Capitulo 7

1957 Words
La jaqueca que la atormentaba era insoportable y el aliento de alcohol en su boca era asqueroso. Vanesa entró a la ducha en cuanto despertó, con un ferviente arrepentimiento merodeando en su cabeza y el recuerdo de una noche que no la enorgullecía: fiesta, licor en exceso, lascivas músicas, el beso que ella le dio a Noah y finalmente, la propuesta indecente. No era la primera vez que terminaba en la cama con algún chico, y como todas las veces anteriores se reprochaba por no haberse podido controlar. Ya había perdido la cuenta de las veces que se prometió a sí misma no cometer el mismo error, pero con el alcohol se olvidaba rápido de las consecuencias de sus actos. Si su madre se llegara a enterar que no era virgen, seguro la enviaría a un internado de alta seguridad en algún lugar en Europa, donde residía su padre. Salió de la ducha y se vistió con los colores insípidos y poco glamorosos con los que su mamá la obligaba vestirse para luego bajar al comedor donde la esperaba Yeimy ya sentada en su silla igual que hacía todas las mañanas. La mujer de cabello castaño claro y piel blanca sostenía en sus manos un diario informativo mientras se llevaba a la boca la taza y se deleitaba con un trago de café humeante. Vanesa se acomodo en el otro extremo de la mesa, esperando paciente que la cocinera encargada le sirviera su respectivo desayuno, cuando los panecillos tostados y su zumo natural ya figuraban sobre la mesa, la empleada procedió a retirarse. -Gracias. –Alcanzó a decir Vanesa. La empleada giró su cabeza y le dedicó una suave sonrisa. -No le agradezcas en su trabajo. –Reprendió Yeimy con un tono de voz calmado, pero decidido. Su hija maldijo en sus adentros lo último que necesitaba para su infernal resaca era escuchar la tortuosa voz de su madre retumbar en sus oídos. -¿A qué hora llegaste anoche? -A las once o quizás doce. –Mintió Vanesa, sabía que había llegado tan tarde que apenas y pudo dormir tres horas antes de que su reloj despertador sonara. -¿Con quién estuviste? -Con Emma, Debora y Cris… -Se detuvo antes de poder terminar. -¿Cris…? – Animó Yeimy apartando el diario de su rostro para mirar con atención a su hija. -Y Cristal. –Resolvió por decir. -Ibas a decir Cristina ¿cierto? –Vanesa negó con la cabeza y llevó un pedazo de panecillo a su boca. Yeimy paseó su persuasiva mirada por su hija. -Eso espero. –Advirtió fríamente Yeimy regresando su vista al diario. Cristina no era bien recibida por la madre de Vanesa quien consideraba a la hija de un delincuente una mala influencia para su hija, sin saber que entre ellas, la primera tenía más dignidad. (…) Alex aguardaba por Rebecca sentado en una silla en la cocina, mientras que Alicia preparaba un poco de café matutino para irse al trabajo. Apremiaba en silencio la adaptación rápida de su hija en la nueva ciudad e instituto. Le aterraba pensar que fuese incapaz de formar nuevas relaciones, después de todo Rebecca había nacido y crecido en su antigua ciudad. Siempre había conservado las mismas amistades y su carisma era apreciados por todos los que la conocieron, afortunadamente no había cambiado. Sus ideas se disiparon al percatar el rostro de su hijastro que estaba sentado no muy lejos de ella. Alex se notaba preocupado. Sus ojos se clavaban en algún punto de los azulejos del suelo con su cabeza un poco inclinada. El joven Muñoz nunca se mantenía tanto tiempo callado, siempre tenía algún comentario qué hacer o un anécdota qué contar. -¿En qué piensas? –Inquirió la psicóloga rompiendo el sosiego que reinaba en la cocina. Alex pareció no oírlo, sin lugar a dudas el chico estaba ensimismado en sus pensamientos. Alicia movió una de sus manos frente a Alex para poder llamar su atención. -¿Estás bien? -Sí, lo