Escape

1625 Words
Consuelo no fue criada por lobos o por padres ausentes, fue criada por una pareja enamorada que ponía sus carreras en un plano secundario para atender a ella y a su hermano. Su papá se daba el lujo de despertar todas las mañanas a sus hijos, llenarles de besos, conversar un ratito en la cama antes de mandarlos a ducharse, y les esperaba con el desayuno. Luego los llevaba a la escuela. Era el primer papá en llegar todas las tardes por sus hijos y su sobrina, siempre con afecto o alguna sorpresa que les hiciera reír. La gente con mayor estabilidad emocional, económica y afectiva son estas dos personas, que crecieron sin la presión de seguir los pasos de su abuelo, su madre o su padre. La única condición era ser fieles a los valores que les enseñaron, a su educación, a sí mismos, y siempre les han apoyado para hacer eso y ser plenamente felices. Consuelo había aprendido de su madre que las conversaciones eran lo más importante para resolver un problema. Recordaba haber peleado mil veces con su hermano, y cuando mamá regresaba a casa, preparaba chocolate caliente y un solo sándwich que dividía entre los involucrados. Se sentaba a escuchar hasta que ambos llegaran a una solución. Tenía la misma intención con Martín, darle la oportunidad de buscar una solución juntos, porque su marido podía ser soso, tener un pipí muerto y algo pequeño, pero era el hombre que la había hecho reír durante los últimos tres años, que la había hecho soñar con una familia, era su amigo incondicional, era guapo (no tanto como su hermano) pero a su propia manera. Manuel, por primera vez, decidió tomar los toros por los cuernos y dejar de depender del tiempo. Dijo lo que los dos necesitaban escuchar: —Las Vegas, nuestra luna de miel, en realidad todo este compromiso ha estado sellado por la duda constante, pero en algún punto estuviste enamorada de mí, en algún punto quisiste, en medio de las dudas que puedas sentir ahora me amaste, y hemos sido felices. Así que yo tengo un mal día y a ti parece caérsete el amor cuando has mentido, me has denigrado y simplemente has salido corriendo. —Manuel, es que estas no son pequeñeces o dudas, creo que a ti no te ha quedado claro que te casas conmigo, no con tu mamá. Tú y yo estamos construyendo una vida juntos, y yo he fallado muchísimo al mentirte durante toda nuestra relación. De verdad, sé sincero, ¿qué sabes de mí? —Lo sé de ti —responde algo histérico y ofendido. Si eres un lector masculino y crees que nosotras no nos importa que ustedes sepan el nombre de nuestra carrera, el tipo de auto que conducimos, el nombre de nuestros papás, la verdad es que eso es lo mínimo. Una mujer, una consuelo, quiere un entendimiento total, ese es el hombre que sabe que le gustan las mañanas con lluvia, que lee solo los diálogos en una novela y muy poco de los párrafos, pero no hasta que se quede enganchada, el hombre que de verdad sabe que ella trabaja como abogada, que se está montando un buen fondo de dinero para que cuando cumpla los cuarenta dedicarse a algo más libre o simplemente quedarse en casa con sus hijos o sus perros si se le hace tarde. Consuelo es esa mujer que pone un montón de muros, pero le encanta sentirse vista, en lo importante, y Manuel de verdad estaba intentando. —Te gusta el té más que el café. Adoras las flores, te gusta el ejercicio. Pero no estás obsesionada, y eres mucho más creativa de lo que permites ver. —Consuelo miró a Manuel en silencio y acercó sus manos hacia él porque quería estar enamorada de ese hombre, quería sentirse enamorada como cuando le pidió que huyeran a Las Vegas. Pero solo sentía responsabilidad hacia el hombre al que le prometió su mano. —Consuelo, está bien que te hayas sentido sacada de onda y que no te sientas conectadísima conmigo porque la verdad es que hemos estado presionados para la nada de una boda, buscando cosas que no vienen al caso. Puede que haya tratado de complacer más a mi madre que a ti los últimos días, pero mudarte aquí va a hacerte bien. —Si yo te digo: ¿elige ser juntos una vela o un candelabro? ¿Qué elegirías tú? —Candelabros, duran para toda la vida, las velas se derriten. —Manuel, ¿de verdad estás locamente enamorado de mí? Esa era una pregunta de las que hacen en una entrevista de trabajo. La acabé mintiendo para no quedar mal con uno mismo y con la sociedad, porque Consuelo sabía que preguntarle a Manuel si la amaba con locura, con todo su ser y para toda la vida era