¿Hay o no?

2340 Words
Uno pensaría que llegar a una casa vacía es lo peor que le puede pasar en la vida, y no siempre es tan exagerado, pero innegablemente una casa vacía es incómoda para aquel que quiere un abrazo, un beso, un “buenas noches” o un “te amo”. Una casa vacía es eso, es normal, es todo como lo dejaste, pero nada más. En cambio, en mi nueva realidad, en la que hay un hombre en mi vida, con el cual he llegado a concesiones para fomentar la buena convivencia y mantener mi productividad laboral y la línea del respeto fluida, pues, desde que llegó, todo se siente diferente. Hay autos enfrente de mi casa, autos de lujo, cómodos, dos Porches que no conozco y un Audi muy nuevo, una camioneta para ser exacta. Cuando ingreso a mi casa, hay risas, gritos y voces masculinas que reconozco, pero sé que no calzan; la risa de Ramón resuena desde la cocina y sus amigos siguen conversando agitados y emocionados. Como si fuera poco, hay un enorme televisor, pared con pared cubriendo la pared en el que están jugando estos señores. Todos se quedan en silencio cuando me ven, y yo les saludo con un gesto de la mano. —¿Gretta, te llegaron mis mensajes? —No... dejé... el cargador, y esto, no funciona.—respondo.—¿Buenas noches? —Ramón y Gretta, ¿están solo follando o están oficialmente juntos? —pregunta Leonard, el amigo especial de Ramón. Le miro a él y a Ramón, y veo al guapísimo Damián Waitly mientras come nueces en mi sofá, en el salón de mi casa también veo a Freddy, el único de ellos que jamás ha pasado de mí como si fuera inexistente para mi apariencia, mis gustos o mis dramas familiares, y finalmente vuelvo a poner mi mirada sobre Ramón. —¿Qué está pasando...? —Te ves muy bien, Greta —Responde Leonard y viene a darme un beso en la mejilla, luego se disculpa para ir al baño. Damián se pone en pie y se acerca para saludarme con un beso en la mejilla y un abrazo, mira socarrón a ramón y dice: —Gracias por invitarnos, Gretty.—Le miro molesta y respiro despacio. Después, le sigue Freddy, quien está decidido a darme un beso en los labios y pánico, por lo que acabo haciéndole la cobra, viendo en sus ojos terror absoluto y algo de duda. —¿Podemos hablar? —pregunto. —Claro. Ramón me hace una señal para que vayamos a la cocina, me sigue y puedo sentir su mirada afilada y penetrante sobre mi espalda. Nuestros invitados regresan a sus lugares. Pongo el celular a cargar y este como un pez hambriento enciende de forma inmediata, parece que simplemente quiere ver conectado y veo sus mensajes desde temprano. Ramón se sirve una bebida, le pregunto en tono bajo y calmado qué está pasando en la sala de mi casa. —Invité a mis amigos, no pensé que tenía que preguntar... —Ramón, hay un televisor enorme en mi sala. —No había televisores en casa así que compré uno para el salón, y jugamos videojuegos juntos.—procede a explicar: — La esposa de Dami tenía un examen, Leo vive en un hotel, y es raro, y creo que Fred peleado con su esposa. —Ramóncho, —Le llama Leo.—¿vas a jugar o estás muy ocupado? —No me cae bien.—susurro y mi marido sonríe hacia su amigo y me mira suplicante. —Lo sé, pero es parte de nuestra liga. No puedo echarlo porque a mi esposa no le gusta. —Okay, ten sexo solo —respondo y tomo mi plato de comida y Aquí está el texto corregido: Me dirigí a mi oficina, para darles a los cabaleros su espacio, porque como que quiera conocerme un poco más a Leonard o intentar descifrar qué tener Damián en la cabeza, de verdad que no, y Freddy con todo lo majo que es sin Ramón no creo que nos conoceríamos. Es que todo está limpio, todo se ve diferente y esto no ha sido un ataque del impulso crónico de limpieza de Ramón, no ha sido la señora de siempre porque huele a limón y a magia. Es agradable porque, para mí, la magia de la limpieza reside en el olor a cloro. Mi casa huele como si hubiera unas diez personas, dejándolo impecable, y me quedo convencida de que es cierto cuando veo la perilla de la puerta de mi oficina. Está pulida, y el vaivén de dieciocho años de suciedad, con la marca de los dedos grasos de mi abuelo antes de fallecer, un poco más borrada que esta mañana. Y ya les