Capítulo 12: Cruces del Destino

1329 Words
La noche en la ciudad era un manto oscuro salpicado de luces, pequeñas guías en la inmensidad. Aitana Alarcón, tras el largo banquete de bienvenida, sintió un impulso incontrolable de salir, de escapar de las miradas y de la constante adulación que la rodeaba. Necesitaba respirar, sentir el viento en su rostro, lejos del peso del poder que ahora ostentaba. —Llévalo a la mansión, por favor —le dijo a la niñera, entregándole a su hijo con una suavidad que contrastaba con la firmeza en su voz. La niñera asintió, tomando al bebé con cuidado, y se alejó hacia la limusina que la llevaría de regreso. Aitana observó el vehículo desaparecer en la distancia antes de dirigirse a su Mercedes, un auto n***o y brillante que reflejaba la luna llena en su impecable superficie. Sin dudarlo, subió al coche, encendió el motor, y pisó el acelerador. El rugido del motor resonó en el silencio de la noche mientras se alejaba a toda velocidad, dejando atrás la mansión y todo lo que representaba. Sentía la necesidad de perderse en la inmensidad de la ciudad, de recorrer sus calles como una desconocida, alejada del poder y del peso de su apellido. Las luces de la ciudad se deslizaban a su alrededor mientras conducía sin rumbo fijo, sin más compañía que sus pensamientos. La velocidad era un alivio, un escape temporal de la realidad. Recordaba noches similares antes de que todo cambiara, cuando aún era Aitana Ferrer, la esposa de Nicolás Valverde. Pero esa mujer ya no existía. Ahora era Aitana Alarcón, la dueña de su propio destino. En otro rincón de la ciudad, Nicolás Valverde caminaba solo por una de las calles menos transitadas. Su apariencia poderosa había quedado en el pasado; ahora su figura parecía encogida bajo el peso de la culpa y el fracaso. Llevaba semanas vagando sin rumbo, buscando respuestas en el aire fresco de la noche, pero solo encontraba más preguntas. Su mente volvía constantemente a Aitana, a todo lo que había perdido. Al recordar su rostro, su ternura, la forma en que lo miraba antes de que todo se desmoronara, un nudo de arrepentimiento se formaba en su pecho. Se detuvo un momento frente a un escaparate vacío, mirando su reflejo en el cristal sucio. Apenas reconocía al hombre que veía. El que alguna vez fue uno de los hombres más poderosos de la ciudad, ahora no era más que una sombra de lo que solía ser. El rugido de un motor a lo lejos lo sacó de su ensoñación. Se giró hacia el sonido y vio un auto acercarse rápidamente. Era un Mercedes n***o que pasó a toda velocidad por su lado, y por un breve instante, Nicolás creyó haber visto a alguien familiar al volante. Pero antes de que pudiera reaccionar, el auto ya había desaparecido entre las sombras de la ciudad. Aitana, en ese instante, también sintió algo. Un ligero escalofrío recorrió su espalda mientras giraba en una de las avenidas principales. Por un momento, había tenido la sensación de estar siendo observada, de haber cruzado caminos con alguien que una vez fue importante para ella. Pero lo desechó rápidamente. Era la noche, pensó, jugando con su mente. Condujo hasta llegar a un mirador a las afueras de la ciudad. Desde allí, se podía ver todo el horizonte, con las luces de los edificios parpadeando como estrellas en la distancia. Aitana apagó el motor y bajó del coche, dejando que el silencio y el viento nocturno la envolvieran. Cerró los ojos, respirando profundamente. En ese momento, se sintió libre. Lejos de las intrigas, de las mentiras, de los rostros que esperaban verla caer. Era solo ella, el viento y el horizonte abierto ante sus pies. Pero en lo más profundo de su ser, sabía que esa paz era temporal. Había mucho más por venir, muchas más batallas que luchar, muchas más verdades por descubrir. Y aunque el peso de ser una Alarcón era grande, estaba preparada para enfrentarlo. Por ahora, esta noche, en la quietud de la