La familia Bravo

2013 Words
Todas las familias guardan algún dolor indescriptible que los convirtió en las personas que son los Bravo. Hubo una vez en la que la familia de Manuel, estuvo compuesta por cinco elementos: papá, mamá, Martín, que era hijo de la relación previa del señor Bravo con la hermana de la señora Bravo, Angélica, la primogénita de la pareja, y el último, Manuelito. Todos habían dado por muerta a Angélica, pero solo estaba gravemente herida por el desprecio de sus padres y hermanos. Sus papás la enviaron a una especie de colegio ultra religioso que tiene como principal ideología sanar los pensamientos homosexuales de la cabeza de los niños que han sido tomados por las fuerzas de la tecnología, la moda y, sobre todo, el Diablo. ¡Triste, pero sigue existiendo ese tipo de lugares y hay padres que consideran la homosexualidad una enfermedad social, religiosa y mental! Así trataron a la joven Angélica, quien a los diez años lo tuvo muy claro: le gustaban las mujeres, estaba enamorada de una, y quería ser lesbiana toda su vida. Estar en un colegio lleno de normas y lecturas que iban en contra de ellos simplemente la hicieron rebelarse, y para una rebelión se necesita compañía. Si bien ella estaba cansada, esperaba que serían cinco años más y se iría. Pero después de dos años y medio, las ideas simplemente la alcanzaron mientras iban al pueblo a hacer su visita mensual. Angélica sabía que no podía correr, que no podía confiarse de los buses o el servicio de tren, y menos intentar que alguien fuera bueno con ella y se detuviese en su auto particular. Por lo que convenció a una amiga, Victoria, que esta sabía conducir. No tenían permiso como ella, pero podían llegar lo suficientemente lejos con el auto del pastor. Podían huir lo suficientemente lejos y tomar caminos separados. Las policías, si no se han dado cuenta, tienden a salir como a su propio ritmo. Y después de meses de ahorro, de vender algunos productos prohibidos a las otras chicas, de mantener el secreto de su partida solo para ellas, las chicas llegaron al pueblo. Angélica se robó las llaves del pastor, Victoria esperó a su amiga cerca del auto, las dos se subieron y Victoria condujo hacia la carretera que tenían planeada, la principal, porque era muy fácil. Si no una vieja en la que tal vez pensarían más tarde, les llevaría dos horas de fuga. Y todo su plan era perfecto hasta que se quedaron sin gasolina, en medio de la nada. Las dos niñas se sentaron en el auto a conversar tranquilas, esperaron a que fuera de día para caminar al pueblo que querían llegar y tomar un bus. —Es mejor aprovechar la poca luz. —Y creo que es mejor quedarnos. —Si pasan más de cuatro horas, tendrán policías en todos lados. —Necesitamos perder el uniforme e ir a la estación de bus o el tren. —No sabemos exactamente qué tan seguro sea aquel, Angélica. —Yo me voy, que si mi mamá me encuentra me mata y me pone en un lugar con máxima seguridad. Angélica se bajó del auto y le entregó su bolsa a Victoria. Esta le dio un abrazo y un beso, le dio las gracias antes de recordarle los números prepago, el día en que tendrían que llamarse y su protocolo de llamada para no ser encontradas si desaparecían." — En una semana, nos escribimos al correo, siento que es más seguro. Ciérrate bien. — Vale, te quiero. — Yo también —respondió Angélica y le miró a los ojos antes de preguntarle por qué no se iban juntas. Victoria negó con la cabeza y le dijo que era más fácil encontrarlas si tomaban la misma dirección, pero instó a su amiga a irse porque estaba oscureciendo mucho más rápido de lo normal. La joven salió corriendo hacia el centro del pueblo y vio cómo se acercaba la estación de tren. Conforme avanzaba, sentía más miedo por ella, más miedo por su amiga. Sentía que estaban haciendo una estupidez, pero cuando llegó a la estación y no estaba llena de policías, cuando sintió la libertad por primera vez en su vida, cuando no se sentía culpable por ser ella, por amar, por vivir, cuando le dieron el ticket, sintió que la vida le cambiaría y que sería tan buena con ella como con su amiga. La joven llegó a un pequeño pueblo de Suiza en el que todo el mundo se conoce sin saber a dónde irán. Se sentó en la estación de tren durante horas. Se abrazó a sí misma y vio a una pareja que esperaba en silencio la llegada de sus hijos. — ¿Tienes familia? —preguntó el hombre en alemán. — Nadie espera por mí, sabía que un amigo me esperaba en un hotel. — Tú te ves como la hija de alguien que se escapó de casa —comentó la mujer y cruzó los brazos. — No estoy esperando aquí para visitar a mi abuelo. — Tú sola... —insistió el señor. — Papá, mamá. Saluda a una mujer mientras se baja del tren, sus hermanos vienen detrás y abrazan a sus padres, quienes se olvidan de la pequeña pérdida. — Necesito ir a casa y comer pan con mantequilla —exigió la chica. — Ir a la universidad es un buen plan, pero la comida es terrible. — Estaba muy rico —fue el reflejo de su hermano y sus padres se miraron entre sí. — Ven, vamos. Tenemos agua caliente, comida rica y camas con cobijas —comentó la mujer. En el camino a la casa, Angélica revisó su bolsa y se dio cuenta de que Victoria había cambiado sus papeles y que su micrófono en los dos paquetes de dinero. La joven negó con la cabeza y creyó que su amiga había regresado al instinto de seguridad y era imposible contactarla sin vender su ubicación. Esta