Lo amo pero no hay palo

2724 Words
Les voy a contar el lado masculino de esta historia, porque creo que el mejor personaje en este momento es Ramón, mi amado y respetado marido. Pero antes de entrar en su historia, voy a hacer una parada por la denigrante vida de Manuel, el hombre que vio a Consuelo y pensó que podía ser suya. Se animó a invitarla a un café, a la cena, la llevó a su apartamento, y la joven negó con la cabeza y le dijo que era virgen. Él pensó que era un milagro encontrar a una mujer pura y guapísima como ella, enfocada en su carrera, en su trabajo y con ganas de complacer. Dios con algo que a todos nos cabía pareciendo lo mismo. Consuelo no fue fácil de conquistar y menos de convencer. Después de casi un año juntos, con solo besos y miradas furtivas, aún no estaba claro qué clase de relación tenían. Él continuó esforzándose por ella, esforzándose por ganarse un lugar en su vida, y así lo hizo. Su segundo año de relación fue mucho más formal, cargado de romance y determinación. Los dos sabían hacia dónde iban y cuando llegó el momento de pedir su mano, no dudó. Buscó el mejor joyero, pidió permiso a sus padres y a su abuelo, consultó a sus mejores amigos y le hizo la pregunta con el corazón lleno de amor y esperanza, convencido de que vivirían una vida maravillosa juntos, con éxito profesional y sentimental. Era perfecto. Planear la boda les estaba tomando un montón de tiempo, pero irse a casar solos los dos le pareció correcto. Lo que no podía entender era por qué no habían podido consumar su matrimonio. Vio la desesperación y la pena en el rostro de su esposa. Consuelo ingresó a la habitación para recoger sus cosas, y él intentó darle una explicación. —Ha sido demasiado. Podremos intentarlo cuando estemos más relajados. —No, no, no. Eres el problema, Consuelo... yo. —Yo sé que no soy el problema, Manuel. Me has visto. Hay hombres que matarían por una foto mía. Manuel sonrió. —Pero espero que esto no sea una enfermedad que tengamos que combatir a lo largo de nuestro matrimonio. —No, no lo es, Manuel. Soluciónalo. La mujer empacó sus maletas y poco después se fue con su grupo de amigos de regreso. Ramón se quedó al último, descargando las cosas con su hermana, y esta le preguntó cómo había estado su fin de semana. —Sorprendentemente bien. —No lo arruines. Creo que si están aquí bien, podrían estar bien en cualquier lugar. —Quiero mucho a Greta, pero ella no se quiere en absoluto. —A eso me refiero. Ella puede que no tenga la confianza en sí misma, Ramón, pero creo que ustedes dos se gustan desde hace mucho tiempo. ¿Qué tal si evitas decir una tontería y eres amable? Prueben por unas semanas, no divorciarse, solo... salir, conocerse, enamorarse. Tú te mereces toda la felicidad del mundo, y ella se merece... a alguien mejor que tú, la verdad. Creo que estoy borracha. —Ja, ja, j a, já—se ríe irónico, y su hermana toma su maleta.—¿Por qué estás triste? —No se le para. —Uhh... Consuelo. —Sí... y en tres años no me ha buscado, en tres años. Y no lo vi venir. ¿Sabes? —El pene es caprichoso. Yo, cuando tenía pareja, un día antes o dos, ni soñar con una erección, por más guapa que estuviera la chica o por más que me la jalara. A mí eso me ayudaba a dormir, y mira que nada. Verte a ti en modo fiera, guapísima, segura de sí misma, con tu largo dossier de experiencia, es fuerte para alguien como Manuel. —¿Qué tiene Manuel? —Solo tú quieres saberlo. Los dos se ríen, y su hermana le da un beso antes de subir juntos al jet. En el avión, Simonetta ha ocupado el lugar frente a su nuevo marido mientras se abrocha el cinturón y le da indicaciones muy específicas de