Incondicional

1465 Words
William se acerca a su familia política y a su hijo, y comenta que ha surgido un imprevisto y necesita marcharse. —¿Qué ha pasado, William?—Pregunta su suegro. —Consuelo necesita que la lleven a un lugar. Creo que es mejor que no vaya sola. —Pues te acompaño. —No puedes irte tú. Si Simonetta regresa y no le gusta ver que estás aquí, va a poner una sonrisa incómoda. Si estoy solo, va a insultarme. —Pon a Wallace delante de ti —le dice su esposo, dándole un beso en la frente y acariciando el hombro de Wallace. Los dos salen apurados de la habitación. Consuelo había recibido una llamada del hospital informándole que una niña de aproximadamente 14 años decía que ella era su madre adoptiva. Luego, la policía le llamó para informarle que tenían a una niña de casi 16 años. La joven no sabía realmente a dónde dirigirse y se alegró de que su tío fuera tan terco y decidiera venir, sí o sí. —Yo voy a la delegación y tú vas al hospital —le dice su tío, y ella le agradece. Consuelo sube al auto con Willia. Es evidente el estado de ansiedad de Consuelo, su abogad no tenía los datos exactos pero sabía que las niñas habían intentado huir USJ así habían sido las cosas eso le dejaba dos opciones al juez; enviarlas con ella o ponerlas en programas para niños con riesgo de fuga y definitivamente separarían a sus hijas.William conduce mientras le cuenta una historia para distraerla. —Para mí era obvio me quebré el hueso—Dice William lo cual llama la atención de Consuelo. —Sabía que mis papás me iban a matar, así que me lo volví a colocar. Pasé la noche con mucho dolor, y por la mañana, iba a comer el desayuno, como que todas las piezas se desajustaron. Mis hermanas gritaban, mi mamá se cubría el rostro y mi papá reía como un niño peluquero. —¿Y tú? —Lloré. —Responde divertido.—No había nada más que hacer que admitir que había estado jugando fuera hasta tarde. Me iban a castigar, pegar y todo el rollo. —¿Qué pasó al final? —Me disloqué. Se veía mal, pero no era tan grave. Consuelo sonríe y le agradece por compartir su historia. Los dos salen juntos del hospital en busca de la niña. Encuentran a Mariana sentada en un sillón, con la mano vendada y unas suturas en la frente. En la cama, Consuelo ve a otra niña acostada, conectada a varias máquinas. —Lo siento. —Está bien, cariño. No pasa nada —responde. —Sí, pasa, porque me desesperé. Ahora mi hermana irá a la cárcel, y esta pobre niña será encerrada, quién sabe dónde. —¿Qué les pasó? —Se me ocurrió escapar, pero Alice no quería quedarse sola. Mi hermana nos atrapó y nos caímos del barandal. Corrimos y la policía venía detrás... —Consuelo abraza a la niña y le acaricia la espalda. La niña en la cama susurra que le duele mucho la cabeza. —Hola, cielo. Voy a llamar al doctor. Consuelo pide al doctor Vidal, diciendo que son amigos y que necesita su ayuda. Deciden llamarlo a casa. Ella agradece y llama a su tío. Él le informa que han solicitado un juez de urgencia y que él ya ha llamado a los abogados. Consuelo cambia un par de favores por la mejor ayuda posible de esos abogados que, solo al escuchar su nombre, tiemblan. Son los mejores profesionales de la vida y la gente más imponente de la ciudad. —Consuelo, solicitaste hablar con nosotros. Sabes qué hace la gente a los sesenta años a las 7 p. m. —Dormir. —Y tomar whisky —asegura su antiguo mentor—. Dime que no están por encarcelarte. —Quiero adoptar a dos niñas... tal vez tres, no sé. No me han dejado, y una de ellas intentó escaparse. Ahora viene un juez a hablar con la mayor, y esta pobre niña parece de seis u ocho años. No puedo dejarla. Necesito ayuda. Necesito que infundan miedo o que compren a alguien, porque no quiero abandonarlas. La verdad es que la gente se divorcia, hay padres solos en todo el mundo. Yo quiero ser mamá de estas niñas. —Consuelo. —Sí. —Cálmate, y dinos dónde están las