estoy –Respondió el joven aletargado. La siguiente pregunta inquieto un poco a la mujer. -¿Qué es lo peor que puede ocurrirle a una persona que sufre depresión? -Las consecuencias de la depresión son muchas sin embargo, la más preocupante son los pensamientos de autoagresión que las personas empiezan a desarrollar. -¿A qué te refieres? -Algunas personas se autolesionan creyendo que el dolor físico anula el dolor emocional que puedan sentir. Incluso pueden pensar en el s******o. –Aclaró Alicia escogiendo sus palabras minuciosamente. Era desconcertante la pregunta que su hijastro le había hecho. -¿A qué se debe tu interés por este tema? ¿Te has sentido triste últimamente? -Por supuesto que no. –Se apresuró a decir Alex disipando las sospechas de su madrastra. –Es sólo curiosidad. -De acuerdo, como tu digas, pero sabes que puedes acudir a mí si algo te perturba ¿cierto? -Lo sé, Alicia. –Respondió Alex. Apreciaba a la novia de su padre, era una mujer cariñosa, considerada, atenta y una grandiosa madre sin embargo, su peor defecto era la manera en la que siempre estaba psicoanalizando a todos los que la rodeaban, suponiendo que lo necesitaban. Rebecca hizo acto de presencia, finalmente ambos jóvenes se marcharon con destino al instituto. (…) El hijo del magnate vestía unos jeans sencillos, pero costosos y su torso superior era cubierto por una chaqueta de color pardo. Calzaba un par de tenis blancos que, notoriamente, estaba estrenando. Su cabello estaba ligeramente desordenado y en el lóbulo de su oreja derecha vislumbraba un pendiente que nunca antes había lucido, pero lo que más cautivaba en su aspecto era el hematoma que cubría una pequeña parte de su rostro, aunque no era la primera vez que se paseaba por los pasillos del instituto con su perfilado rostro tenuemente golpeado. Los demás alumnos no podían desviar su mirada. Cansado de ser el centro de atención, Caleb se dirigió al extenso patio del instituto y se sentó en unas de las bancas que allí había. Veía a las demás personas pasear o platicar, y otras yacían sentadas en otras butacas escribiendo en sus cuadernos. Todas estaban concentradas en sus propios asuntos y ninguna tenía tiempo para ver su deteriorado rostro. La mirada oscura de Caleb se cargaba de envidia cuando se percataba de esos jóvenes alumnos que caminaban, sin pudor, agarrados de la mano de su novio o novia. Él anhelaba desesperadamente vivir una experiencia similar. Poder mostrarse feliz junto a la persona que amaba, sin reproches, ni miedo a la opinión pública. Se obligó a olvidarse de esos pensamientos cuando notó que sólo llenaban su frágil alma de lastima a sí mismo. -¿Puedo sentarme aquí? –Escuchó Caleb una suave voz femenina. Se giró y sus ojos apreciaron, con genuina emoción, a Rebecca. -Seguro. Siéntate. –Accedió encantado Caleb. La compañía de la nueva le resultaba amena. -¿Quién te hizo eso? Tu novia o tu amante. –Preguntó divertida Rebecca, señalando con dedo acusador la herida de su rostro. Caleb se rió. -Las dos. –Dijo el chico siguiendo con la ocurrencia de la otra, luego excusó su hematoma diciendo que había un accidente durante la práctica de soccer. Rebecca no insistió en muchos detalles y se dispuso a estudiar, con algunas ocasiones en las que se distraía con su celular. Caleb seguía observando a su alrededor. De vez en cuando, la prudente y agradable compañía de Rebecca era quebrada con las ciertas chicas quienes pasaban y lo saludaban, mostrándose preocupadas por su golpe. El chico les ofrecía la atención suficiente para no ser un mal educado sin embargo, su paciencia empezaba a rozar el límite. -Siéntate a mi lado. –Propuso Rebecca cuando la última chica se alejó. Sus ojos seguían clavados en la pantalla de su celular. Caleb la miró