lo que harán el lunes. Simplemente llegarán, firmarán y se irán. Ella paga todo, el abogado, los gastos, incluso el día laboral, pero anulará su matrimonio. —William, lo siento, por todo lo de esta mañana. Específicamente por las cosas que dije. Tú pareces una buena persona y no te mereces ser juzgado por nadie, específicamente por mí. —Ah... ¿qué le dijiste? —comenta Ramón. —Yo que tú le cobro cien mil dólares de indemnización. Por daños y perjuicios, violencia doméstica, unos quinientos mil. —Cállate, Ramón —se queja su prima y le golpea en los huevos.—¿No tienes un divorcio que resolver? —No, yo soy lo suficientemente prudente para esperar. Que despegue el avión y mantener una conversación privada con mi esposa sobre el curso de nuestras vidas nupciales y postnupciales. —Exacto, Ramoncito, —siéntate para que podamos despegar —le digo y él se ríe, antes de sentarse a mi lado, abrocha su cinturón y me da un beso en la mejilla. Consuelo prefiere viajar en frente de nosotros, sonríe y se asegura de hacernos saber que somos la pareja más linda del mundo. Justo antes de ponerse a llorar histéricamente, la azafata nos pide a través de los altavoces tomar posición de despegue, y todos intentamos tranquilizar a Consuelo. Su hermano incluso se cambia de silla, y ella niega con la cabeza mientras toma la mano de este y le envía dramáticamente. Sentirse a mi lado. Les voy a contar el lado masculino de esta historia, porque creo que el mejor personaje en este momento es Ramón, mi amado y respetado marido. Pero antes de entrar en su historia, voy a hacer una parada por la denigrante vida de Manuel, el hombre que vio a Consuelo y pensó que podía ser suya. Se animó a invitarla a un café, a la cena, la llevó a su apartamento, y la joven negó con la cabeza y le dijo que era virgen. Él pensó que era un milagro encontrar a una mujer pura y guapísima como ella, enfocada en su carrera, en su trabajo y con ganas de complacer. Dios con algo que a todos nos cabía pareciendo lo mismo. Consuelo no fue fácil de conquistar y menos de convencer. Después de casi un año juntos, con solo besos y miradas furtivas, aún no estaba claro qué clase de relación tenían. Él continuó esforzándose por ella, esforzándose por ganarse un lugar en su vida, y así lo hizo. Su segundo año de relación fue mucho más formal, cargado de romance y determinación. Los dos sabían hacia dónde iban y cuando llegó el momento de pedir su mano, no dudó. Buscó el mejor joyero, pidió permiso a sus padres y a su abuelo, consultó a sus mejores amigos y le hizo la pregunta con el corazón lleno de amor y esperanza, convencido de que vivirían una vida maravillosa juntos, con éxito profesional y sentimental. Era perfecto. Planear la boda les estaba tomando un montón de tiempo, pero irse a casar solos los dos le pareció correcto. Lo que no podía entender era por qué no habían podido consumar su matrimonio. Vio la desesperación y la pena en el rostro de su esposa. Consuelo ingresó a la habitación para recoger sus cosas, y él intentó darle una explicación. —Ha sido demasiado. Podremos intentarlo cuando estemos más relajados. —No, no, no. Eres el problema, Consuelo... yo. —Yo sé que no soy el problema, Manuel. Me has visto. Hay hombres que matarían por una foto mía. Manuel sonrió. —Pero espero que esto no sea una enfermedad que tengamos que combatir a lo largo de nuestro matrimonio. —No, no lo es, Manuel. Soluciónalo. La mujer empacó sus maletas y poco después se fue con su grupo de amigos de regreso. Ramón se quedó al último, descargando las cosas con su hermana, y esta le preguntó cómo había estado su fin de semana. —Sorprendentemente