Mi suegro tiene dos cosas impresionantes que son muy conocidas hasta ahora: su capacidad de ser papá y su capacidad de ser un esposo comprensivo. Lo que Consuelo no esperaba cuando le llamó para echarle un ojo a sus hijas era que sería un abuelo consentidor. Se los encontró cantando y bailando a los tres en el salón mientras pintaban. Ella observó la escena divertida; su madre estaba preparando una comida espectacular, llena de vegetales y extrudas diferentes.
—Mi amor —La llama su madre.
—Hola.
Consuelo se acerca a saludarla y le llena de besos. Su madre sonríe y le señala el arreglo de flores enorme que le han enviado, le pregunta si se trata de alguien nuevo y Consuelo asiente lentamente, fingiendo que no son de él, porque no deberían ser de Martín. Era el único hombre al que conocía que se le ocurriría enviar unas flores como esas: rojas, grandes e impresionantes, toda una declaración de pasión y amor que no necesitaba.
Consuelo no ataba para detalles o gestos, estaba lista para disfrutar de lo que sí tenía: sus tres hijas y una familia preciosa.
—¿Cómo va la busca de colegios?
—Encontré un semiprivado, a casi media hora de aquí, que las acepta a las tres, es lo mejorcito. Para todo lo demás necesitan estar un año con notas excelentes en algún otro colegio o ser extraordinarias en algo.
—Mainvillage es académicamente competitivo —le recuerda su madre. — Asegúrate de que el horario sea flexible para que puedan tener tutores en casa e ir a actividades extracurriculares. Ya luego hacemos una donación y le torcemos el brazo a alguien.
—Abuela, ¿ya Edo tomar agua? —pregunta Alice y su madre y su abuela ríen antes de asentir. Consuelo la llena de besos y le pregunta cómo ha ido su tarde; es que la pequeña es lo más dulce y encantador de la vida. Consuelo se siente tan afortunada de tenerla.
—¡Hace cuánto estás aquí? —pregunta Natalia y le entrega la tarjeta. —Estamos ansiosas por saber qué dice.
—Estoy ansiosa por recibir tu carta de calificaciones —responde Consuelo y le quita el sobre con la tarjetilla, se la mete en el pantalón y las niñas se quejan y su abuela se ríe.
La mujer lo pasa genial con las chicas, se asegura de que todas coman, apoya a la menor con su pijamada y su peluche, conversa con las otras dos un rato mientras ven un programa juntas. Las dos se quedan mirándola y preguntan por Martín.
—No es de su incumbencia.
—No, pero está bien si tienes un novio —Consuelo ríe y les recuerda que ella no necesita permiso.
—Vale, pero si quieres hablar…
—Martín es… complicado. Era… era el hermano de mi esposo. Es un error.
—¿Lo amaste? —pregunta Mariana.
—Creo que es la primera vez en años que… amo tanto.
—¿Por qué te casaste con su hermano?
—Era… fácil —responde y les llena a ambas de besos. —¿Por qué no dormimos las cuatro juntas?
—Estoy amando tener mi propia habitación —reconoce Mariana y su hermana asiente.
—Les gusta, ¿quieren cambiar algo?
—A mí me gustarían unos cojines como en las películas —responde Natalia emocionada. Es la primera vez que Consuelo la escucha tan feliz por algo, así que acepta comprar unos cuanto juntas.
De todas formas, las chicas aceptan pasar por esa noche a su habitación. Consuelo carga a la menor del clan a su cama. Se acuesta y se encuentra rodeada de personas que sí merecen su amor, su tiempo y todo tipo de esfuerzo; las personas que no la abandonarían y a quienes ella les quería resolver la vida.
Cuando despertó la mañana siguiente, lo hizo con los dedos pequeños de su hija enredados entre su pelo. La mujer sonrió y le dio un beso en los deditos después de sacarlos de su agarre; la pequeña se giró y ella salió de la cama con cuidado de no despertarla. Fue al baño, se lavó los dientes y después salió de la habitación. El olor al desayuno le llamó la atención; escuchó voces y se sorprendió al detectar una masculina, una muy conocida.
—Buenos días —Saludó Martín.
Consuelo no sabía si gritar, pegarle o simplemente ignorarlo, pero definitivamente su ira hacia Martín se sentía mucho más pequeña comparada con el dolor de la traición. No podía creer que sus hijas le hubiesen permitido la entrada. Si bien no sabían toda la historia, no era necesario decirles que no quería hablarle, que no estaba lista para nada de eso. Él no estaba listo tampoco para que la respuesta fuera un no definitivo, así que no dudó en aprovecharse de la inocencia de las chicas que abrieron la puerta. Al inicio, le dio pánico que Consuelo se hubiese mudado, pero cuando una de ellas le preguntó si su nombre era Martín, se permitió examinar rápidamente la casa con la mirada; luego, respondió y no paró hasta convencerlas de dejarle pasar. Ambas vieron el mismo dolor y la desesperación que mostró Consuelo la noche anterior, así que pensaron que podrían estar ayudándole… haciendo de cupidos. Ahora, con la cara de pánico y enojo de su nueva mamá, no sabían cuán mal lo había hecho, pero sospechaban que no era solo una metidita de patas.
—Consuelo…
—Martín, vete de mi casa.
—Consuelo.
—No vas a arreglarlo aprovechándote de mis hijas. No puedes arreglarlo después de haberme dado con toda la carga del dolor y el odio de tu familia, el desprecio de tu hermano. No vas a arreglarlo después de abandonarme. Vete.
—¡Fue un error!
—Sí, lo fue. Siempre quisiste tener lo que era de Manuel, fui un juego. Me ha quedado claro, lo lastimaste y te lo aplaudo, pero ya no quiero más. No puedes venir cuando me recupero y cagarte de nuevo en mí, vete de mi casa", le dijo mientras lo empujaba hacia la puerta. No solo lo empujó, sino que aprovechó y le golpeó con la tira de su bata. Buscó algo y encontró las pantuflas, para pegarle; tiró una contra su cabeza y finalmente cerró la puerta. Se giró y vio a Alice.
—Buenos días, princesa.
—Buenos días, ¿qué estabas haciendo mamá?
—Un intruso ha intentado entrar y de ahora en adelante nos toca cerrar la puerta bien cuando vengan extraños —responde mientras la carga—. Mira, las chicas prepararon desayuno, ¿qué tal si nosotras ponemos café?
—Sí, buenos días, chicas.
—Buenos días Ali…
—Consuelo…
—No…
—Perdón —murmuran las dos mayores y ella finge no haber escuchado, se queda en silencio mientras prepara su bebida matutina. Las niñas sirven el desayuno y Consuelo da las gracias. Alice come contenta su huevo con yema suave porque ha descubierto que esa es su forma favorita de desayunar. Consuelo la ve bailotear mientras come la clara de primero y prueba un poco de pan y se contagia con su alegría.
Comenten mucho para subir varios el fin de semana.