Hay preguntas que en una relación lo son todo. La de William había sido muy clara: ¿quién soy para ti? ¿Por cuánto tiempo? ¿Estamos formando una familia juntos o vamos por nuestro lado? Eran demasiadas preguntas por procesar al mismo tiempo, sobre todo para alguien como Simonetta, quien en su cabeza tiene planeado todo hasta el último segundo; esa es la mujer que ha elegido desde los veinte su funeral al completo. Lo que pasa es que cuando uno tiene el peso de estas preguntas, esperaría que otra persona responda con el corazón. De inmediato un pequeño “quédate conmigo para siempre”, pero no todos somos iguales. Algunos responden desde el punto más alto de su consciencia y su razón. Simonetta, obviamente, es de esas personas. Así que, ante el pánico y las ganas de evitar una discusión, eligió llenarse la boca de pan, ordenó con señas el vino que le apetecía, continuó comiendo pan de manera infantil y buchona (sus palabras, no las mías), y nutre tanta masa y migas... bueno, comenzó a ahogarse.
Su marido, quien estaba ensañado en la manera de llamarle la atención por el acto infantil de llenarse la boca con lo primero que encontró, ligeramente y muy en secreto deseó que se ahogara por ridícula. Y cuando ella empezó a dar señales de ahogo, William elevó su copa y sonrió, dio un sorbo, después otro, y decidió que el de verdad se bebería todo el vino posible. Ella siguió buscando ayuda y su esposo decidió servirse otra ronda y observarla en su papel estelar. Lo que pasa es que ella sí se estaba ahogando: la tos, las manos en la garganta, el cambio de coloración pudieron haber sido señales, pero el rencor es un enemigo poderoso y yo no me metería nunca con alguien dañado de corazón y rencoroso al nivel de William. Así que estuvo Simonetta no solo a punto de ahogarse con la pelota de masa que se formó en su garganta y no bajaba, sino se cayó de la silla, se golpeó la cabeza, y así llamó la atención del mesero, no de su marido, quien siguió bebiendo, como los pecesitos en el río, hasta que vio a gente preocupada alrededor de la mesa y alguien gritó: “¡se está ahogando!” William rápidamente le dio unos cinco golpes en la espalda a su esposa, pero el pan no salía. Simonetta comenzó a sentirse mareada, y ni siquiera ante la precipitada forma en la que se reuniría con San Pedro y Dios definió qué era lo que quería en realidad... ¿si se estuviese muriendo lo sabría no?
Su esposo realizó la maniobra esta con absoluta técnica y le salvó la vida. El restaurante se llenó de sonidos de alivio, aplausos y preguntas para Simonetta, quien acató a disculparse y tomar un poco de agua. Su esposo la observó en silencio, le miró con cuidado y preguntó si quería irse a casa o al médico. Ella asintió y su esposo le acompañó hasta la casa, los dos en un silencio muy inusual, que se extendió por los siguientes tres días, mientras cenaban.
—No sé qué les pasa a los dos, pero necesitan arreglarlo. —Comenta Wallace. Dormiré fuera, peleen, insúltense o divórciense porque no voy a vivir en esta tensión emocional que han creado en esta casa. Inmaduros, quién putas juega. A la ley del hielo.
—No estamos... —Wallace les hizo una seña para que se callaran y se puso en pie fue por sus cosas y llamó un taxi, su padre le preguntó a dónde iba, y el joven respondió que había una noche de póker en casa de los abuelos Murdock.
—No voy a contar lo que está pasando, pero necesitan arreglar lo que sea que les está cagando la vida. ¡Bye!
Simonetta esperó a que Wallace cerrara la puerta para ir a dejar su plato en la cocina. No había terminado de oler, pero no quería hacer nada más. Subió a su habitación y se preparó para dormir.
William lavó los platos y después entró a la habitación con la intención de buscar la ropa para dormir en otra habitación. Su esposa le vio incrédula y le tiró un almohadón en la cabeza. William se giró preocupado y le miró serio.
—No quiero seguir peleando, si tengo que perder, voy a hacerlo. Felicidades, te hablé primero, pero no te va... si te vas de la habitación entonces estamos hablando mierda y pensando en cuentos de hadas. Si peleas conmigo, te duermes enojado en la cama conmigo, porque me prometiste para siempre y mi yo racional sabe que esto no existe. William, quiero que te quedes y que seas el papá de todos mis hijos, pero necesito que te quedes físicamente. No quiero que me prometas nada o que me pidas explicaciones, quiero ganarme tu confianza y quiero saber que a cambio vas a estar físicamente aquí.
—Te abro mi corazón y te vas.
—Estoy acostumbrada a guardar mi corazón, podemos lentamente dejarlo donde está y esperar.