bien. —No lo arruines. Creo que si están aquí bien, podrían estar bien en cualquier lugar. —Quiero mucho a Greta, pero ella no se quiere en absoluto. —A eso me refiero. Ella puede que no tenga la confianza en sí misma, Ramón, pero creo que ustedes dos se gustan desde hace mucho tiempo. ¿Qué tal si evitas decir una tontería y eres amable? Prueben por unas semanas, no divorciarse, solo... salir, conocerse, enamorarse. Tú te mereces toda la felicidad del mundo, y ella se merece... a alguien mejor que tú, la verdad. Creo que estoy borracha. —Ja, ja, ja, ja —se ríe irónico, y su hermana toma su maleta.—¿Por qué estás triste? —No se le para. —Uhh... Consuelo. —Sí... y en tres años no me ha buscado, en tres años. Y no lo vi venir. ¿Sabes? —El pene es caprichoso. Yo, cuando tenía pareja, un día antes o dos, ni soñar con una erección, por más guapa que estuviera la chica o por más que me la jalara. A mí eso me ayudaba a dormir, y mira que nada. Verte a ti en modo fiera, guapísima, segura de sí misma, con tu largo dossier de experiencia, es fuerte para alguien como Manuel. —¿Qué tiene Manuel? —Solo tú quieres saberlo. Los dos se ríen, y su hermana le da un beso antes de subir juntos al jet. En el avión, Simonetta ha ocupado el lugar frente a su nuevo marido mientras se abrocha el cinturón y le da indicaciones muy específicas de lo que harán el lunes. Simplemente llegarán, firmarán y se irán. Ella paga todo, el abogado, los gastos, incluso el día laboral, pero anulará su matrimonio. —William, lo siento, por todo lo de esta mañana. Específicamente por las cosas que dije. Tú pareces una buena persona y no te mereces ser juzgado por nadie, específicamente por mí. —Ah... ¿qué le dijiste? —comenta Ramón. —Yo que tú le cobro cien mil dólares de indemnización. Por daños y perjuicios, violencia doméstica, unos quinientos mil. —Cállate, Ramón —se queja su prima y le golpea en los huevos.—¿No tienes un divorcio que resolver? —No, yo soy lo suficientemente prudente para esperar. Que despegue el avión y mantener una conversación privada con mi esposa sobre el curso de nuestras vidas nupciales y postnupciales. —Exacto, Ramoncito, —siéntate para que podamos despegar —le digo y él se ríe, antes de sentarse a mi lado, abrocha su cinturón y me da un beso en la mejilla. Consuelo prefiere viajar en frente de nosotros, sonríe y se asegura de hacernos saber que somos la pareja más linda del mundo. Justo antes de ponerse a llorar histéricamente, la azafata nos pide a través de los altavoces tomar posición de despegue, y todos intentamos tranquilizar a Consuelo. Su hermano incluso se cambia de silla, y ella niega con la cabeza mientras toma la mano de este y le envía dramáticamente, sentarse a mi lado. —Porque no me desea. —William le da una mirada de advertencia a su amigo antes de preguntarle qué ha pasado. Este niega con la cabeza para tranquilizar a William. Manuel le suplica a Consuelo que deje de llorar, y cuando termina el ascenso, se siente a su lado para que puedan hablar. —Manuel, igual ya sabemos que no se te para. Todos sabemos y entenderemos que a algunos hombres les pasa de manera más frecuente y evidente. ¿Tienes que decirle a mi hermana algo al respecto, ¿eh? —¿Les has contado? —Es mi mellizo, compartimos útero, chistes sexuales, secretos de por vida y d e c e p c i o n e s. —Solo pasó una vez. —Tres horas y ni siquiera morcillona, Manuel. —Creo que es una conversación privada, por qué no... discuten en el baño. —¿Cuál es la diferencia si se lo vas a contar? Estas son cosas privadas de pareja. —No existe la privacidad cuando estás enfermo. —Nadie debería enterarse si tengo problemas