verdad no hay un plan, solo hay una persona a la que quiere amar con toda su vida, y no le corresponde. ¿Mal momento, mal lugar? Esa es un poco la base de la historia de Martín y Consuelo, y aconsejar es fácil. Simonetta es la primera en decir que lo mejor para ella es olvidarlo, y yo le recuerdo a cualquier hombre que la ame, debería recordar siempre que es un honor y nada menos, estar con ella. Nosotras hablamos un rato sobre todas las cosas que no sabíamos que queríamos Simonetta y esta nueva necesidad de mantener a su familia unida (por familia me refiero a Wallace y William), Consuelo, compañía masculina en general; compañía, y yo no quiero admitir que me encanta estar con Ramón, que somos compatibles en maneras que ni siquiera yo entiendo, pero después de una copa de vino, todo va mejor. El celular finalmente muere. Le pego, le doy dos golpes contra palma, le hablo con amor, y no me juzguen, pero le soplo los orificios porque alguna basurilla, necesita salir. Mis amigas me ven como si estuviera loca, y Consuelo me acaricia la espalda y reímos como locas. —A veces uno tiene que tener el teléfono que honre a la profesión que tienes, que te ame y te responda de la manera que necesitas, que esté encendido todo el tiempo. —Simonetta y yo nos reímos, pero Simonetta agrega: —Gretta, necesitas comprarte un teléfono nuevo, de esta era.—me recuerda Simonetta, y las tres nos reímos. —¿Por qué viniste, Simonetta? —Llamaron del colegio de mi hijastro, y hay un brote de sífilis. Él ha dado positivo, su mamá está con toda razón enfadadísima, y su papá cree que es normal. Ahora siento que debería hacerme un test contra el VIH porque seguramente lo tenga, porque todo el mundo ha tenido una ETS en algún momento de su vida. Yo nunca he tenido una. No es normal. Estoy preocupada, mucho, por el hombre fantástico, espectacular, sexy, caliente y maravilloso que se mete en mi cama, entre mis piernas y lugares asociados, y su mentalidad libre, tranquila y permisiva le permite dejar que su hijo tenga una ETS y lo considere normal. —¿Wallace no se cansa de dar problemas? —pregunta Consuelo. —Tú eres la que planea adoptar dos de esas, de las que enseñamos y pueden ser horribles. —Sí, la realidad es bastante caótica —las —En fin, además de tener un adolescente en su casa, no soy su mamá ni su madrastra, soy la novia de su papá que provee un techo y tengo un límite de opiniones. —Básicamente, no se hace lo que tú dices. —No digo nada porque no quiero ser una sapa. —No quieres ejercer el rol de madrastra, la mujer de su padre con la que él comparte una casa, en la que hay reglas y límites. No quieres ser mamá en las malas, solo quieres ser la mamá divertida y eso no es justo para su mamá de verdad. Creo que si siguen juntos, William y tú van a tomar un rol de papás de tu hijo. Es complicado, Simmy, pero pienso que es necesario que elijas si quieres ser una figura materna o la señora de la renta en la vida de Wallace. Vuelvo a darle RCP a mi celular, le doy una veintena de palmaditas, lo coloco en mi mano, lo soplo y finalmente me doy por vencida. Consuelo ofrece llevarnos a todas a casa con tal de que nos vayamos de la suya. Simonetta vino en un Uber y yo traigo mi propio auto, pero no me importa simplemente dejarlo. Consuelo nos lleva a nuestras casas como cuando estábamos en el colegio y teníamos un chofer designado para evitar llevar a un chismoso chivato que le contara todo a nuestros padres. Miro el frente de la casa y todo está oscuro, ya no hay autos, no hay señales de Ramón dentro. Vuelvo a salir y le pido a mi chofer que use su celular para llamar a su hermano, quien no contesta. Simonetta se baja del auto y me asegura que regresará más tarde, y yo les prometo a ambas que estoy tranquila, pero la verdad es que estoy viviendo mi peor pesadilla. Me han abandonado. Mi esposo me ha abandonado. Consuelo se lo toma a chiste y llama a su hermano, pero este no le contesta ni a Simonetta. Les cuento que más que enojarme, simplemente saqué a la oca que hay en mi interior y le grité a sus amigos, le grité a él y la verdad, no recuerdo si insulté a Leonard por existir o no, pero en ese momento de furia, eso hubiese dado gozo a mi corazón. En este momento simplemente multiplicaría los azotes de Ramón para no hablarme nunca más. La melliza de mi esposo llama a casa de sus padres y con cierto sigilo pregunta si su hermano ha pasado por ahí. Yo corro en pánico al interior y ya no está el televisor enorme que tapaba la pared completa. Quiero llorar, pero no salen las lágrimas, solo estoy congelada esperando una respuesta o una señal, intentando hacer que este pedazo de celular se reconecte con la energía, pero no logro traerlo a plano terrenal, así como no logré que mi esposo se quedara en las buenas y en las malas. Ramón no contesta, no llama, no regresa y mis amigas intentan defenderlo. Entonces, sé que hay lados: Consuelo, quien nunca dejará de amar a su hermano, y Simonetta, quien siempre me ha amado como a su propia hermana gemela. Las dos discuten y yo tomo asiento en el porche de mi casa. Me llevo una mano al pecho y Simonetta pregunta si siento alguna molestia. Yo le aseguro que estaré bien, pero sé que mi corazón no quiere tener que resistir. Doce minutos más tarde, Ramón aparece tan tranquilo como la vida. Estaciona el auto en la cochera y baja para saludar a Simonetta y a Consuelo. Estoy sentada en el suelo y se inclina para preguntar: —¿Estás bien? —La has abandonado —grita Simonetta. —¿Dónde estabas? ¿Por qué no contestabas, Ramón? ¿Qué te crees? —Fui a devolver el televisor y a mi casa con mis amigos. —¿No pensaste en decirlo? —pregunta Consuelo. —Le escribí a Greta, pensé que seguía molesta y estaba pasando de mí. —Me quedé sin celular... —respondo finalmente. —Creí que me habíais abandonado... yo pensé que lo habíais hecho. —Somos dos adultos, Greta, vamos a discutir, pero esta no es tu casa y esos son mis amigos. No voy a seguir escondiéndome. O estamos juntos o no y es nuestra casa o tenemos que comprar un lugar nuevo. Lo siento, pero son mis condiciones. —Vale. —Bien —responde y me ayuda a ponerme en pie. —Tenemos sexo de reconciliación pendiente y tengo ganas acumuladas, damas, así que bye. —Ramón, no puedes ser tan mal educado —le advierte su hermana. —Puedo. —Nos llamas mañana, Greta, y —se despide Simonetta. Ramón cierra la puerta en la cara de su hermana y sonríe antes de besarme, me alejo ligeramente y él me acerca a su cuerpo. —¿Qué pasa, Greta? —Pensé... —me acaricio el pecho. —pensé... —¿Creíste lo peor? —Sí. —Nueva regla número 1: si discutimos, ninguno de los dos sale por esa puerta. —Okay. —Ramón me da un beso en la frente y me abraza. Caminamos juntos a la habitación y reconozco que no me siento de humor para tener un sexo tórrido y reconfortante de reconciliación. Mi esposo promete hacerlo especial, con solo la condición de que confíe.
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