El jarrón

2486 Words
Consuelo estaba en casa, viendo cómo su esposo se iba volviendo cada vez más distante, utilizado porque ella era una buena amiga, una buena persona, y Manuel parecía haber tirado todo por la borda. Decidió simplemente acabar con ella. A ratos quería entender qué había hecho para merecer estar gastando sus años con alguien que ni siquiera había planeado en su corazón amarle. Para Manuel, la molestia de su esposa era normal y totalmente justificable. No solo tenían un matrimonio sin amor, sino que ella estaba enamorada de alguien que se había convertido en inaccesible porque estaba casada con él. Vivir juntos no le estaba resultando fácil, a excepción de los días que se topaban con su suegra y sabía que si ella estaba agobiada, había una mujer más enojada por la situación que ella en la sala. Al principio de su noviazgo, Manuel se había sincerado sobre los horrores y dolores que le habían causado sus padres a su hermana cuando estaba en la adolescencia debido a su orientación s****l. Después de escucharle hablar con su hermano, con la voz llena de terror y dolor, por la realidad que habitaba en él, que era parte de él, pensó que solidarizarse con Manuel, que pasar el siguiente año juntos no sería difícil porque él le quería, romántica y fraternalmente. No había imaginado un solo día de su vida sin Manuel desde el momento que lo conoció y a pesar de la gran química que hay entre ella y su hermano. Cuando llegó la hora de pensar las cosas, ¿Manuel o Martín? Elegir a ese hombre que no era para nada lo esperado y por quien se había mantenido cerca, fuerte y se sintió amada y victoriosa, como cuando marcas la opción correcta en el examen para el que llevas estudiando toda la vida y simplemente sabes que nadie puede quitarte ese punto. Para ella, Manuel era esencial. La respuesta absolutamente correcta y de nada ha desaparecido, ya no solo no es una opción. Él no parece haber pensado en cómo sus decisiones de vida afectaban las de ella. El joven sabía mucho sobre su esposa. Tres años de relación enseñándose manías de un ser humano y además de su gusto por la buena comida, los masajes, los faciales y el vino, su mujer era partidaria de un buen... bueno, su esposa legalmente. Cansado de verla acostada, triste y sola en el sofá, se acercó a ella, le acarició los pies y le dijo: —Consuelo, tengo un plan. —¿Para qué? —Irnos de luna de miel, tú podrás viajar, descansar un poco y yo podré sentirme menos mal por hacerte perder tu tiempo. Y todo será costeado por mí, todos tus gastos y caprichos. —Wow, el mundo gira a tu alrededor, Manuel —soltó Consuelo—. ¿En algún punto me has querido, al menos como amigo? ¿Pensabas en mí? Porque yo cometí errores al principio de nuestra relación, no durante toda nuestra relación, porque yo siento que te he querido, te he cuidado, te he respetado y eso no iba a ser así para mí nunca. ¿Pensaste en mí, Manuel? Soy más que tú, soy mujer, y tal vez quería ser mamá y ahora tendré veintisiete cuando empiece de cero con una persona. ¿Pensaste en mí? Consuelo no pudo esperar, porque odiaba llorar, odiaba pensar que alguien más podía tener ese poder sobre ella, debilitarla, herirla al máximo. Odiaba sentirse débil y mucho más perdida, odiaba que las cosas no funcionaran, y sobre todo cuando no había otra opción o solución. Mi amiga se había encerrado en su cabeza y en su propia depresión durante tres días, antes de que su hermano y su prima pensaran que algo serio le había pasado, porque obviamente Consuelo iba a escapar del universo sin dejar un mensaje alguno de los tres, pero estaban cerrando un contrato importante y me dejaron lidiar con la depresión de alguien que veía sus sueños rotos. Abrí la puerta de casa y lo vi todo ordenado al punto de preocuparme, parecía que simplemente se había borrado del planeta. Ramón y Simonetta, impacientes, me preguntaban qué estaba pasando al otro lado del teléfono, evidentemente. —Denme un momento. —Claro, pero es que estás llamando como loca. —Consuelo, de verdad, voy a entrar —Le advierto antes de irrumpir en su habitación y la verdad encontrarla teniendo sexo con alguien me hubiese encantado, esa sería una escena en la que las dos acabaríamos riéndonos como locas, pero mi amiga estaba demasiado dormida para una persona que le encanta la vida, estaba cobijada, en una habitación con