dije que hay límites para convivir, coexistir, para mantener nuestra relación al día. Ramón ha decidido no molestar, yo he contratado a una empleada, que se encarga incluso de doblarle los bóxer al señor, y a cambio no dejar las cosas tiradas en toda la casa. Me he recluido a una oficina, que para ser justos, es bastante amplia, bien ventilada e iluminada porque mi abuelo, el magnate de distribución, aparentemente no sabía estar enjaulado en su propia casa, y ahora está, según mis entendimientos, con Ramón, es más armoniosa mi espacio para crear, leer, desordenar, pensar, tomar varias tazas de café y fumar cosas inapropiadas. Cuando ingreso, hay un librero enorme, es nuevo, con todo acomodado por autor, (nada de eso iba a ahí), y siento que quiero morirme de nuevo, porque mi oficina es el último lugar que aún no ha destruido, y de verdad, que no extraño la soledad de mi propia soltería, pero extraño la libertad de dejar un libro o un calzón donde considero que van. —¡Ramón! —grito. —¡Ramoooón! —¿Qué te pasa? —pregunta. —¿Tú ordenaste mis libros o fue la empleada? —Contraté un servicio de limpieza que Damian recomendó. —Es el servicio de limpieza que dirige mi esposa, y hemos pedido tres chicas y en nada tenían la casa limpia y ordenada. —responde.—¿te gusta? —No, no, ¡no! Yo soy una persona de desorden Damian. No me va esta mierda de autores y cosas. Hay libros por ahí tirados que inspiran capítulos eróticos extra calientes y otros que me dan confort, y amo en qué estabas pensando, Ramón. Dijimos, la oficina es intocable. —Hay café por todos lados. —El café también es necesario, Ramón. Me ayuda a sentirme querida y escuchada por mis propios pensamientos. —Gretta, nada de esto existe. —¿Quieres llorar? —pregunta Leonard divertido. Quiero llorar, romper cosas, saltar sobre mis dos pies, insultar a alguien y volver a empezar, pero no quiero avergonzar a Ramón y no quiero hacer sentir a Damián como que su neurosis ha rebasado límites inquebrantables. En su lugar, tomo una bocanada de aire y reajusto mi bolsa. —Gretta, no es para tanto, llamaremos y te desordenarán el lugar... —¡Necesito irme de mi casa porque la destruiste! —grito y me cubro la boca. —Lo siento, muchas gracias. Está muy... no sé. Es que con cada palabra que digo siento que me ahogo. Salgo de mi casa y estoy furiosa, estoy avergonzada y dolida con Ramón, porque es lo único en lo que hemos estado de acuerdo en semanas, en cambiar un poco el estilo de vida, en ordenar y limpiar la casa y dejarme un solo espacio, mi oficina, la cual tiene un ventanal enorme que da al jardín, perfecto para escribir todo el día, leer, fumar y tomar café, mi único lugar sin modificar en la casa, y todo lo demás podría ser ordenado y limpiado por Ramón o quien quiera contratar diez mil veces. Una casa llena de gente que cree tener la respuesta de todo en el universo y que hace las cosas de una sola manera, tener mucha gente loca en una casa es mejor que una casa vacía en la que una mujer parece volverse loca. Es que Consuelo acaba llamándome, porque después de fallar mal en todas las pruebas que compró, cree que es necesaria mi inexperiencia. Voy a la farmacia, al minimercado, un laboratorio que encuentro abierto y la microbióloga es lo que yo le recomiendo a toda mujer que aparente no saber leer ante la duda de estar embarazada. Me da una prueba bastante sensible a las hormonas del embarazo, un frasco para llenar con orina y traer al laboratorio, y me informa que estarán abiertos durante 24 horas, así que puedo traer a mi "amiga", porque siente que es imaginaria. Llevo todas las pruebas con Consuelo, la cual está bebiendo agua como loca, Simonetta ha llegado a casa de su prima y está sentada en el piso del baño mientras intenta ver si está o no pintada la segunda raya. Yo tomo una y la pongo contra la luz y veo una segunda raya, pero a Simonetta parece no verla con Consuelo y somos dos contra una. —La laboratorista dice que esta es lo mejor, lo que usan los ginecólogos cuando tienen una adolescente que jura no haber tenido sexo nunca, pero tiene todos los síntomas, mientras sale el de sangre. —Wow... —¿Qué es lo más