Las gomitas

1912 Words
Después de lo vivido con Wallace, me puse a pensar lo afortunada que soy y lo injusto que es no poder salir con mis amigas a quejarme porque mi vida es fantástica. O sea, Consuelo tiene un marido que ni cala, amó a Simonetta, tiene un hijo adolescente, drogadicto que acaba de tirar el bolso de su madrastra, y todos hemos visto una ecografía. Ustedes ven como en las películas la mala calidad de la imagen te hace dudar si estás viendo solo un útero con quistes o un útero vacío, este deja muy en claro que ese es un bebé. Todos nos quedamos alrededor del bolso, yo no puedo dejar de ver que Simonetta llevaba bragas en el bolso y muchos manís, además de preservativos sueltos y comida, mucha comida. —¡Vas a tener un bebé! —grita el papá de Simonetta emocionadísimo. Ramón se lleva una mano dramáticamente al pecho, y no estoy segura de que él haya escuchado antes que Simonetta iba a ser mamá, pero mi esposo está ahí abrazándola y llenándola de besos. Simonetta niega con la cabeza y busca con la mirada a William y este toma la mano de su hijo. —No estoy embarazada —anuncia Simonetta. —Puta, pero, responsable —comenta Consuelo señala todo lo que se ha salido de la bolsa de su prima, luego se inclina a recoger el reguero y yo intento no reírme, pero se me sale. —Voy a ser mamá por vía subrogada. Era una decisión antes de comenzar con tu papá y básicamente no le he dado opción más que aguantarme con el embarazo que le va a alguien más y la responsabilidad de un humano miniatura, Wallace —responde ante la cara de pánico de su hijastro, este se sorprende y Simonetta le toma de las manos. —Yo voy a tener un bebé, pero si quieres ser hijo único, serás. —Gracias, pero siempre he querido hermanos. —¿En serio, siempre? —pregunta su padrastro. —Toda la vida, ¿quién quiere ser hijo único? —Yo, después de entender que heredaría millones —comenta Simonetta mientras se abrazan y ríen. —Okay... apareció Wallace y estoy feliz, pero necesito comer —comenta Consuelo. —¿Consuelo, estás borracha? —pregunta su tío discretamente. Por supuesto que todos escuchamos la respuesta porque esta no se aguanta ni sola —No, tuve vino con el almuerzo, me comí unas gomitas cuando llegué aquí. —¿Cómo eran estas gomitas? —pregunta Wallace. —¿Qué tenían las gomitas, Wallace? —grita su mamá, desesperada e incrédula de su capacidad para ocultarle las cosas, y entre todo lo que había hablado con él estaba fuera de límites meter drogas en su casa, la de su padre y menos en la de su madre. William y Camila se ven frustrado, están cansados, asustados por lo que están viviendo; sin embargo, se esfuerzan por ser primero los papás de su hijo, por más difícil que fuese la situación, pero sin una palabra e incluso tomando bocanadas gigantes de aire ahí estaba sola. —No tienen droga, sino… Antidepresivos... —se encoge de hombros. —En cualquier momento le va a dar sueño. —Ningún antidepresivo está alegre —responde Simonetta. —Adoro los antidepresivos. —Es su droga —Respondo. —Tengo problemas para dormir —aclara Simonetta ante la mirada de confusión de su padre y su esposo. —Wallace, ¿qué tenían esas gomitas? —Puede que no sepa... las estaba guardando para el futuro. —Creo que eran hongos —comenta Ramón. —¿Cómo sabes? —pregunta Simonetta. —Le robé las últimas dos a mi hermana —comenta. —Pero yo me siento muchos dedos. —Yo tengo ganas de bailar ballet —comenta Consuelo. William se disculpa con el grupo antes de llevarse a su hijo y a su expareja a la oficina de Simonetta. Esta mira a los mellizos, siente que es su oportunidad para molestarlo, los dos la ponen a prueba y dejamos a Consuelo bailar libremente. Gracias a dios sí fuimos al ballet todas juntas. Lo que me cuesta creer es la soltura con la que hace las cosas, pero bien por Consuelo. Ramón sigue viéndose los dedos en un rincón y me siento a su lado. Le acaricio la espalda y coloco su cabeza contra mi hombro. —¿Tú tomas medicinas? —Soy una mujer saludable y libre de medicinas. —Qué cool, tú. —Sí. —Eres guapa y mandona. —Gracias. —Con gusto —responde mientras intenta juguetear con mis dedos, con su espalda contra la pared y su tío suelta una carcajada gigante. Manuel va a ayudarle y la sienta en el sofá, le pide calmarse un poco, Simonetta va a buscarle una compresa fría para Consuelo y su tío se sienta con ella a conversar porque le parece comiquísima en cualquier estado de la vida, si alguien puede decir que es la sobrina favorita de su único tío, es ella. —Tú hueles a hombre importante, eh. Me encanta ese perfume. Me vas a decir cómo se llama. —Hijo, para qué quieres saber. —A veces quiero oler a hombre poderoso. —Ahh, y no tienes un hombre. —Nadie es poderoso como tú. Simonetta y yo escuchamos atentas la conversación de Consuelo, pero también queremos saber lo que pasa dentro de su oficina. Como en un vivir, pero nos queda el confort de saber que William les dejó clara a su ex y a su hijo que necesitaban hacer cambios y parte de eso era que Wallace se mudara de forma definitiva con su padre. —No es lo que necesita. —Hay gente drogada aquí fuera porque nuestro hijo, que tiene una enfermedad que no me dijiste que tenía, la tenía. Camila, esto es para el bien de nuestro hijo. —Ya, pero necesita estabilidad. —Es darle vuelta a las cosas, que te visite a ti y viva con nosotros. Creo que Simonetta y yo podemos ser más firmes. —No estoy de acuerdo… —comienza a debatir su madre. —Yo quiero quedarme un tiempo con papá, al menos la semana. —Wally, puedo ayudar, iremos de nuevo a la clínica, te darán un tratamiento, contrataremos un psicólogo yo... —No es personal, mamá, solo necesita un poco de espacio —William ve la tristeza en los ojos de Camila, quien abraza a su hijo mientras llora. Les propuso hacer una prueba de un par de semanas y les recordó que ella podría verlo todos los días que quisiera, como siempre, solo un poco separados. Simonetta tocó la puerta de la oficina y anunció que la cena estaba lista y en plan de repartir, Camila estaba cansada y quería encerrarse a llorar, por lo que aprovechó para retirarse. La esposa del papá de su hijo regresó a la cocina, le empacó un poco de comida, se lo llevó al auto y le preguntó si necesitaba a alguien para que lo llevara a casa. —Estoy… puedo conducir. —Puedo ir y dejarte en casa. —De verdad, que puedo. Prefiero estar sola, escribiré cuando llegue a casa. Simonetta ha terminado de entrar a casa cuando se encuentra con su padre, el cual está disfrutando del frescor de la noche. Ella le abraza y el señor Murdok le acaricia el rostro, le da un beso en la frente y dice: —En todo este desorden, yo sí tendré un nieto. —Sí. —Me alegra porque me encanta Wallace, es un chico fabuloso y me encantará jugar con un bebé. Pero quiero saber qué ganas tú de tu relación con William. —¿No entiendo? —responde Simonetta algo preocupada. —Cuando te casaste por primera vez, pensé: “Simonetta se conoce mejor que nadie, es una mujer que se crió sola, se forjó sola y ha creado un imperio, ha reconstruido. Eres una mujer fascinante, Simonetta, y verte crecer, verte ser lo que eres es impresionante. Pero no quiero quedarme callado y lamentarme toda la vida.” —¿Qué pasa? —William se ve como un gran muchacho, es joven, guapo y estoy seguro de que si lo conoces, te enamorarás de él. Pero tú mereces a alguien hecho, no a alguien que debas reconstruir. Simonetta, no es tu trabajo cargar con el drama de los demás ni arreglarle la vida a todo el mundo. Tu único trabajo es hacerte feliz. Como alguien que conoce a esta mujer de toda la vida, es cierto. Mi mejor amiga tiene complejo de superhéroe, tiene ganas de cambiar el mundo, pero toma personas apropiadas, que sí, que sí, que sí, que es primordial que la gente del refugio sea a quien apoye. Es una mujer muy entregada, pero si somos justos con su padre, también es verdad que hacer parte de su misión de vida arreglar las nuestras es imposiblemente complicado. Lo más importante no es su responsabilidad. Manuel y William salieron de la casa y se disculparon por interrumpir la conversación padre e hijo. Los dos se marcharon con la cabeza baja. Simonetta sonrió hacia su padre y les propuso ir a comer. Los dos se dieron un beso y un abrazo, y el señor Murdok dijo que era su momento de volver a casa. Les preguntó a sus sobrinos si necesitaban un aventón, y yo les prometí dejarlos cómodos en sus camas. Él sonrió y me dio un beso en la mejilla y en las puntas de los dedos entre los de Ramón. —Hijo, tienes más dedos. —Sí, diez en cada dedo. —Todos reímos. —Hasta drogado no sabes matemáticas, hijo —se quejó el señor Murdok y le llenó de besos. —Te amo, nos vemos cuando estés normal. —¿Cuándo es eso? —pregunté y el señor Murdok fingió tocar una nariz como ha hecho desde el día que me conoció, hasta probablemente el día que yo me muera porque tiene muchas probabilidades de vivir hasta los cien. Se lo hago saber y sale sonriendo y le asegura a su nuevo nieto que pasará a verlo al día siguiente. William se despide del padre de su esposa con un estrechón de mano y se disculpa. —¿Por qué? —pregunta el señor Murdok divertido. —No soy un mal papá, nosotros no somos gente mala, ni desastres. Camila y yo somos gente decente, somos gente con valores y hemos hecho todo porque los niños salgan bien. Fuimos papás adolescentes, pero hemos trabajado duro por ser los mejores papás. Esto es... —Catastrófico—comenta Murdok—La paternidad es horrible —Sí. —Así se siente ser papá todo el tiempo, William, y tenía veinte cuando Simonetta nació, su madre apenas tenía dieciocho. Los dos queríamos morir, no sabíamos nada de bebés, teníamos miedo, estábamos cansados y mi mamá acabó convirtiéndose en la madre de su nieta. Al menos, ustedes están dando su mejor esfuerzo. —Gracias. —Nos vemos pronto. William regresa al interior y se encuentra a su hijo conversando con Consuelo, una Consuelo astral, una Consuelo más loca que una cabra, y William le jala las orejas a su hijo. —No he decidido tu castigo, pero ve a cenar y luego a tu habitación y no molestes a Consuelo. —Soy su tía, y yo le ordeno que comamos helado. —Comer helado.
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