parecía como una buena familia, en la que solo había buen rollo, risas y amor incondicional, y todos parecían de acuerdo con que vivir con ellos. Eso la asustó cuando ya se subió al auto, pero al mismo tiempo le alegró tener donde dormir. Se relajó cuando vio el tamaño de la propiedad y la casa. Lo máximo que podía pasarle era que la mamá llamara a su mamá, y spoiler alert: no lo hizo. Angélica encontró un lugar donde estar y Consuelo escuchó desde el cual, porque huir como en las películas es muy satisfactorio. Saber que su hermano siempre iba a tener su espalda le llenaba el corazón y la cabeza, pero Manuel y ella se merecían un final claro o una aguja de coser gigante. Justo cuando iba a abrir la puerta, escuchó de sus labios decir lo que ella tanto sospechaba. Era gay. Es que ningún hombre pasa tres años sin tocarle las tetas, acto imperdonable, porque le salieron muy caras, y ningún hombre es tan detallista, si no es gay. Manuel hasta le preparaba los outfits a juego para ir a eventos, era el mejor amigo perfecto, pero solo había querido todo con él, pero no había chispa. Martín no entendió por qué su hermano estaba eligiendo este momento para confesarse semejante cosa, no porque le pareciera mal la homosexualidad, no creía lo mismo que su tía o que su padre, pero Manuel no sonaba convencido, no sonaba como alguien que había aceptado esa parte de sí mismo. El mayor de los hermanos conocía pedazos de la historia, su madre siendo frígida con respecto a las reglas, a lo que es bueno y malo, el amor que les pedía decir a ellos que no les había dicho la mujer más pulcra y cerrada del Mainvillage. Y después de perder una hermana a causa del miedo y el dolor, en busca de un escape, y con otro hermano en la milicia, para Manuel fue muy difícil darse la oportunidad de sentir y de creer que el amor entre dos personas del mismo sexo era posible. Aarón, ya habías sido el primer hombre que le hizo cuestionarse todo. Él era el cantante principal del colegio, Manuel era un saxofonista mediocre, de esos que tienen muchas clases, que saben que no pueden decir en casa que van a dejarlo, pero todos sabían que se le daba fatal. Manuel lo tenía porque se esforzaba muchísimo y no sonaba tan mal, pero no estaba al nivel de los otros chicos con el mismo instrumento. Manuel básicamente estaba en la banda del colegio porque si alguien contraía herpes o sífilis en la garganta y no podía tocar, el resto del tiempo asistía al profesor y eso se le daba un poco mejor. Y tenía la excusa para ver a Aarón en todos lados, la clase, el recreo y las prácticas. Él solía ser amable, hasta que alguien le dijo que Manuel no lo veía con ojos de admiración sino con ojos de "ay, quiero comerte la polla", y él tan cerrado como la señora Bravo lo tomó contra Manuel y ahí comenzó el bullying. ¿Cómo el gordo mantecoso se podía creer que tenía oportunidad con Aarón? Manuel era el que no podía entender cómo su hermano había estado tan rodeado de gente, cómo había tenido dos padres que no se dieron cuenta de absolutamente nada. Y lo que dolía más era su ausencia en la vida de Manuel, él había estado tan concentrado en sus miedos y su dolor que nunca le extendió la mano, siempre tenía para darle a la milicia, venía a la ciudad e intentaba ser el hermano más divertido del mundo. Paseaban, comían, se divertían, era como tener un mejor amigo al que le podía enseñar todo. Manuel no tenía una voz cuando su padre y su tía vinieron a llevar a Angélica al colegio de sanación, su madre estaba demasiado enferma como para pensar en eso o intervenir. No tenía nada que pensar, pero con Manuel, ya era mayor de edad y era un hombre. Ya había perdido a su hermana por algo tan insignificante como las elecciones de amor y sexo que tiene la gente. — Manu... — Está bien si no me quieres volver a hablar. — ¡No! Eres mi hermano, Manuel. Quiero hablarte y quiero saber de ti. Siempre te quise abrazar —respondió y le abrazó con todas sus fuerzas. — Mamá y papá son unos imbéciles, pero tú y yo sabemos mejor. Pueden enojarse, cortarte el grifo, insultarte, pero pase lo que pase, yo voy a estar ahí. Consuelo abrió la puerta conmovida y se acercó a abrazarlos a ambos, porque Manuel no era el polvo del año o el supermarido, pero todos esos meses habían sido su amigo, su pareja, su compañero, y para ella eso era muy importante. — Desde hace cuanto estás escuchando. — A ti no te importa, eres mi esposo y voy a abrazarte hasta que se me cansen los brazos. — ¿Te has casado con ella en las Vegas, Manuel? —preguntó su madre indignada. — Mamá, ahora no. — Tú ganas, Consuelo —respondió la mujer y salió de la habitación. Su marido entró con una caja de dulces. — Espero que nadie esté a dieta. Vamos a llevar a Consuelo a su cama de habitación, y ¿qué te parece, hija? ¿Me dices cuál es tu topping de pizza favorito? — Coco con piña —respondió, y el señor Bravo se mordió la comisura del labio. —Es broma, pensemos en una de pepperoni típica y grasienta. — Vale, ajá, con carnita. — Así como la pizza me gusta. Pones un slide de pepperoni con carne y otro de vegetales encima y los muerdes los dos. — Con salsita de ajo. — Ay, sí. Esos dos se van hablando de comida como si fuera la norma. Y Manuel y Martín ven hacia la puerta. — ¿Entonces, quién se queda con Consuelo? —pregunta Manuel, y Martín se ríe. — Consuelo es de Consuelo.
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