¿Con quién r@yos me casé?

Dominó

Los dos salen del consultorio y Camila mira hacia otro lado mientras él se despide, William, recibe una quinta llamada de su madre y decide tomarla porque no puede escondérsele a la mujer que le parió toda la vida. La señora Donelly le saluda con toda la alegría del mundo, les invita a comer a él, Simonetta y Wallace, en la noche, y él anuncia que no puede comprometerse, porque no sabe el horario de su esposa.

—Ya le escribí y me dijo que hoy tenían a Wallace, y que no sabía, hasta donde yo sé, Wallace es mi nieto, entonces sí.

—Mamá, la última vez fue horrible.

—¿Y es un juego casual de dominó?

—No sé si podemos, Wallace, tu nieto, está castigado.

—Nunca vienen ninguno de los dos, puedes complacerte porque siento que la castigada soy yo.

—Mamá.

—No, de verdad, cuando no es tu padre, es algo de ustedes, hazme el favor William.

—Creo que no puedo, pero la próxima, seguro.

—Me estás rompiendo el corazón.—Le acusa su madre.

—Vale, a ti, a Wallace, Camila y seguro mañana Simonetta me acusa de lo mismo —William finaliza la llamada y va a su negocio. Supervisa que todo esté yendo bien en el gimnasio y después pasa a ver la remodelación de los apartamentos, que su mujer le convenció de añadir dos pisos más, y hacer una especie de apartamentos prémium, y la verdad, con la ayuda del equipo de Simonetta están quedando fenomenales.

El joven estaba por partir hacia su casa cuando va a Manuel, el cual cambiaba con sus cosas hacia el gimnasio.

—Ey, guapo —le llama William y su amigo sonríe.

—Hola. —Responde Manuel antes de acercarse y abrazarle, ¿cómo te sientes?

—Bien, cansado, ¿sabes?

—Estás comiendo y durmiendo bien.

—Poco sueño, pero estoy bien, tú.

—Wallace está fatal y estoy yendo a terapia con Camila y aparentemente todo lo que sale mal en su vida soy yo.

—Tú le diste el final feliz, tienes derecho a resentirte.

—Gracias, —responde William —¿Quién te rompió a ti?

—Yo solo, pero al menos no voy a engordar.

—No hay crisis emocional que se sane con ejercicio.

Manuel se ríe y William le da un beso en la mejilla antes de recordarle que siempre va a estar ahí para él, sin importar lo poco o lo mucho que esté sufriendo o divirtiéndose. Los dos se despiden y William va a casa finalmente, este ve a su hijo sentado en la mesa estudiando, su esposa está en su oficina y va a buscarla.

—Mi familia...

—Tu mamá me llamó dos veces y no quiero caerle mal, pero no sé qué decir.

—¿Quieres venir? Pienso ir un rato, ¿y volver temprano?

—Claro...

—No tienes que venir si no quieres.

—Vale, pero me ha llamado tu madre. ¿Qué hacemos, la ignoramos de por vida?

—Sí —responde William, divertido.

—¿Estamos o no estamos?

—Estamos, pero tu familia intenta conocerme y aceptarme, mientras la mía es desagradable. Sé que no le gusto a tu padre, pero finge, mis hermanas son unas perras y no quiero que te ofendan.

—¿Mi papá te dijo algo?

—No, pero lo sé. —Los dos sonríen.

—Bueno, pensemos que yo vengo de una familia que se monta por todo lo alto en la Navidad, e invita hasta a las familias de sus empleados, y querrán invitar a tu familia, así que es mejor que vayan sacando el odio. —William se inclinó y le dio un beso a su esposa.

Que saldrán a casa de su abuelo. Wallace no comentó nada, solo obedeció, pero no le pareció una buena idea, desde que su papá se casó con Simonetta habían estado allí dos veces sin ella y sus tías habían hecho comentarios viciosos sobre la esposa de su papá. Los tres se vistieron y pasaron por algo para llevar, William insistió en que no era necesario y su mujer insistió en que no irían a ningún lugar con las manos vacías. Wallace observó a su madrastra ordenando en un tupper lo que acababa de comprar para su familia.

—¿No vas a sacarme?

—Estoy de tu lado, tú guiña un ojo y yo, le pego al que sea.

—Gracias. —Los dos rieron y Wallace le aseguró que sus tías no eran perfectas, en realidad le parecían mujeres inseguras e inmaduras si las comparaba con ella, inferiores.

—Eres mi hijo favorito.

—No tienes más hijos por ahora —los dos se abrazaron y William les interrumpió.