para elevar mi pajarito. —Manuel, sabes que literalmente que es solo una pastilla —responde William. —Si estás relajado, nada de eso pasa. —¿¡Tú sabías que no me funcionaba el pene!? —Yo pensé que tú sabías. —Has sido estafada —comenta Simonetta. —De verdad, que no se puede confiar en ningún hombre. —No, ya no, que unos son gays, los otros infieles y al tercer grupo, no se les para —comento yo y mis amigas asienten. —Creo que voy a tener sexo con el piloto. —¿Desde cuándo eres ninfómana? —¡Necesito demostrarme que puedo levantar algo sin usar las manos!— Simonetta y yo nos reímos mientras ella se quita el cinturón de seguridad y camina hacia la cabina del piloto. Toca la puerta desesperadamente, y la azafata se ríe, se disculpa, pero tiene que reírse, y nosotras también, porque no es normal. —Hola, soy Consuelo —saluda, y el hombre sonríe. —Quería saber cómo funcionan todas estas palancas. —Simonetta y yo nos reímos. Con pene o sin pene... Consuelo ama a Manuel, y si es un tema de una pastilla, se sentirá devastada cuando vea que por un capricho le ha hecho daño. Su hermano se devuelve por ella, la carga y la lleva a sentarse junto a su hermana junto a su nuevo marido. Manuel reconoce que anteriormente había tenido problemas con sus ex parejas por dificultades, se emocionó demasiado con el viaje, la fiesta, Las Vegas, y al final se olvidó el medicamento, y ahora ella estaba furiosa. —Mira, propongo un trato, yo me olvido de la falsa virginidad, tomo las medicinas, y tenemos una luna de miel de siete días como merecemos. —Manuel, estás muy joven para tener problemas eréctiles —comenta su esposa. —Lo sé, pero... es estrés. —Estreses, sí, tomo antidepresivos y se me mejora... Yo de verdad que no quiero reírme, pero conozco a Consuelo y sé que la está montando. Ramón se ríe conmigo despacio, en silencio, nos observo; tomados de la mano, siendo tan amigos como siempre, tan cómplices. —¿Quieres que nos veamos el lunes en el juzgado o...? —Claro —respondo. —Yo no quiero ir al juzgado. Yo... creo que quiero intentarlo. —¿Intentar qué? —Estar casados. —Esta vez, la risa se me escapa, y William y Simonetta, quienes estaban intentando no carcajearse, porque burlarse de sus mejores amigos en todo el universo, sueltan las carcajadas que dominan el espacio, y todos les prestamos la atención merecida. Horas más tarde, cuando llegamos a Mainvillage, Ramón tuvo el detalle de contratar un súper auto para los recién casados, eso de que no dirán nada pero habrá elogios. Afuera se ve una camioneta, pero por dentro va la decoración. También hay una para William y para Simonetta, quienes prometen vernos en la mañana en el juzgado. Mi amiga se despide con un beso y un abrazo y sigue a su nuevo esposo, para saber dónde deberemos recogerlos en la mañana y que no vaya a escaquearse de su divorcio. Ramón y yo subimos a la nuestra, y sonrío. —Es muy amable de tu parte, Ramoncito. Lo que pasa es que somos amigos, creo que no elegiría una vida en la que no podamos reírnos de Consuelo y Simonetta. Eso no los cambio por nada. Este fin de semana, gracias, pero lo mejor para ti y para mí es ser amigos. —Lo entiendo, no estás interesada. —Nunca he contemplado el matrimonio —comento. —Se te antoja unas pastas, tengo buen vino en casa, podemos pasar a comprar la comida y ver televisión. —No tengo nada mejor que hacer que pasar tiempo con mi esposa. —En serio, ¿te quedas a ver la tele?—le pregunto. —Claro, hoy dan esos juegos peligrosos y salvajes. —Sí. —responde.— Hay maratón de cuatro horas. —Genial, es una cita —Me guiña un ojo vacilón y los dos
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