aire acondicionado. Me acerqué a la cama, me acerqué a ella y busqué pastillas, y gracias a Dios no encontré, pero sí noté que había más de una botella de vino entre las almohadas. Le di un par de golpes en la mejilla. —Consuelo —le llamé. Estaba intentando despertarla con golpesito, sentándola en la cama mientras continuaba con los esfuerzos tradicionales recordé una de esas escenas de desesperación que alguna vez realicé en el teatro, donde alguien se había pasado con pastillas para despertarle de un sueño profundo, con inconsciencia por alguna medicación, la cosa es golpear las costillas y el esternón puede despertarte del dolor y con Consuelo no fue la excepción. Me mira a los ojos y grita, yo obviamente grito con ella y suelto el teléfono. —¡Por Dios! ¿Consuelo, qué te pasa? Simonetta y yo somos las únicas que clasificamos para este tipo de mierda, tú —le regaño más por el susto de perderla que por la forma de limitarle la vida. La abrazo y ella a mí llora desconsolada, es un llanto el que está tan lleno de dolor por lo que calla y por lo que se guarda, por esas ilusiones que nos hacemos a nosotros mismos. Esa felicidad que nadie debería cargar en los hombros pero se la ponemos a la otra persona en las relaciones, eso que eres el amor de mi vida y mi vida gira alrededor de ti, al más sabio le pasa, el más jugado le duele cuando le dan la vida que imaginaba. Trato de no dejar de abrazarle y con el pie alcanzo el teléfono, veo que se me ha roto la pantalla y quiero llorar un poquito porque de estos teléfonos ya no se hace. Lo tomo con el pie y mi amiga deja de llorar para ver si puedo tomarlo con la mano, que sí puedo tomar cosas con el pie para no tener que agacharme. —Aló. —Vamos saliendo para allá. —No quiero ver a nadie, perdón, solo quiero estar sola. —Han gritado, dejamos todo y vamos a verte —insiste Simonetta. —De verdad que estoy bien, voy a ducharme, comer con Gretta y después a dormir, ya mañana los veo a ustedes y hoy es la junta importante, mejor vayan. —Gretta, cualquier cosa nos avisas. —Me advierte Ramón y les digo que sí, porque sé que antes de que Consuelo me eche de su casa ellos dos van a aparecerse. La mando a bañarse y voy a jugar con su closet, ¿qué impresionante la gente que le deja las etiquetas a las cosas? ¿Me explican cómo lo hacen? Están comprando dos del mismo estreno, uno y el otro lo guardan o son tan locos como para comprar ropa que nunca van a usar. Consuelo sale reiniciada de la ducha, se ve el rostro radiante por lo que le mandó poner de maquillaje y me dice que su skincare va a hacer la magia. Recuerdo que en su vecindario tienen la mejor tienda de pan y sopa, y la arrastro en un outfit completamente nuevo y con tennis en lugar de tacones porque no puede verse más alta que yo. La llevo a comprar comida, nos pedimos de todo un poco, cuando volvemos a casa Consuelo parece feliz de poder probar eso. —Sabes que llevo diez años sin carbohidratos procesados. —¿Cuáles son esos? —pregunto y ella cree que es broma, porque recientemente leí que hay una cultura de dieta que les impide comer un montón de porquerías y esta aparentemente es de caldos desgrasados ni en mi mayor época de necesidad le he dado tanto a una dieta. —¿Quieres contarme cómo estás?—pregunto. —No, pero gracias por venir. —Bueno, voy a contarte de mi vida —digo y busco mi celular y el suyo, los meto en el medio del sofá y ella me ve divertida mientras abro sopas. —¿Qué es esto? —Estas máquinas nos espían—le recuerdo— aun cuando no los creas y no quiero decir el nombre de alguien que acaben de llamarle y que sepa lo que voy a decir, pero creo que estoy enamorada de Ramón. —Eso es bueno, ¿no? —Sí, pero me da algo de ansiedad. —Ya a mí me daría un poco de ansiedad estar enamorada de Ramón. Soy su hermana y vivir con él es complejo, es buena persona. Me gusta Ramón para ti. Me encantas tú para Ramón. —Me ha llevado al nutricionista y me ha convencido de que puedo hacerlo todo. —Lleva años diciéndote eso. ¿Cómo te lo dice él? ¿Con la polla? —niego con la cabeza. —No, a ratos solo le veo y me contagia —mi amiga sonríe. —Eso me ha pasado esta semana, me alegra muchísimo que estés creyendo que el amor existe. —¿Tú? —Yo... creo que existe el amor, solo no soy una de esas personas que están locamente destinadas a tenerlo todo con alguien o todo en general. —Siempre le