Capítulo 6: El Castigo Invisible

983 Words
Los días posteriores a la fiesta del aniversario en la mansión Alarcón fueron una tormenta silenciosa para Nicolás Valverde. La rabia que había sentido en la fiesta aún lo consumía, pero debajo de su furia latía una creciente preocupación. Algo más profundo estaba ocurriendo, y no podía ignorarlo. Había comenzado con rumores sutiles en los pasillos de su empresa. Los socios y contactos con los que había trabajado durante años empezaron a ser más esquivos. Llamadas importantes se postergaban, reuniones se cancelaban sin explicaciones, y propuestas de negocios que parecían seguras se desvanecían como humo. Al principio, Nicolás pensó que era una simple coincidencia, una racha de mala suerte. Pero cuando los problemas se intensificaron, comprendió que algo más siniestro estaba sucediendo. La confirmación llegó en la forma de un correo electrónico breve y directo de uno de sus socios más antiguos: “Lo siento, Nicolás, pero no podemos continuar trabajando contigo. Las circunstancias han cambiado. Si seguimos adelante, caeremos en desgracia. Cuida tus pasos.” El mensaje fue un golpe directo al orgullo y la estabilidad de Nicolás. El término “caer en desgracia” resonaba en su mente como una amenaza silenciosa. ¿Qué significaba realmente? ¿Quién estaba detrás de todo esto? Y entonces, una idea comenzó a tomar forma en su mente, una teoría que lo llenó de rabia: Los Alarcón. No podía ser una coincidencia que todo esto comenzara justo después de la fiesta, justo después de que confrontara a Aitana. Estaba convencido de que ella había ido corriendo a su amante, aquel patriarca poderoso, para que lo destruyera. Este era su castigo, su venganza. ¿Cómo no lo había visto venir? Nicolás estaba atrapado. Los Alarcón eran una familia demasiado poderosa para enfrentarlos directamente, y si seguía perdiendo contratos, su empresa entera estaría en peligro de colapsar. Durante días, Nicolás intentó salvar lo que podía. Hizo llamadas, ofreció renegociaciones, incluso trató de usar su influencia para apaciguar a los socios que se retiraban, pero todo fue en vano. El miedo a los Alarcón era más grande que cualquier oferta que pudiera hacer. Cada día que pasaba, sus pérdidas se hacían más grandes, y su frustración, más profunda. Sin embargo, lo que Nicolás no sabía era que esta devastación no era orquestada por Aitana, sino por la madre de ella, Sofía Alarcón, una mujer astuta y protectora que había visto cómo Nicolás trataba a su hija en la fiesta. Aunque Aitana no tenía idea de lo que su madre estaba haciendo en las sombras, Sofía no permitiría que su hija fuera humillada ni dañada. Y así, con solo una llamada, había movido los hilos del poder para castigar a Nicolás de una manera que él jamás podría imaginar. En su despacho, Nicolás se sentó en la penumbra de la tarde, mirando el horizonte con una expresión tensa. Las luces de la ciudad brillaban en la distancia, pero no le traían consuelo. ¿Cómo había llegado a este punto? Su vida, que había estado llena de éxito y control, ahora parecía desmoronarse. Tomó un trago de whisky y cerró los ojos, pensando en Aitana. En su mente, la veía como la mujer calculadora que había logrado vengarse a través de su amante. ¿Qué clase de persona haría algo así? Pero, por debajo de la ira, había una sensación de pérdida, una pequeña voz que le susurraba que tal vez, sólo tal vez, se había equivocado en algo. Pero el orgullo herido no lo dejaba ver la verdad con claridad. De repente, su teléfono sonó, interrumpiendo sus pensamientos. Era su asistente, Samuel Ruiz. —Señor Valverde, lo siento por llamarlo a esta hora, pero acabo de recibir otra notificación. Uno de nuestros últimos socios ha cancelado el contrato. Dicen que no pueden arriesgarse a perder su relación con los Alarcón. Nicolás apretó los dientes, conteniendo la ira que amenazaba con desbordarse. —¿Los Alarcón otra vez? —preguntó, con un tono ácido en la voz. —Sí, señor. Parece que ellos tienen el control de todo. No puedo confirmar más detalles, pero creo que este problema viene de lo más alto de la familia. Nicolás cerró los ojos con fuerza, luchando por mantener la compostura. Estaba seguro de que Aitana había estado detrás de todo esto, manipulando desde las sombras para destruirlo. —Gracias, Samuel. Puedes retirarte por hoy. Colgó el teléfono y se quedó en silencio, las manos apretadas en puños sobre el escritorio. ¿Qué haría ahora? No podía ir directamente contra los Alarcón, pero tampoco podía quedarse de brazos cruzados mientras su imperio se desmoronaba. Necesitaba un plan, algo que le permitiera dar la vuelta a la situación, recuperar el control. En ese momento, se levantó y caminó hacia la ventana, mirando la ciudad que una vez había sentido que dominaba. Ahora, todo parecía frágil, fuera de su alcance. Pero Nicolás Valverde no era un hombre que se rindiera fácilmente. Iba a pelear por lo que era suyo, sin importar lo que costara. Lo que no sabía era que esa batalla lo llevaría no solo a enfrentarse a la familia más poderosa del país, sino también a descubrir verdades que cambiarían su vida para siempre. Verdades que lo obligarían a confrontar su pasado, su orgullo, y lo más importante, su percepción de Aitana, la mujer que creía conocer pero que ahora se había convertido en un enigma imposible de descifrar. Mientras las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, Nicolás juró que encontraría la manera de salir de esa crisis, y cuando lo hiciera, se aseguraría de que nadie, ni siquiera los Alarcón, volviera a ponerlo en una posición de vulnerabilidad. Lo que no entendía era que el mayor enemigo que enfrentaba no estaba en el exterior, sino dentro de él mismo, en su incapacidad para ver más allá de sus propias percepciones y en su incesante necesidad de control. La guerra apenas comenzaba.
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