específico? —pregunta mi amiga. —El de sangre y en la farmacia dicen que estos son muy buenos. —Okay, tengo ganas. —Informa Consuelo y abre las cajas con desesperación, las coloca en una especie de bandeja que considero debería botar después de esto porque procede a realizar una sentadilla tipo jumbo, muy profunda y se mea sobre esas barritas como si fuese un perro. Simonetta ríe a carcajadas, como si fuese lo mejor que le ha pasado en la vida, y saca su celular para archivar este momento. Mi amiga y yo nos reímos porque Consuelo está sola en la locura. —Todo se está haciendo mal —le informo y nos reímos las dos hasta que las costillas duelen. Simonetta y yo liberamos el estrés de años de desorganización en mi caso y de las descomplicaciones familiares que alguna vez gozó mi amiga. Le doy el vaso a mi cuñada, le explico que debe orinar tranquilamente en él, luego sumergiremos la parte con el sensor de la prueba, la dejaremos cargar y nos dará un resultado. —Estoy muy nerviosa, quiero a Naty y mamá, pero no quiero un bebé de un hombre que no me eligió —grita desesperada y me obliga a aprovechar su orina, sumergiendo un montón de palitos dentro de ella. Unos minutos más tarde, estamos en problemas más grandes, Consuelo va a ser mamá de un humano. Unas están positivas y las otras no. —¿Estoy o no embarazada? —Yo siendo tú me haría la prueba de sangre —comento y Simonetta sonríe. —Sí, es que... no se te da orinar en absoluto. —Ja ja. Las tres nos vamos hacia mi auto, paso por un puesto de comida rápida, me pido una hamburguesa, extra papas y una bebida light. Mis amigas se ríen y hacen sus propias órdenes ridículas. Después vamos a un laboratorio, y les cuento a las chicas la novedad de Ramón. Mis amigas se ríen cuando describo el tamaño del televisor, que es fuera de una pantalla grande enorme del tamaño completo de la pared que antes me ha tomado diseñar y fue pintada por mi abuela y mi bisabuela. Ahora mi esposo quiere luz azul, cáncer, quiere radiación en toda la pared. —Gretta, Ramón es muy "low cost maintenance" —dice Consuelo. —Leonard Russo estaba en mi casa. —Uhh, guácala, ¿todavía se hablan? —Sí, y le he gritado al pobre Dami Waitly. —¿Sigue guapo? —Muy guapo, pero se casó recientemente con alguien igual que él obsesionada con la f*****g limpieza, él y Ramón. —Qué triste, con alguien así no me casaría por segunda vez. —Seguro a él le encanta ser papá del hijo que tendrá con el hermano de tu ex —comenta Simonetta y las tres reímos. Cuando llegamos al laboratorio, Consuelo nos recuerda su horror por las agujas, y no la culpo; yo nunca querría estar en su lugar. —Ese bebé no necesita a nadie —le digo—. Tienes dos mamás, tú y Simy criarán a los bebés juntos y será divertido para todos, verles crecer, y yo voy a adorarlos. Ramón se va a enloquecer. —¿Por qué no te haces una prueba solidaria? —No estoy solidariamente embarazada. Estoy pensando cómo volver a casa con la cola entre las piernas y decirle a tu hermano que exageré un poco, porque el desorden aporta brillo a mi trabajo y tengo rosas y chocolate que enviarle a Damián en son de disculpa. No de verdad, después de saber si seremos tías o no, tengo que ir a casa y hablar con Ramón, le he gritado frente a sus amigos, y debe estar muy dolido. Consuelo se ríe y me asegura que su hermano sabe no tomarse las cosas en serio; entonces, esperamos mientras cenamos y busco las palabras correctas. Como escribir se me da mejor que hablar, le escribo un mensaje: Gretta Nada evita que vaya a disculparme en persona en cuanto nos veamos. Entiendo que la oficina es intocable, pero tú pronto lo aprenderás. Te quiero, y no quiero que estés incómoda, pero mi espacio de trabajo de verdad es como una burbuja de mi creatividad. Siento haberte gritado frente a tus amigos; de verdad que me estresé. Lo siento, y en cuanto pueda, voy a casa a disculparme en persona. Entonces, nos entregan el resultado, y bueno, Consuelo, quien lee una y otra vez que no está embarazada del hombre al que ama, llora desconsoladamente por el bebé que esta mañana nos tenía ni idea que querías.
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