incorrecto, dado que ella no estaba en condiciones de devolver ese amor. Ella era la primera en no sentir nada. Se sentía terriblemente anestesiada. Es cierto que la desilusión era parte de su relación, solo sentía pena por haber llegado tan lejos con tantas mentiras: la infidelidad, su falsa virginidad y que estaba enamorada. Esta boda, nunca, jamás debió haberse comprometido. Pero no había puesto mente a la falta de pasión y amor, solo se había fijado en la compañía, en los proyectos y en la historia previamente vivida. —Lo estoy. —Cuando me pediste matrimonio, cuando me viste por primera vez, cuando me ves entrar o salir por la puerta, ¿qué sientes? —Siento que todo esto es un interrogatorio. —Es un interrogatorio. ¿Eres virgen o simplemente no se te levanta conmigo? —Vamos con eso de nuevo. —Llevo días pensando en nuestra relación y creo que ninguno de los dos ha querido ver las señales, Manuel. —Consuelo, ¿de qué estás hablando? —Creo que ni siquiera te gusto. Soy la mejor amiga que puedes tener. Me gusta hacerte el desayuno, salir a comer, planear cosas, te gusta que te diga qué hacer y cuándo hacerlo. Te encanta la compañía, pero no te gusta yo, no románticamente—respondió, y procedió a quitarse la ropa. Manuel la miraba confundido y nervioso mientras intentaba encontrar la manera de hacer que Consuelo entendiera cuánto la deseaba. Ella se abalanzó sobre él, sin saber dónde ni qué tocar, y Manuel la miraba confundido y nervioso. Manuel se cortó un dedo y la sangre brotó, parecía dramático, pero el agujero que se había hecho Consuelo en el cráneo era inexplicablemente grande, y ella parecía lucir desorientada. Consuelo río y lloró al mismo tiempo, y su marido negó con la cabeza. Manuel notó que la sangre brotaba, cortarse un dedo es dramático, pero el agujero que se hizo Consuelo en el cráneo es inexplicablemente grande. Ella parecía lucir desorientada y comenzó a llorar y reír al mismo tiempo. Manuel miró su dedo ensangrentado, pero en lugar de subir a su auto como cualquier persona normal, llamó a todos los servicios posibles: bomberos, ambulancias y policías. Gracias a Dios, la chica del 911 logró que los bomberos, la ambulancia y la policía evitaran todo el drama, y por el pánico en la voz de Manuel, solo envió a una ambulancia para estar seguros, es que lograr entender que ha sido un ligero accidente y no a asesinato fue toda una odisea para la chica, pero logró hacer su trabajo de maravilla. Eso sí, en el hospital, esperándola, estamos todos los que podríamos llorar a Consuelo en su muerte. Ramón y yo somos los primeros en llegar, luego Simonetta con William y Wallace, y por último, sus padres. —Martín, hijo, ¿qué ha pasado? —pregunta Marita, y su esposo ve amenazante al prometido de su hija. —No sé. —¿No sabes o no quieres que te rompa...? —Papá, ella llamó a todo el país por una cortadita en la cabeza. ¿Estás seguro de que si se trata de un caso de violencia doméstica, ha sido Consuelo? —Bueno, mi prima sabe defenderse. —Les recuerda Simonetta, y todos reímos, porque si algo se le da bien a doña Marita, es saber cómo atacar a un depredador en segundos. El teléfono de Manuel vuelve a sonar, y yo le recuerdo que solo tiene que deslizarlo para contestar. No es nada novedoso, pero alguien así de nervioso puede tener problemas para hacerlo. —Fui a casa porque me he dejado el pasaporte y he visto un charco de sangre. ¿Dónde estás? —Consuelo. —¿Manuel, has esperado porque quieres hablar conmigo? —¿Cómo sabes eso, Martín? —Pasamos el día juntos. —No he hecho nada, simplemente le dije lo que me parecía. Consuelo ha sido revisada, suturada y medicada. Las primeras en verla somos nosotras para pasarle el chisme de que Manuel sabe que Martín es lo que debería. Mi amiga toma mi brazo y vuelve a cerrar los ojos. Simonetta no puede dejar de reír. —¿Cómo te ha pasado esto? —No entiendo. Creo que él quería besarme, pero me dio un cabezazo, perdí el equilibrio y me golpeé la cabeza. Nosotras dos nos reímos a carcajadas. Ramón ingresa a la habitación vestido de médico. —Connie —llama Ramón a su hermana—. Aquí afuera están tu suegra, tu mamá, tu prometido, tu amante y yo, porque no es fácil. Lo mejor para todos es que huyas del país. Puedes pasar a llamarte la cornedora, te pasamos una pensión de quinientos dólares y te mandamos a vivir en un país del tercer mundo. —No más Canal para ti. —Ramón, sácame de aquí —pide Consuelo.
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