confundido y exclamó: -¿Disculpa? -Así las chicas creerán que estamos estudiando juntos y ninguna se acercará. –Explicó Rebecca, sin inmutar ninguna expresión. El joven De la Vega se sintió avergonzado al dejar descubierto la fatiga que sentía hacia los saludos de las demás. Después de tanto tiempo era difícil fingir una sonrisa. -Gracias, pero no quisiera incomodarte. -No lo harás. –Volvió a decir Rebecca. Indeciso, Caleb aceptó la ingeniosa propuesta de su compañera y se sentó a su lado. Advirtió la manera en la que la peli castaño acomodó su bolso en el medio de ambos. Marcando una distancia que se acomedía más a Caleb que a ella. El patio era el espacio ideal, no sólo para pasar el rato o estudiar, también lo era para contactar con los compradores de manera discreta. Christopher estaba sentado sobre una de las mesas de cemento con sus pies puestos sobre la banca con varios de sus libros regados sobre la mesa, no le prestaba atención a ninguno. Simplemente se distraía con lo que sucedía en su entorno. A su encuentro llegó un chico del penúltimo año de bachillerato. -¿Puedo ayudarte en algo? –Preguntó suspicaz Christopher. -Necesito el tema cinco de biología. –Respondió el otro. Christopher examinó con detalle al joven, tendría quince o dieciséis años. Su buen aspecto lo hacía dudar, era la primera vez que el catire lo veía sin embargo, nadie que no lo conociera se acercaba a él. Christopher era conocido por poseer un carácter áspero, además nadie le pedía ayuda para temas académicas, el estudio no era su fortaleza. Decidido, le entregó uno de los libros que estaban sobre la mesa. -Lo recogeré al final de las clases. –Advirtió Christopher. El chico se marchó. Ante la ilusa mirada de los demás alumnos, ellos eran sólo dos estudiantes compartiendo libros, nada atípico. La verdad era que entre las páginas de aquellos libros Christopher camuflaba los estupefacientes que vendía para Chema, recibiendo una generosa comisión, por supuesto. Al terminar las clases, los clientes debían entregar el libro con el respectivo dinero adentro. Su atención fue dirigida hacia una de las mesas del patio. Rebecca yacía sentada junto a Caleb, con una radiante sonrisa dibujada en su rostro. El catire reprochaba con vehemencia lo que su mirada no podía soltar. Los absurdos celos que se apoderaron de él, lo irritaron. Hacía todo lo posible por controlarse y no responder, impulsivamente, a su deseo de arremeter en contra de Caleb. -He tenido un día pésimo. –Pronunció Alex quien se aproximaba para sentarse en una de las bancas de la misma mesa con Christopher dándole la espalda. Lanzó su mochila al suelo y se dispuso a abrir cada uno de los libros que había sobre la mesa. -¿Comprarás algo? –Inquirió el rubio, mirando al recién llegado por encima de su hombro. -No me viniera mal, pero no tengo dinero. -Lo pagas luego. –Sugirió Christopher, recibiendo un no rotundo de Alex. -No quiero volver a involucrarme en deudas contigo, no después de lo que me obligaste a hacer para cancelar mi último atraso. –Una mirada azul se clavó sobre él y una carcajada burlesca siguió a su comentario. -No te obligué a hacer nada. –Se defendió Christopher. –Tenías dos opciones: enfrentar las consecuencias de tu deuda con Chema o mandarla por ese cigarrillo; y fue tú decisión hacer lo segundo. -¿Cómo es posible que no sientas ni por un segundo el arrepentimiento de lo que pasó? –Indagó Alex en un masculló, asegurándose de ser escuchado sólo por Christopher. –Ella confiaba en nosotros… -En ti. –Interrumpió toscamente. –Confiaba en ti, fuiste tú quien la traicionó. –Alex guardó silencio, era una verdad irrefutable. Si Laura se encontraba allí esa noche era porque él la había arrastrado.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD