Los domingos

1773 Words
Las hijas de los Mainvillanos deben volver a sus casas. Era un decreto de esos que no están escritos, pero que un presidente con dolor y mucha tristeza hizo tras la muerte de su amada primogénita seis generaciones atrás. Arnoldo, el presidente, tuvo cinco hijas y seis hijos, a todos los amaba con locura, al igual que a su adorada esposa. Pero su mayor miedo siempre fue perder a alguno de sus hijos. Esto se convirtió en realidad cuando su primogénita fue asesinada a manos de su marido, la hija a la que más le dolió entregar en matrimonio y a la que no volvería a ver. En lugar de tomar medidas agresivas o acosar a su familia, Arnoldo decretó que todas las niñas debían volver a casa los domingos para que sus padres pudieran asegurarse de que vivieran en un lugar seguro. Muchas familias no lo hacen, pero en la alta sociedad Mainvillana, la tradición se mantiene fuerte, y todos los domingos se reúnen, conversan, planean ideas y, en muchos casos, se convierte en una reunión de negocios. Por eso, los ricos siempre se mantienen ricos. Nunca tuve a quién traer y tampoco quería hacerlo este domingo. Afortunadamente, Consuelo, que es una experta en mantener las tradiciones a pesar de todo, decidió ir con sus suegros para hablar de la posibilidad de posponer la boda. —¿Qué has dicho? —Queremos vivir juntos y preferimos no casarnos. —Consuelo, la boda es en tres meses. Lo siento, pero no es posible. —Dime, amo me da la gana, no me caso. Mi familia y yo no tenemos inconveniente en escribirte un cheque. —Es obvio que han discutido por algo, pero ustedes dos están enamorados, así que vamos a resolverlo. Lucrecia es una de esas mujeres imponentes con mucho carácter, firme y explosivo. Lo que no le gustaba de su nuera era justo eso, que Consuelo siempre llevaba la voz cantante en todo y no se le podía controlar. No la quería demasiado, pero Manuel parecía feliz a su lado, y ella entendía esa felicidad, ese amor descontrolado que uno siente por otra persona y es capaz de todo con tal de retenerla a su lado. Martín ingresó justo en ese momento con el postre, una torta de mil hojas, helados y una parte sencilla. El joven observó a su madrastra y a su cuñada, las cuales estaban demasiado serias. —Martín, cielo —le saludó y se acercó para abrazarle. —Hola, ¿cómo has estado? Me he invitado porque Manuel ha insistido y porque no veo a papá hace que un siglo. —Estará feliz de verte. Martín le dio un beso en la mejilla a Consuelo, y esta vio en el jardín a su novio, conversando con su padre, tranquilo de la vida. Sin querer afrentar nada, Martín fue a servirse una bebida, y su suegra dio dos golpecitos en la mesa del comedor. —En lo que estábamos. La boda se hace en tres meses. —No, la boda se hace cuando yo quiera o no se hace. Manuel parece muy perturbado por su pasado y no sé si está capacitado para acompañarme. —Si no estás lista para enfrentarte a lo que sea, entonces mejor vete de una vez. —Mucha gente vive en unión libre antes del matrimonio —intervino Martín. —Si mal no recuerdo, tú lo hiciste. —Y no pospuse la boda con mi futuro esposo cuando la bomba de tu paternidad estalló en mi cara. Simplemente me aguanté a su lado. —Son generaciones diferentes y escenarios diferentes. Al final, es una decisión de Consuelo y Manuel. Una mujer nunca necesita que la defienda nadie, ni siquiera un hombre o una amiga. Una mujer nunca espera que la defienda nadie, pero Consuelo sintió alivio, se frotó las sienes, y los tres escucharon a Mauricio y Manuel acercarse. El más joven saludó a su hermano con un beso y después se acercó a su novia. Consuelo vio a su suegra alejarse hacia el jardín, y su novio preguntó qué estaba pasando. —Le he dicho que pospondremos la boda. —¿Cómo? ¿Qué ha pasado, Consuelo? —preguntó su suegro. —Es entre Manuel y yo. La verdad es que hablamos de tomar las cosas más en calma, pero no quiero irme a vivir contigo, Manuel. Tu madre puede que tenga razón y tomarnos un tiempo será lo mejor. —Si no estás lista para enfrentarte a lo que sea, entonces mejor vete de una vez. —Mucha gente vive en unión libre antes del matrimonio —intervino Martín. —Si mal no recuerdo, tú lo hiciste. —Y no pospuse la boda con mi futuro esposo cuando la bomba de tu paternidad estalló en mi cara. Simplemente, me aguanté a su lado. —Son generaciones diferentes y escenarios diferentes. Al final, es una decisión de Consuelo y Manuel. Consuelo no esperaba una llamada ni una persecución romántica, pero la recibió y vio en el retrovisor a Martín, este se sube al auto y le pide a Consuelo que acelere. —Voy a casa de mis padres. —Me he ido de casa de mi padre, ¿me invitas? —Estás loco, lo último