El joven vio a su esposa y a su hijo abrazándose y sonrió, antes de abrazarles a ambos y darles un beso. Simonetta sonrió y posó su mirada sobre la de William, quien con toda la delicadeza preguntó:

—¿Podemos omitir lo del bebé temporalmente? —preguntó William.

—Sí, con la familia, pero tú qué eres de ese bebé.

—Seré su papá o su padrastro y tú serás su hermano o hermanastro.

—¿Por qué no nos están preparando?

—Porque tú das muchos problemas —le dijo su padre. —Simonetta y yo, los adultos que tienen una relación, vamos a tomar decisiones al respecto, y después te contamos.

—Entonces, ¿qué serás el tipo que viva en casa de la mamá de “María”?

—¿Quién es María?

—Mi nueva hermana, que si es un varón hasta solicito el divorcio en su nombre —William intentó no reírse, pero estaba cansado de pelear con su hijo. —Yo pedí adoptar a un hermano.

—Tú serás hermano del bebé sea hombre o mujer, o en diez años cuando decida ser pansexual —comentó Simonetta y Wallace sonrió. —Vamos, voy a ganarme a mi suegra.

Wallace y William compartieron una mirada y la siguieron por la puerta. Simonetta condujo, mientras William conversaba con Manuel, algo sobre la expansión de los foodtrucks. Ella vio con orgullo a su marido, y este sonrió de vuelta.

—¿Les importa entrar solos? —Simonetta vio a su esposo en pánico y Wallace la tomó de la mano.

—Ya te dije, yo te protejo.

Los dos subieron las escaleras principales, ella le tomó de la mano y le acomodó el cuello de la camisa.

—Te quiero, sé que no eres mi hijo, sé que nos conocemos desde hace poco, pero te quiero y para mí eres familia y no está bien lo que has estado haciendo. Wallace, pero eres mi hijo ahora, por asociación y no voy a llevarles la contraria a tus papás, pero espero muchas cosas buenas de ti, porque veo el hombre que esos dos en medio de sus pedos han estado construyendo, veo un futuro siendo más grande e impresionante que yo, te veo cambiando el mundo. Necesitas cambiar tu mentalidad ahora.

La puerta se abrió y los dos sonrieron hacia mamá Donelly.

—Bienvenidos, Simonetta. Gracias por traerlos —le dice su suegra y le da un beso en la mejilla—. Wally, mi bebé.

—Oh... William, se moría por venir.

—Abuela, estás guapísima, a que perdiste, déjame, déjame verte.

Simonetta sonrió ampliamente ante lo zalamero que es su hijastro, siguió a la abuela y a nieto por la casa y los llevaron a una pequeña terraza donde la familia estaba reunida. Simonetta salió y entregó a sus anfitriones la comida que compró y cocinó con mucho esmero dentro del tupper, las dos botellas de alcohol y unas rosas para la mamá de su esposo. Esta sonrió y le ofreció una bebida.

—Estoy bien así, gracias.

—Café, Simonetta siempre quiere café, y a mí me puedes dar tu limonada especial. Estaría muy feliz.

—Preparé un poco solo para ti, Simonetta. ¿Quieres probar? —pregunta la señora Donelly.

—Sí, te traeré ambas, seguro Wallace te quita la limonada en el proceso —responde divertida su abuela. El joven abre la silla para su madrastra y se sienta a su lado.

—Ha venido con ustedes, William.

—Está con una llamada de trabajo.

—¿En qué está trabajando William ahora?

—El gimnasio está yendo mucho mejor —comenta Wallace—. Ha estado entrenando a una de las amigas de Simonetta y la promoción le ha caído de maravilla, y los foodtrucks, están ganando demasiada fama rápidamente.

—¿Cuántos tienen ya? —pregunta su padre interesado.

—Cinco. Es impresionante lo bien que va y lo rápido que han ganado popularidad. Los menús semanales son buenísimos —asegura Simonetta.

William se acerca con la charola de bebidas, le acerca una a su esposa y saluda a su padre con un apretón de manos, luego a sus hermanas con un beso en la mejilla y finalmente toma asiento.

—Prueba... —anima Simonetta y choca sus vasos. Ella sonríe y da un sorbo a la bebida.

Era la combinación perfecta de jengibre, dulce y limón a rabiar.

—Delicioso, muchas gracias.

—¿Qué vamos a hacer, familia? ¿En cuál juego quieren perder hoy? —sus hermanas se ríen.—¿Bloqueo, puntos o decimales?

—Elige tu propio veneno —le pide su hermana y le guiña un ojo.

—Decimales, me apetece ganar —comenta, y sus hermanas se ríen—. Ganar como siempre.