oscuridad, Aitana se permitió un pequeño respiro. Aitana Alarcón permaneció en el mirador durante horas, contemplando la ciudad que se extendía ante ella como un tapiz de luces y sombras. El viento nocturno le daba una sensación de libertad que no experimentaba a menudo, y se permitió el lujo de reflexionar sobre el peso de su nueva vida. Los desafíos que enfrentaría, las decisiones que tendría que tomar… todo eso estaba aún por venir. Pero en ese momento, mientras miraba el horizonte, encontró un respiro en la inmensidad de la noche. Finalmente, decidió que era hora de regresar. Se subió a su Mercedes, encendió el motor y comenzó el viaje de vuelta a la mansión. El tráfico era ligero en esta parte de la ciudad, y Aitana se permitió conducir con rapidez, la carretera estirada frente a ella como un camino hacia lo desconocido. Sin embargo, la tranquilidad de la noche se rompió en un instante. Mientras avanzaba por una intersección, una luz roja parpadeó en el semáforo. Aitana, distraída por sus pensamientos, no lo vio y pasó de largo a gran velocidad. En ese mismo momento, un hombre cruzaba la calle, y el Mercedes impactó contra él con un estrépito que resonó en la noche. El corazón de Aitana se detuvo por un segundo mientras el coche se detuvo abruptamente. La visión del hombre derrapado en el suelo yacía frente a ella, y el terror la envolvió. Sin pensarlo, salió del auto y corrió hacia el hombre herido. —¡Dios mío! —exclamó, su voz temblando mientras se agachaba a su lado. El hombre estaba inconsciente, su cuerpo en un estado lamentable. Aitana se arrodilló a su lado, tratando de evaluar el daño. La sangre fluía de una herida en su cabeza, y su respiración era irregular. No podía permitir que muriera allí mismo. Necesitaba llevarlo al hospital de inmediato. —¡Necesito ayuda! —gritó Aitana, mirando alrededor desesperadamente. Algunos transeúntes se habían acercado, y pronto uno de ellos llamó a una ambulancia. Sin embargo, Aitana no podía esperar. La idea de que el hombre muriera antes de que llegara la ayuda la aterrorizaba. Se dirigió rápidamente al maletero de su Mercedes, sacando una manta para cubrir al herido y asegurarse de que estuviera lo más cómodo posible hasta que llegara la ambulancia. —Voy a llevarte al hospital —le dijo, con la voz temblorosa pero firme—. Mantente despierto, por favor. No te desmayes. Cuando la ambulancia llegó, Aitana ayudó a colocar al hombre en la camilla y a asegurarle la cabeza con cuidado. Subió al vehículo con ellos, no dispuesta a separarse hasta que supiera que estaba en buenas manos. Mientras el vehículo avanzaba hacia el hospital, Aitana miraba al hombre, sintiendo una mezcla de culpa y preocupación. La imagen de su rostro, herido y ensangrentado, la atormentaba. Si solo hubiera estado más atenta... El hospital estaba a menos de quince minutos de distancia, y pronto llegaron. Aitana siguió de cerca mientras el personal médico trasladaba al hombre a una sala de emergencia. Se encontraba en el vestíbulo, esperando ansiosamente noticias. Finalmente, un médico salió para hablar con ella. Aitana se acercó, con el corazón en la garganta. —¿Cómo está? —preguntó, con la voz cargada de preocupación. —Estamos haciendo todo lo posible —respondió el médico—. El daño es significativo, pero está estable por ahora. Tendremos que hacer más exámenes para determinar el alcance de las lesiones. Aitana asintió, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad. Mientras el médico volvía al quirófano, Aitana se desplomó en una de las sillas del vestíbulo. La sala de espera estaba tranquila, y la oscuridad de la noche parecía aún más palpable en su estado de agotamiento. Horas después, mientras los primeros rayos del amanecer comenzaban a iluminar la ciudad, Aitana fue llamada al área de cuidados intensivos. El médico la recibió con una expresión seria.
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