niñas para poder ayudarte. Consuelo les agradece a James y a Jack por dar la cara en su nombre mientras se asegura de que las pequeñas que tiene a su lado estén bien. La joven se hace responsable de Alice, como si fuera suya. La trabajadora social no le pide que se marche, y ella no parece estar lista para dejarlas. William le recuerda que él puede quedarse para que ella vaya al juzgado. —¿Dónde está Simonetta? —Está con Gretta y Ramón... —Vale, me iré. Cualquier cosa, me llamas. Consuelo se despide de sus hijas y va con toda la actitud para enfrentar a cualquier ser humano que pretenda alejarlas. Cuando llega, se encuentra a Nati en una especie de cuarto de vigilancia que en realidad es una celda. Su tío y los abogados están luchando con todas sus fuerzas para que la trasladen a otro lugar. Ella se acerca a la pequeña y la abraza a pesar de las barras, prometiéndole que todo estará bien. El juez al que James y Jack habían pedido el favor de venir y ayudarles estaba descansando con su mujer y sus hijos menores. Estaba esperando todo, menos escuchar que un par de niñas que vivían en la calle habían aceptado ir a una casa hogar para ser adoptadas por una mujer cuyo esposo había dificultado su separación. En nombre de una ley vieja, que ya habían erradicado casi por completo, alguien decidió retrasar su proceso de adopción. Como consecuencia, una de las menores decidió escapar de la casa hogar, y habían sido perseguidas por la policía, resultando en una niña en la cárcel y dos en el hospital. —¿Usted es Consuelo? —Sí. —Venga para que firme. —¿Cómo? —Traigo los documentos para la tenencia temporal de Natalia y Mariana. —¿Me las va a dar? —Sí. Sus hijas la eligieron a usted. —¿Y qué pasa con la otra niña? No puedo abandonar. Le juro que mi economía da para tres niños. Soy muy responsable. Incluso voy a la iglesia una vez al mes, y hago deporte todos los días. En mi casa se come muy sano. El juez la mira, luego a James y Jack. —¿Ustedes me dan su palabra de que no está loca? —Bueno... —Hay locos que tienen hijos —comenta James. —Esta es la custodia definitiva de las chicas. Tendrás revisiones y todo durante un año, pero pueden irse hoy contigo, y con esta pequeña... Buscaré su expediente. Si no tiene familia, te la puedes llevar temporalmente. Es muy feo decir que Consuelo deseó que todos los posibles parientes de una niña no existieran. De todas formas, el juez le preguntó si quería saber de quién había sido hija o sus orígenes, y ella no estaba interesada. Sabía que la niña necesitaba un hogar, y ella tenía espacio para alguien más en su vida. El doctor Vidal había ido porque solo conocía a una Consuelo, y no quería pensar que algo había salido mal y no estar para ella después de lo que le había pasado. El médico entró a la habitación esperando encontrarse con ella, y vio a William acariciando la espalda de la niña. —Hola—Saluda Vidal— dijeron que hay una pequeña enferma por aquí. —Me golpeé la cabeza un poco, y me duele mucho. Quiero vomitar. Vidal sonríe y se presenta ante William, conteniendo las ganas de preguntar por Consuelo. Va directo a revisar a la pequeña, decide enviarle un par de estudios y descartar que sea algo más serio. William recibe la llamada de una emocionada Consuelo, quien habla con entusiasmo. —Consuelo, no te escucho bien. —Me las han dado, William. Soy mamá —William se ríe—. Tengo que llenar unos papeles, luego voy con las niñas. —Estamos bien. Va a revisar a Alice y pronto sabremos más. —Vale, muchas gracias por este favor. —Somos familia. —Gracias, William. —Te esperamos, pero ven con cuidado.—Se despide William. Vidal lo entiende, Consuelo tiene mucho más que una crisis marital, tiene toda una familia. Eso lo entiende el hombre, verdad, y se concentra en ser un buen médico para la pequeña con dolor de cabeza y vómitos.
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