—Llevamos seis meses juntos, Gretta y Ramón están por casarse y tú y yo estamos casi teniendo un bebé pero no sé si juntos y tampoco por cuánto tiempo.
—Es injusto, ese es un bebé que yo planeaba tener sola.
—Vale.
—William, podemos no pelear.
—Lo has dicho todo.
—Estoy diciendo que si no hubiéramos tomado tanto tequila no estaríamos casados y probablemente estaríamos ligando y conociéndonos.
—No, yo sé lo que quiero y cuando lo quiero, sé con quién quiero la vida y sé que es contigo.
—Camila quería una vida contigo y la dejaste, necesitaste tiempo.
—Necesité tiempo para decirle que ya no la quería no para saber si quería quedarme.
Los dos se quedan en silencio después de esa declaración de William; simonetta entiende que su esposo sí no va a ser capaz de captar al completo su lado de la historia, mientras, él busca desesperadamente que ella pronuncie un de esas palabras de confirmación que tanto desea.
—No todos somos iguales, William.
William entra al baño, toma una ducha larguísima y después se acuesta de medio lado, sin encarar a Simonetta. No dice buenas noches, no dice nada más, solo ve hacia la pared en silencio. Y Simonetta hace lo mismo, se queda en silencio, mirando por la ventana y esperando.
Simonetta sabía que no podía volver a pasar lo de esa noche, así que en la mañana intentó negociar con su marido para que no se ignoraran más frente a Wallace. Este sintió como respuesta y ella elevó la mirada suplicándole al universo porque. William entendiera que todos tenían un ritmo diferente ante la misma experiencia. Él fue a la casa de sus suegros y recogió a su hijo en la mañana para llevarlo al colegio. Su suegra estaba meditando y su suegro y Wallace estaban desayunando, los dos le invitaron a comer y el joven se negó, esperó con paciencia a su hijo y después le llevó al colegio.
—¿Vas a seguir en silencio?
—Estoy pensando.
—Eres un cabrón.
—Wallace, bájale a tu agresividad.
—No sé por qué están peleando pero ignorar a alguien que amas es emocionalmente desgastante.
—Gracias por el consejo.
—Con gusto. —Respondió y procedió a ignorarle.
Su madrastra tuvo la idea de ir a recogerle en la tarde, le llevó por un helado, ropa y una película. Wallace, como buen adolescente, parecía no estar lleno y sintió la necesidad de ir a comer pizza. Simonetta se comió un salad con él, mientras se observaba nerviosa su celular.
—¿Quieres contarme? —pregunta.
—No, eres un niño.
—Ya... pero casi merezco saber.
—No mereces preocuparte por nada, eso mereces.—reconoce su madrastra—Ya se nos pasará.
—Mi papá es un adolescente emocional, si no tienes un gesto enorme y no siente que estás amarrándole y mandándole, siente que vas a dejarle.
—No es tan inseguro.
—¿Por qué crees que duró tanto con mi mamá? Ella no era su esposa, era su groupie.
—Eres un hijo horrible.
—Lo sé...
Consuelo tuvo una pregunta y la mejor herramienta para evitar responder de inmediato. Estaba esperando que el dentista acabara de revisar a las niñas cuando la pantalla de su celular se iluminó. Pensó que se trataba de su madre con uno de sus tips para ser mamá, en su lugar, se encontró con un mensaje que decía: “No dejo de pensar en ti, te extraño, necesito que me escuches, ¿nos vemos en el lugar de siempre?”
—¿Quién es Martín?—pregunta Natalia.
—No deberías leer mis mensajes —se queja Consuelo y gira la pantalla hacia el otro lado.
—Los hombres siempre quieren volver —comenta Mariana. —¿Qué hizo?
—La dejó plantada, —le recuerda su hermana. —¿no viste el vestido de novia?
—Si va, seguro vuelven.
—Por lo menos lo hacen, se veía guapo en la foto.
—Hola, estoy en medio de las dos, las escucho —me quejo Consuelo.
Las dos se ríen e insistente no saber más de Martín, Consuelo bloquea su celular y lo mete en su bolsa antes de ir al lado de su hija menor. Alice parece muy tranquila con su revisión y el dentista confirma que hay un par de dientes flojos y uno pronto a salir. Consuelo le da un beso en la frente a la pequeña y la carga fuera de la silla.
Las tres deciden ir a comer algo rico, especial, y eligen pastas. Consuelo se asegura de dejar en visto a su excuñado y de disfrutar de una tarde maravillosa con sus hijas.
Van al parque, ven a la más pequeña correr, conversan mientras comen helado y ponen reglas juntas.
Lo más saludable para una familia.