Qué no se diga

1005 Words
Yo ya les conté que Simonetta es una nueva mamá y que Consuelo está lidiando con deseos pecaminosos a punta de dedo. La vida puede llevarte por el camino que siempre has soñado o por uno más oscuro. Yo estoy en el medio, como esa gente que va a Las Vegas, ganan algo, pierden muy poco y salen con la frente en alto. Algo así es como me siento, pero si no tienen suficiente con que haya escrito que era virgen a los treinta y seis años, que me he casado con el primo y hermano de mis dos mejores amigas, que después de ir al hospital y ser solidarios hemos tenido relaciones íntimas como locos... no hay forma de expresar mi deseo s****l alocado y desenfrenado. Es como si todos esos años esperando que pasara, deseando un hombre, agraviara la pena solo por tener a alguien tan hábil y encima de mi cuerpo, al lado y al otro lado. Mi marido en la cama es espectacular. Recuerden, este es increíblemente espectacular, sexy, salvaje y huele exactamente como debe oler un hombre, como se debe ver un modelo y como debería comportarse cualquier esposo que, si duramos treinta años, la parte s****l no debería agotarse nunca. El problema, señoras, es que hay un problema en todo lo que hacemos y decimos. El problema de mi marido, el hombre casi perfecto, es su cerebro. Y en mi caso, he estado rodeada de hombres superficiales y ensimismados. La verdad es que creo que podría vivir más fácilmente con ellos que con este macho alfa que me he conseguido. Desde que conozco a Ramón, él no es un simple mortal, un seguidor, el personaje número 10 en la lista. Ramón es el líder, el señor y el marido. Se ha sentado en el suelo y ha repartido besos sobre mis ojeras, luego se ha puesto en pie de un salto (tipo burpee, con total naturalidad) y con la confianza y seguridad que solo él posee, porque llegó a la repartición muy temprano y de primero, tomó papel y lápices de colores, como sabe que me gusta. Y es que me agobia que me conozca tan bien. Me siento espiada, acosada por años, pero no dejo que me intimide. Me coloco la ropa interior, y él se coloca los pantalones. —Tenemos que gestionar nuestra relación. —Sí, por supuesto. —Viviremos aquí porque has invertido más en esta casa que en tu propia vida —elevó una ceja y se aclaró la voz—. Ayudaré con los gastos y renovaciones del próximo año. —No necesito tu dinero. —Ya, yo tengo las agallas bien puestas, y si estás conmigo, no necesito depósitos y mierdas de papá. Agrega, eres mi mujer, eres mi problema. —¿Quién te crees? —Tu marido, eso me creo. Somos dos adultos en una relación cerrada y madura, y no me gusta la idea de que tu padre te mantenga. —Yo tengo mis cosas —respondí ofendida. —De eso iba la cena, de estar en una relación, de amarnos y ser felices juntos como la gente. —Ramón, estás enfadado por mi falta de experiencia, eso tienes. En un mes se te pasa, y nos toca vivir once meses medio enojados. —Tu carácter está bien afilado, casi como tu lengua, Greta. Yo no estoy pidiendo nada para mí más que lo intentemos. ¿Qué tiene de malo decir que eres mi pareja y no fingir que ni siquiera sentimos nada? —Yo no siento nada nuevo por ti, Ramón. Ramón me mira enojado y no sabe si largarse o matarme. En su lugar, toma asiento a mi lado, me besa, me acaricia el pelo y con dulzura, caigo en su juego, en el de demostrarme a mí misma que durante los últimos treinta y seis años. No he pensado en él como un hombre, como mi interés romántico y menos, como el compañero para pasar toda mi vida, sino como el hermano y primo de mis amigas, la persona que se me lleva mal sin razón aparente o la que me cuida en un tumulto de gente. Con respecto al amor, lo único en lo que he pensado es cuán dolorosa es la caída. Porque es lo que vi, muchas personas me dicen lo felices que fueron mis padres, yo solo vi la manera en que se alejaron. Tres hijas deberían significar algo, pero para mí, el matrimonio siempre ha sido dolor y las relaciones maritales una mentira. Ramón me mira a los ojos y me pregunta si sigo sin sentir algo. Si no es suficiente lo que siento y de verdad que no creo que vaya a sentir todo tan intenso en la vida, pero le digo la verdad: —Tengo muchísimo miedo de arruinarlo, de perdernos y lastimarnos. Tengo miedo de romperme el corazón, tengo miedo de que un día despiertes y recuerdes que tienes un tipo y cierta estilo de vida y ahí no encajo yo. De verdad, Ramón, no puedo darme el lujo de perderte, a mis amigas, no puedo. Yo tenía entre cinco y seis años cuando mis padres se divorciaron y esa es una edad en la que entiendes muchas cosas, que nadie imagina, y enlazas las otras mientras creces. En medio de ello, se bloquea demasiada información, así que no justifico mi miedo y sé cuál es su origen, pero ese divorcio, que no se trataba de mí, que no era conmigo y que no tenía como fin lastimarme, tuvo un lugar importante en mi corazón, en mi consciencia y en mi presente. —Greta, yo podría empezar a escribir reglas, ideas, promesas y la verdad, mentiras, pero no voy a estructurar nuestra relación de esa manera. Viviremos juntos y trabajaremos juntos en esta relación. Se lo diremos a nuestras familias en unos tres meses y si no tenemos que divorciarnos en nueve meses o diez años, lo haremos. Eso sí, si funciona, nos casamos, por todas las de la ley.
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