has apostado a la pareja. —Siento que las parejas son como los perros. Te compras un animal de esos y cuando lo ves destruyendo todo, no sabes por qué. Eres un destructor de mierda, el perrito con ansiedad, eres un ansioso del cojón, el que por nada ladra, pelea o habla de más. Lo mismo con las parejas. Entonces, si he elegido como reflejo de mi alma a alguien que no podrá amarme, principalmente porque ni siquiera está metido con gente de mi género que dice eso de mí. —Dice que por una vez que se ha elegido a alguien, te ha acostumbrado en la cama en lugar de hacer lo que mi amiga Consuelo haría. —¿Qué haría esa tía? —La cabrona esa, saldría corriendo en busca del hombre al que ama y se dejaría de juegos. Manuel tiene miedo de ser gay, de ser quien es y te refleja eso. Tienes miedo de amar locamente a Martín porque si te caes de ese pedestal, puede que no te levantes nunca más, y si te matas con botellas de vino. —No estoy enamorada de Martín. —Sí, sí... nadie nunca está enamorado de nadie. —Creo que voy a tomar la de albahaca. —Y la de pollo. Mi amiga y yo comemos y ella, por primera vez en diez años, se come un pedazo de pan que no sabe cómo se hizo. Yo meriendo, Consuelo me da un abrazo y un beso en la mejilla. —¿Qué significa el color naranja? —pregunta refiriéndose a su mudada. —No sé, pero te ves espectacular. —Gracias, me siento muy guay, la verdad. Nosotras nos acostamos en el sofá después de comer y mi amiga se queda dormida cobijada y abrazada por un par de horas más. Ramón y Simonetta están en la puerta de cada consuelo intentando entender por qué está tan triste, qué le ha pasado, y ella no sabe explicarlo. Al principio llora, ninguno de los tres sabe qué hacer, excepto yo. —Ponme el karaoke. —¿Gretta, tu hermana está con un cuadro de depresión severo? —Yo soy la persona más depr... enamorada que conocemos todos. Se los juro, que si esto no funciona hay que llevarla a internar —prometo y mi esposo me pone el televisor para poder cantarle. Simonetta, quien ha sobrevivido a un divorcio atrás de este técnico, pregunta a su prima si quiere una canción trágica o una canción de fiestón. —Vamos a cantar karaoke a todo pulmón y bailar el mejor performance de la vida y reírnos unos de los otros. —Tú has llevado clases de entrenamiento vocal —recuerdan los mellizos Murdok y les doy una mala cara, antes de comenzar a cantar: “¿Es ella más que yo?”, en este caso es más la verdad de quien sea que le guste a Manuel que a Consuelo, pero mi pasión puesta en la canción ha despertado una sonrisa en el rostro de mi amiga, y después, cuando alguien es acusado de dejar a Simonetta “detrás de una ventana”, los dos están convencidos de que estamos locas. Ramón se quita el saco y nos da su mejor versión de "Biribiri bam bam". Consuelo está muerta de risa antes de tomar el micrófono con decisión y rapear para nosotros. —Sí —gritamos Simonetta y yo cuando la escuchamos al ritmo de Dios Eminem. —¿Quién puta será? —pregunta su hermano y los cuatro reímos. —¿Desde cuándo rapeas? —He dormido mucho tiempo en el cuarto de al lado de Ramón. No hay mal de amores que no cure sin amigos, menos sin canciones y dedicatorias despiadadas, y tampoco con risa que no se convierta en llanto. Consuelo, ponte rosa pastel para cantar, y esta canción no es sanadora en absoluto si estás preguntándote por qué se le jodió la vida a Consuelo. Pero en cuanto empieza con la palabra “Sí, yo quería ser esa mujer, la madre de tus hijos y juntos caminar hacia la tarde, directo hacia la muerte”... Los tres nos damos cuenta de que todo el trabajo realizado las últimas horas está por borrarse, y yo no soy tan rencorosa, pero Simonetta y Ramón quieren desaparecer de la faz de la tierra a la misma persona. —Consuelo, no entiendo por qué estás tan triste, Manuel es feo, te está haciendo un favor —dice Simonetta mientras su hermana la abraza y ella llora. —No es Manuel lo que me duele, es lo que representaba —comenta en medio de lágrimas y sollozos—. Él iba a ser mi compañero. —Señala a Simonetta.—Tú tienes tu carrera, Ramón tiene diez años más, Gretta tiene sus chistes y su humor, yo iba a ser una esposa y ahora no soy nada. No soy una empresaria, no soy una mamá, no soy la esposa de nadie. Solo soy una futura divorciada —reniega antes de ponerse a llorar.
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