que quieres es que piensen que le estoy poniendo el cuerno a Manuel. —Bueno, de todas formas lo pensarán cuando lo dejes y empieces a salir conmigo. —Martín, tú y yo no vamos a volver a pasar, hoy ni en seis meses, ni nunca jamás. —¿Por qué no? Hay ganas, química y anatomía. —¿Entonces sabes de qué va todo el "no me caso"? —Sí, es mi hermano al final y me ha contado. —Ya y... ¿no estoy mal? —Si quieres ser mamá con urgencia o vivir placenteramente, creo que es importante. Sobre todo creo que Manuel necesita un bastón para superar su pasado y vivir feliz. ¿Cuánto le amas? —¿A dónde te dejo, Martín? Los dos comparten una breve mirada y él sugiere un restaurante para ir a disfrutar. Su amiga lo lleva a la casa de sus padres, donde tienen un banquete gigante. Sus padres jamás lo expresarían en esas palabras, pero compraban la comida de la semana y la guardaban en la tarde. Ramo está feliz de ver a su hermana, porque cuando tiene la oportunidad de disfrutar de ser "hijo único," su madre no había tenido sutileza para preguntarle si estaba saliendo con alguien, fue directo a su yugular. —Entonces, ¿Consuelo se casa y automáticamente me tengo que casar yo? —Consuelo ha insinuado que quiere posponer la boda —comenta Ramo mientras le sirve de comer a su hijo, un poco de todo con abundancia. —Necesito hablar con esa chiquita. —Mamá, ¿por qué hay tanto marisco? —Menos grasa, no quiero que tu hermana engorde y diga que es por lo que come los domingos, y tu papá no cree, pero le molestan las articulaciones. —Papá, ¿te estás haciendo mayor? —pregunta Ramón para cambiar de tema. Su padre sonríe y le devuelve la pelota de inmediato. —Soy un señor, hijo. Ya estoy para entregar a mis hijos en matrimonio y sentarme a ver crecer los nietos. Los dos se quedan mirándose seriamente. Su madre se ríe y le da un beso en la mejilla y le recuerda que solo quieren que se queden solos, solos, acompañados y felices, con sus propias vidas. —Yo tengo vida propia. —Ramón, tu hermana insinuó que estabas saliendo con alguien. —Madre, estoy en una relación, pero no voy a presentártela hasta que nos parezca prudente. —¿Cuál es el problema de presentarle una mujer a tu madre? —Pregunta Ramón a su hijo y este se ríe. —Nada, es una mujer madura y respetada. Yo quiero que se sienta preparada antes de que mamá la asfixie con ideas que no están en su cabeza. —Ramón, es que... ¿qué tiene de malo casarse y darme un par de nietos? —Nada, mamá. Solo tenme un poco de paciencia. —Bueno, ya. Todo a su tiempo, hijo. ¿Cómo va el negocio? ¿Cómo estás tú? —Interviene Ramón y le da un apretón de hombros a su hijo. Ramón sonríe, le da las gracias a su padre y le comenta todos los cambios que está haciendo en su empresa de viajes, con la que planea hacerle un regalo a Consuelo. Esto llega en medio de la conversación sobre la empresa audiovisual y de streaming que están ganando su padre y su hermano. Consuelo les da un beso a su familia y les presenta a Martín. Su madre lo ve incrédula y le pregunta si puede ayudarle con un postre, su hermano y su padre se quedan conociendo al nuevo galán de su hija. Ramón Jr. le sirve una copa, mientras escucha la respuesta de Martín a las preguntas de rigor: a qué se dedica, hace cuánto tiempo conoce a Consuelo y la favorita de su hermano: —¿Cuáles son tus intenciones? —Por el momento que deje a Manuel, después, las mejores intenciones. Con Consuelo, me caso yo. —¿Rivalidad de hermanos o caprichos personales? —La vi primero, debería poder dejármela. —Ah, ¿y qué tan bien follas?—Pregunta el papá de Consuelo y su amante se atraganta, pero finge con ocho éxito que no le ha incomodado la pregunta tan clara que se ha echado mi suegri.—Porque la niña no puede estar a punta de masaje y no se lleva bien las decepciones, no le gustan ni chiquitas ni apagadas. —Nadie nunca se ha quejado. Yo no puedo darles fe, pero un pajarito llamado Consuelito, me contó con lujo de detalle como le gusta que un hombre en específico, le bese, se tome su tiempo en cada rincón de su cuerpo, a un ritmo que sonaba enloquecedor. Con sus caricias, su cuerpo, sus manos moviéndose sobre lugares muy específicos y sus dedos jugueteando partes muy sensibles. ¡Sí, sí, sí…! Muy aprobado, y, muy valiente el Martíncito, yo con mis treinta años de conocer a los Murdok, JAMÁS, voy a discutir cuánto sexo planeo tener por semana con el calenturiento de su hijo. Pero bueno... cada niña en su corral, de vuelta con sus papás, ya, casi, después de la copita de helado, puede que tome energía para contarles cómo le fue a la Simonetta en su nueva familia y como me fue a mí con la familia en que nací.
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