Verdad

1291 Words
Nosotras reímos y volvemos a la sala de espera con la promesa de distraer a la gente con la que estaba relacionada. Su suegra estaba indignada porque no entendía cómo se había accidentado, pero le encara la implicación de que su hijo fuera abusivo o violento con su mujer. Su marido solo quería reírse porque Manuel estaba muy nervioso, Martín y Manuel estaban como dos toas esperando para atacarse, pero nadie parecía percatarse de ello, excepto William, quien estaba en medio, listo y dispuesto a proteger con su vida a su amigo del entrenamiento militar de su hermano, y Simonetta, que es la diosa de la sabiduría y la anticipación, toma a Manuel del brazo y le dice que es mejor revisarle un poco antes de que pase a ver a Consuelo. —¿Tiene un raspón o algo malo?—pregunta su tía. —Moradita—comentams Simonetta y yo. William, Wallace, y Manuel siguen a la enfermera. Leda una revisión rápida a Manuel, quien tiene un poco de sangre seca en la nariz. Le toman la presión y le piden que tome asiento mientras se bebe algo para subir el azúcar. —No puedo creer que hayas hecho esto, Martín. —No he hecho nada. William ve que va a empezar una pelea para saber a quién apoyar, más por el chisme, ya que siempre va a irle a Manuel. —Martín y Consuelo. —No tenemos nada. —Tú te vas sin decir nada, y sabes que ella se ha mudado. —La maleta femenina estaba ahí, y la comida. Tú no cocinas. —Sabes que venía a terminarlo. —Porque almorzó Consuelo. Escuché a tu madre, es una estupidez seguir si acaban de dejarlo —responde Martín. —¿La quieres, o solo quieres lastimarme? Martín nunca le rompería el corazón a su hermano, pero estaba esperando abordar el vuelo, relajado, tomando una copa, y él la invitó a otra, y los dos comenzaron a conversar. Eran las dos personas más relajadas en un aeropuerto, tanto que ella preguntó a qué se dedicaba. —Soy piloto. —Vale... —¿Tú? —Alguien que perdió su vuelo y no quiere irse —los dos rieron. —¿No tienes que trabajar? —Eso es lo triste. Lo único que necesito es volver al trabajo. No tengo un perro, no tengo hijos, marido, estoy marchita y sola. —A todos nos pasa, como que a nuestra generación le prometieron que podemos con todo, y al final, si hiciste una cosa para ser exitoso, te perdiste de las cosas normales y bonitas de la vida. —¿Tú estás soltero, o solo no llevas anillo para ver quién cae? —Se me ha ido la vida trabajando. Soy Manuel, piloto, soltero en dirección a Mainvillage. —Consuelo, abogada comercial, soltera y en dirección a Mainvillage. —Tenemos cuarenta y cinco minutos. —Y acaban de limpiar los baños de VIP. Martín dejó unos billetes para cubrir la cuenta del bar, se puso en pie y extendió su mano hacia Consuelo. Esta sonrió y tomó su maleta, la misma que recién había dejado en casa de su novio. A diferencia de Manuel, su hermano no había tenido que pensarlo dos veces, ni siquiera un minuto. Consuelo no recordaba haber tenido un segundo de control, solo uno de deseo máximo, ardor, placer y deseo puro. Tenía a un hombre increíblemente hábil y sensual besándola y adorando su cuerpo como merecía, y no tendría responsabilidades, o eso pensó. Martín le dio su tarjeta mientras se dirigían a la puerta de embarque. Sellase plantó, sin ser cruel ni fría, pero Martín parecía ser una de esas personas que conocen las casualidades. Le dio su número y quedaron en hablar después de su viaje. Consuelo, por primera vez en mucho tiempo, se sentía emocionada por lo que depararía el futuro. Ramón vio a su hermana y le acarició la mejilla. —¿Qué pasa? ¿En qué piensas? —¿Cómo elige uno entre dos amores bonitos pero diferentes? —¿Te digo mi opinión? —Sí. —Cásate con quien pelees. —Has visto a mamá y papá, los abuelos —Ramón se encogió de hombros y los dos asintieron. —Siempre ha sido Gretty. —No de forma consciente, pero la recuerdo en todos los momentos de mi vida. Pensé, ¿puta, era ella? —Tienes un buen efecto en Gretty, la haces feliz, y sé que eres un buen partido. —Gracias. —Sí, hemos dormido mucho tiempo, acostados uno al lado del otro. Si te vale, creo que eres irresistible. Recuerdo las cien mil veces que te has quitado la ropa para saltar a tirarte a la piscina, y siempre he tenido el pensamiento de que debería cortar. —Soy impresionante —Los dos hermanos ríen, a diferencia de Manuel y Martín, quienes creían haber alcanzado ese nivel de cercanía, pero descubrían que lo único de unía a Dunia era la capacidad de enamorarse de la misma mujer. —¿Nos dejarán solos? —pregunta Manuel. —No van a hacer nada ridículo —pregunta Simonetta, y los dos asienten. Martín toma asiento frente a su hermano y le toma la mano. —Nunca haría nada para lastimarte, Manuel. —Pero estamos repitiendo la historia. —No, Consuelo y yo tuvimos algo. Los dos elegimos, los dos estamos de acuerdo que eres la mejor elección. —¿Qué pasa si no lo soy? —Entonces habla tu autoestima. Y es muy triste que pienses que no te mereces a una mujer con tanta alegría, tranquilidad, amor, y por qué no, guapísima. —¿Qué sientes cuando la ves? —pregunta Manuel, y su hermano lo mira divertido. —Eso no importa, me voy de vacaciones pasado mañana a esos lugares que llamaste pobres cuando cumpliste dieciocho y te llevé —Manuel se ríe —cuando quieras ser la razón, si me invitas, vengo. Si no, eres bienvenido a dejarme botado y disfrutar de la pobreza del mundo conmigo. Corrección del texto: Manuel repitió la pregunta, y Martín se agarró de la puerta pensando en su respuesta. Recordaba la vez que su avión había sido abatido, y cuando despertó, simplemente vio luz y estaba asustado de descubrir que le faltaba una pierna o algo fundamental para vivir. No sentía nada por los medicamentos, y le aterraba ver qué pasaba con su cuerpo. —¿Te han dado una golpiza? —preguntó Martín, sabiendo que su hermano había recibido una o dos de esas por parte de sus acosadores de la escuela. —Sí. —Cuando te despertaste, ¿sentiste adrenalina, calor, frío, miedo, felicidad? Te costaba hablar y respirar, todo se veía raro, incluso tu cerebro no sabía si identificar la sala en la que estabas o como una sala desesperada en el cielo —Martín hizo una pausa—. Así me siento cuando la veo, como si la vida me reiniciara, como recibir la noticia de que está bien y que tiene una nueva oportunidad de vivir. —¿La amas? ¿Eso sientes? —Manuel, ella te ama a ti. —Consuelo me ha preguntado lo mismo, y no he sabido responder. Pero ella tampoco ha podido describirlo. —Manuel, estás haciéndonos daño innecesario. —Creo... creo que tienes que ir por ella y decirle que el que se va de en medio soy yo. —¿Estás molesto? —No... Consuelo se merece que la amen de esa forma intensa que describes, pero yo merezco dejar de mentirme a mí mismo. —¿De qué estás hablando? —Creo... Soy... soy gay —respondió con vergüenza, y su hermano cerró la puerta y volvió a tomar asiento.
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